domingo, 28 de abril de 2019

EL NACIMIENTO DE ROMA (II)


Dejamos a Numitor establecido de nuevo como rey en Alba Longa, pero a sus nietos, Rómulo y Remo, les había picado el gusanillo del gobierno, así que para no luchar contra su abuelo y derrocarle, que total para eso se habían ahorrado el volver a entronizarle, se marcharon de Alba Longa para construir su propia ciudad allí donde el río Tíber les había llevado y la Loba (o el pastor y su esposa) les había encontrado, un pantano situado entre los montes Palatino y Capitolio. Rómulo decidió fundar Roma en el monte Palatino, pero Remo quería fundar su ciudad, Remoria, en el cercano monte Aventino. Pero ambos eran conscientes de que no podían fundar dos ciudades tan cercanas, y en este caso, la ley de primogenitura no podía aplicarse, ya que eran gemelos. En lugar de jugárselo a los chinos, decidieron recurrir al avistamiento de pájaros, que hoy en día es una cosa como muy friki de fin de semana campestre, pero entonces era algo muy serio, ya que se utilizaba para vaticinar el futuro, pero que se lo tomaban en serio, no en plan Mi Queridísimo Piscis. Rómulo ganó el concurso, y Remo se encabronó. Si esto hubiera sido la historia de Argos, en este momento Remo se hubiera marchado de allí, siguiendo el vuelo de un águila solitaria, hubiera cruzado algún mar acompañado probablemente por Hércules y otros amigos, y después de atravesar jardines llenos de plantas devoradoras de hombres, conocer hermosas ninfas que querían convertirles en fuentes y derrotar a un basilisco, descubrirían un nuevo lugar donde establecer su Remoria, con el beneplácito de Marte, que hubiera dejado allí unas botas, un escudo y una corona para su heredero, inspirado en algún momento por la Sibila de Cumas. Por ejemplo. Pero esto es Roma, y aquí, muy serio, Rómulo comenzó a trazar el perímetro de su ciudad, algo sagrado para la cultura romana, y prohibió que nadie entrara en la ciudad mientras él trazaba esa línea. Remo se puso en plan "y si entro qué", y entró. Y claro, a Rómulo no le quedó más remedio que matarlo. Y lo mató.

Rubens imaginó así el encuentro entre Marte y Rea Silvia. El padre tenía todo un carácter, y claro, así le salieron de respondones los críos... 

               Así que en resumen, la historia fundacional de Roma está marcada por una violación, un asesinato y un fratricidio. Pero todo muy serio y muy romano. Como arranque no está mal. En fin, seguimos, que ya tenemos a Roma fundada, con Rómulo como rey. No tardarían mucho en comenzar a llegar aspirantes a ciudadanos, procedentes de otras ciudades latinas, y de entre ellos, Rómulo nombró a los primeros cien patres, con los que daría origen a los patricios y al Senado de Roma, que en principio sería un cuerpo legislativo de apoyo al rey. Roma ya estaba preparada para echar a andar, pero un día, los romanos se dieron cuenta de que les faltaba algo.

               Mujeres.

               Y sin mujeres, Roma no iba a durar mucho, no habría romanitos nuevos. Los refugiados romanos eran sobre todo hombres, y esto no era la historia de Argos, donde hubieran podido recoger mujeres sembradas en un campo con dientes de hidra, por ejemplo. Era Roma, había que cometer otro delito.

               Rómulo convocó unos juegos dedicados a Neptuno en el cercano monte Quirinal, y allí invitaron a muchos representantes de otros pueblos latinos, como los Sabinos, y estos acudieron a los juegos con sus hijas y sus mujeres. Y a una señal de Rómulo, los romanos tomaron a las mujeres de sus invitados, las secuestraron y expulsaron a sus familiares de Roma, diciendo luego que habían violado su hospitalidad (tócate los cojones). Los primeros días de las Sabinas (pertenecían a muchos pueblos, pero vamos a dejarlo así por aquello de la tradición) debían estar a la gresca, pero Rómulo consiguió aplacarlas, y poco a poco comenzaron los matrimonios entre los romanos y las sabinas. Ahora, fuera de Roma, se estaba armando gorda. Los latinos estaban que se subían por las paredes, y debido a que algunos consideraban que los sabinos estaban teniendo demasiada pachorra para la venganza, comenzaron a lanzarse uno tras otro sobre Roma. Pero fueron los latinos los que se llevaron ostias a mano abierta, de modo que se desarmaron a ciudades cercanas: Caenina, Antemna, Crustumno, Fidenas... Por fin los Sabinos vieron que se les estaban comiendo la tostada, y al mando del general Tito Tacio, se dirigieron hacia Roma.

Una escena del rapto de las Sabinas, obra de Jacques Louis David. El tío la historia de la guerra la llevaba regular, con aquello de mandar a la peña en pelotas a darse cuchilladas, pero ahora... de culos en primer plano controlaba un montón...

               Y esto ya era otra película, los sabinos estaban mejor preparados que sus vecinos, y no sólo consiguieron llegar a Roma, sino que pusieron cerco al Monte Capitolino. Una romana, Tarpeya, que vio la oportunidad de hacerse rica en manos de los sabinos, llegó a un acuerdo con estos, comprometiéndose a permitirles entrar en la fortaleza del Monte Capitolino, a cambio de que los sabinos le dieran "lo que llevaban en las manos", refiriéndose a sus brazaletes. Los sabinos tomaron la fortaleza, y así dominaron el Monte Capitolino, dejando a los romanos en el Palatino, y convirtiendo el valle que había entre ambas en un campo de batalla. Por cierto, a Tito Tacio lo de la traición de Tarpeya le sentó a cuerno quemado, aunque había sido en su favor, y lo que hicieron fue aplastarla con lo que llevaban en las manos... es decir, sus escudos. Para que en otra ocasión, tuvieran cuidado con lo que pedían. Pero bueno, el caso es que el nombre de la chica quedó para la posteridad, ya que se nombró como "La Roca Tarpeya" a un promontorio del Monte Capitolino desde el que se despeñaba a los condenados a muerte en Roma. Se les despeñaba civilizadamente, claro, que eran romanos.

               Las cosas se pusieron feas, los ejércitos se desbandaban, los héroes morían... y las Sabinas tuvieron que intervenir para salvar a sus maridos. La intervención de las mujeres permitió a unos y otros poner fin a la guerra, ya que con esto, las sabinas aceptaban su situación de mujeres romanas, poniendo fin a las reclamaciones de sus parientes, y de hecho, llegó un momento de gran hermandad, pues romanos y sabinos decidieron unirse en un sólo pueblo, trasladándose muchos sabinos a Roma y poniéndose bajo el gobierno de una diarquía formada por dos reyes: Rómulo por parte de los romanos y Tacio por parte de los sabinos. Cada uno de ellos tenía su senado, y bueno, parece que funcionaron bastante bien. Duplicaron el ejército, la caballería... Pero en un tiempo todo se torcería, aunque realmente no parece que Rómulo y Tacio llegaran a llevarse mal nunca. Por algún motivo, unos parientes de Tacio asaltaron y mataron a unos mensajeros que venían de Laurentum. Los Laurentianos pidieron justicia a Rómulo, pero este se lavó las manos, diciendo que Tacio le impedía actuar, así que  un grupo de laurentianos emboscaron a Tacio y lo mataron en Lavinium. En Laurentia se hicieron un poco de caca pensando en la venganza romana, así que entregaron a los asesinos a Rómulo, pero este dijo que podían volver a casa, que quítame allá esas pajas, y que total, lo comido por lo servido, que la muerte de Tacio era el precio por la muerte de los mensajeros. Total, que estaba mejor solo que acompañado.

               Tanto el tiempo de la diarquía como los años siguientes estarían marcados por conflictos con otras ciudades cercanas, como Cameria. En resumen, y al margen de lo que la mitología nos cuente de la creación de Roma, con o sin Rómulo y Remo, con Sabinas o sin ellas, lo que tenemos es una población surgente, la de Roma, con enfrentamientos entre otros pueblos latinos vecinos, alianzas, traiciones, y todo lo que cabe esperar en una situación como esta. El caso es que hacia el año 737 a.C más o menos, Roma se había convertido ya en la ciudad más importante del Lacio... lo suficientemente importantes como para atraer la atención de sus vecinos del norte, los Etruscos.

martes, 23 de abril de 2019

EL NACIMIENTO DE ROMA (I)


               Hace unos 2800 años, el centro de Italia estaba ocupado por varios grupos tribales que se distribuían por lo que se llamamos "El Lacio". Estos pueblos se encontraban en la Edad del Hierro, y su mayor influencia era la cultura Etrusca, con la que lindaba al norte, y que incluía ciudades como Veyes, Volci, Tarquinia o Perusia. Y estos pueblos latinos comenzaron a reunirse en torno a una de sus poblaciones, que comenzó a extenderse a través de varias colinas situadas cerca del río Tíber...

               Vaya coñazo, ¿no? Vamos a darle caña a esto.

               ¡¡¡Guerra!!! ¡¡¡Destrucción!!!¡¡¡Masacre y Aniquilación!!! Después de diez años de guerra con los troyanos, Ulises ha conseguido burlar las defensas griegas, meter a un caballo de madera dentro y colarse con unos amiguetes, han abierto las puertas y Agamenón, Menelao y su cuchipandi están montando una fiesta de Latin Kings albanokosovares en la ciudad. Se han cargado a Héctor, se han cargado a Príamo, se han cargado a Paris, han apresado a Hécuba, a Casandra y a Andrómaca. Hasta han tirado por un balcón a Astiánax, que era sólo un bebé. Han sido diez años de guerra, y los griegos están dispuestos a no dejar piedra sobre piedra. Pero... espera... ¿qué es eso? ¡Oh, divino Apolo, bendita Venus! ¡¡¡Que se les escapan los troyanos!!!

Puro barroco en esta pintura que muestra a Eneas escapando de Troya, llevando en brazos a su anciano padre Anquises. Aquí está el origen de toda la historia mítica de Roma. 

               Y es que según la historia tradicional de Roma, el origen de la ciudad hay que buscarlo precisamente en la caída de esta otra ciudad, la mítica Troya, ya que mientras los griegos destruían la ciudad, uno de los troyanos, Eneas, conseguía escapar de la ciudad en compañía de su padre, el anciano Anquises, su hijo Ascanio (o Iulo, y ya veremos más adelante por qué es importante este nombre), y así como el que no quiere la cosa, se dejó atrás a su mujer, Creúsa. Y es que un olvido lo tiene cualquiera. Y es que al parecer, con estas cosas que pasaban en la Grecia mítica, Eneas llevaba la sangre de la misma Venus, ya que su padre había tenido un revolcón mitológico con la diosa de la belleza, y esta les avisó de lo que se les venía encima. Sin embargo, otra diosa, Juno, se la tenía jurada a los troyanos desde que Paris le entregara años atrás la manzana dorada etiquetada como "Para la más bella" a Venus y no a ella, que era el equivalente griego a dejar de seguirla en Facebook, así que Juno se dedicó a putearles durante siete años, haciéndoles dar carambolas por el Mediterráneo. Anquises se les murió por el camino, pero tendría un encuentro post mórtem con Eneas, que bajaría a verle al Averno, acompañado por la Sibila de Cumas, donde el espectro del anciano le mostró a su hijo la gloria de su descendencia: Roma.

               Además, en ese crucero por el Mediterráneo de Viajes Juno, una de las paradas de Eneas fue la ciudad de Cartago, gobernada por la reina Dido. Parémonos un momento aquí, que la historia de esta reina tiene su aquel. Cartago había sido fundada unos doscientos años antes por los fenicios, el pueblo con más poder comercial del Mediterráneo en aquellos tiempos, grandes marineros que extendieron sus puestos comerciales incluso más allá de Gibraltar. Su nombre en el idioma de los fenicios era Qart Hadast, o sea, Ciudad Nueva (no fueron muy originales), y su fundadora había sido ni más ni menos... ¡que la propia Dido! Y es que esta mujer, a la que también llamaban Elisa de Tiro, había llegado a las costas de África, en la actual Túnez, tierra ocupada por un pueblo que recibía el nombre de gétulos y cuyo rey, Jarbas, quiso tomarle el pelo a Dido, que le había pedido hospitalidad. Jarbas quería hacerse el graciosete delante de sus amigos, y le dio a Dido una piel de buey, diciéndole que le entregaría tanta tierra de su reino como ella fuera capaz de cubrir con esa piel. Pero Jarbas no había contado con el girl power y con que los fenicios eran listos como... bueno, pues eso, como fenicios, y Dido le hizo todo un jackass, cortando la piel de buey en tiras muy finas y utilizándolas para abarcar una colina de espaldas al mar, sobre la que la reina construiría la fortaleza de Bilsa, y ese sería el corazón de la futura Cartago.

Dido y Eneas hablando de sus cosas en Cartago, según el pintor romántico francés Pierre-Narcisse Guérin. 


               Total, que unos cien años después, ahí seguía Dido, y cuando Eneas llegó, como los dioses eran muy aficionados a las bromas, Cupido hizo que se enamorara locamente de Eneas, que al principio le hizo carantoñas, pero que cuando vio el DNI de Dido y la fecha de nacimiento, le largó un "contigo no, bicho", se acordó de que tenía un mandato divino para construir una ciudad, y se largó con viento fresco para Italia. Dido no lo pudo soportar y se clavó un cuchillo en el vientre, suicidándose (se le había olvidado el girl power y la inteligencia fenicia), y de la muerte de la reina vendría el futuro odio entre cartagineses y romanos. Total, que Eneas llegó con sus troyanos hasta el Lacio, donde se asentó finalmente y contrajo matrimonio con Lavinia, la hija del rey de los Latinos, que tenía el original nombre de Latino. Esto puso a Juno de mala leche, y envió a las Furias, que eran tres mujeres muy majas con látigos hechos de escorpiones, para que volvieran loco a Turno, el rey de los rútulos, otra tribu de la zona, pero finalmente Eneas mató a Turno.

            Evidentemente esto es una descripción mítica, pero mola. Probablemente los enfrentamientos entre latinos y rútulos tuvieran lugar, como con muchas otras tribus de la zona, pero todo el viaje de Eneas es una obra del poeta Ovidio, que escribiría la Eneida durante el gobierno del emperador Octavio Augusto, en el siglo I a.C, como un trabajo propagandístico en el que el Emperador glorificaba a Roma y a su propia dinastía, la Julia... ¿os acordáis de que dije que Ascanio también era conocido como Iulo? Pues de ahí viene Julio, y los Julios eran la familia de Octavio Augusto, así que Venus era algo así como su retatarabuela.

               Nos hemos ido muy atrás en el tiempo, a la guerra de Troya y a Eneas, y muy delante de nuestro objetivo, que es la fundación de Roma, y nos hemos ido al Imperio. Pero no hemos terminado con la historia de la fundación de Roma, y es que esta parte, la de Ovidio y la Eneida es un añadido posterior, y se nota muchísimo que los romanos ya se habían comido a todos los pueblos del Mediterráneo, incluyendo a los griegos, que eran mucho más imaginativos para las historias de este calibre. Los romanos eran más sobrios, más... serios, mucho más adustos y torvos. Y así eran también sus historias: sobrias, serias, adustas, torvas. Veréis.

Rubens representa así a Rómulo y Remo, los gemelos que fundarían Roma, rollizos y entraditos en carnes, como le gustaba a Rubens pintar a la gente. 


               En territorio latino se encontraba la ciudad de Alba Longa, cuyo fundador mítico resultaba ser Ascanio (al igual que Eneas y su nueva esposa, Lavinia, habrían fundado su propia ciudad, con el original nombre de Lavinium). De esto habían pasado siglos, claro, y ahora el rey de Alba Longa era Numitor, descendiente de Ascanio. Numitor fue expulsado del poder por su hermano, Amulio, que se cargó a todos los descendientes varones de Numitor y que obligó a su única hija, Rea Silvia, a convertirse en una virgen vestal, que era ponerle un cinturón de castidad sagrado. Y es que las vestales fueron una de las instituciones más importantes de Roma desde sus primeros tiempos, las encargadas de servir a la diosa Vesta y de mantener encendido un fuego sagrado que exigía la castidad. Cosas del fuego. Total, que allí estaba Rea Silvia convertida en monja a la fuerza. Y Marte, el dios de la guerra, que pasaba por allí cerca, vio a Rea Silvia y le dijo "¡Mozaaaa!". Que en latín viste mucho más, pero no los suficiente, así que Rea Silvia le dijo que no, que mejor otro día, pero Marte no entendía mucho de que no es no, y violó a la vestal en un bosque. Si esto fuera la historia de... yo que sé, de Argos, por ejemplo, el dios se hubiera convertido en un enjambre de abejas, que hubiera seducido a Rea Silvia con su melódico zumbido y la hubiera dejado embarazado con su miel, por ejemplo. Pero aquí hay romanos, así que todo serio. Marte a lo suyo, y Rea Silvia quedaría embarazada de gemelos, y nueve meses después nacerían Rómulo y Remo. A Amulio esto le cayó a cuerno quemado, ya que de pronto se encontraba con dos rivales para el trono de Alba Longa, así que ordenó que enterraran viva a Rea Silvia, y que ahogaran en el Tíber a los niños.  El propio dios del río se apiadaría de los gemelos y los llevaría con una loba, Luperca, un animal sagrado consagrado a Marte, que los amamantaría como si fueran Mowgli. Hay otra historia menos animal, y es que los niños quedaron bajo el cuidado de un pastor, Faustulo, y su esposa, Acca Laurentia, que antes de ser pastora, había sido una conocida prostituta, que en latín se dice "lupa", igual que loba, y quizá esa Acca Laurentia fuera la loba que amamantó a Rómulo y Remo.

               La verdad es que da un poco igual, con madrastra loba o pastora, cuando los jóvenes crecieron hicieron lo que cualquier heredero mítico exiliado tiene que hacer, o sea, recuperar su trono. Así que Rómulo y Remo se fueron derechos para Alba Longa, mataron a Amulio y repusieron a Numitor en el trono. Pero en seco. Si esto hubiera sido la historia de Argos, los gemelos hubieran descubierto su ascendencia de chiripa, se hubieran encontrado con una serpiente de doce cabezas por el camino, hubieran matado a Amulio, se hubieran casado cada uno con una hermana que luego hubieran descubierto que eran sobrinas de sus tíos, o sea, sus hermanas, uno se hubiera sacado los ojos, otro se hubiera lanzado al mar, una de ellas hubiera enloquecido y corrido por los bosques entregada a las Bacantes, y la última hubiera sacado los menudillos a los hijos de los cuatro antes de viajar a Delfos a pedir perdón. Pero eso. No son griegos. Así que... llegaron, mataron y coronaron.

domingo, 14 de abril de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (XI Y ÚLTIMO)


Catalina debió ser una tía maja, se preocupó mucho porque Enrique volviera a entablar relación con sus hijas, María e Isabel, y de hecho, en 1543, volvieron a encontrarse en la línea sucesoria, por detrás de su hermano Eduardo. Además, Catalina era una mujer culta, de las de leer libros por gusto, y más que humanista, con los años se había convertido en una firme protestante, que veía insuficientes los cambios realizados en la Iglesia Inglesa, y parece que influyó en Enrique para que diera un giro más hacia la reforma... Pero no tanto como para que la mandaran a la hoguera. De todas formas, después de su pequeña victoria en Escocia, Enrique estaba que se comía el mundo, así que continuó con sus planes conjuntos con Carlos para invadir Francia, y en 1544 las fuerzas británicas cruzaron el Canal de la Mancha, divididos en dos grupos. Uno, bajo el mando del duque de Norfolk se dirigió hacia Montreuil, sitiando la ciudad sin mucho éxito. Otro, bajo el liderazgo del duque de Suffolk, se dirigió hacia Boulogne, cuyo asedio comenzaría el 19 de Julio, dirigido por Brandon, que un par de semanas después cedió el mando a Enrique, que había llegado desde Inglaterra para ponerse al frente del asedio, dejando atrás a Catalina Parr, convertida en reina regente. A principios de Septiembre, los ingleses consiguieron entrar en la ciudad, aunque los franceses se mantuvieron firmes en la ciudadela hasta el 13 de Septiembre, cuando finalmente se rindieron, obteniendo así Enrique una de sus grandes victorias.

Catalina Parr, en un retrato obra de un autor desconocido. Los tuvo muy bien puestos para casarse con Enrique después de la trayectoria que había llevado...

              
Y ahí es cuando se volvió a demostrar que los reyes del momento eran unos cachondos. Enrique estaba de subidón, pidió a Carlos V que se reunieran en París para tomar la ciudad... y Carlos le dijo que no. Desde el comienzo de la Guerra Italiana había habido ostias de todos los colores entre los hispano/alemanes y los franceses. Ostias en los Países Bajos, ostias en el norte de Italia y la Provenza (aquí además participó Solimán, enviando al propio Barbarroja, que junto a los franceses, puso bajo asedio Niza, que era posesión imperial), y finalmente, se había lanzado personalmente a la conquista de Francia, al igual que había hecho Enrique, dividiendo sus fuerzas en dos. Una la dirigía Ferrante Gonzaga, virrey de Sicilia, se reunió en Luxemburgo, y la segunda, al mando del propio Emperador, lo hizo en el Palatinado. Ambas se reunieron en Saint-Dizier, pero la ciudad resistió mucho más de lo que el Emperador había esperado, y aunque terminó capitulando, rompió la planificación imperial y costó mucho más dinero de lo que al parecer podían permitirse, porque aunque tras la caída de Saint-Dizier los imperiales pudieron marchar hacia París, Carlos envió una carta a Enrique para consultarle sobre si debían seguir la guerra o hacer la paz por separado. Quizá el correo se retrasó, pero para cuando Enrique recibió la carta, la paz entre Francia y el Imperio ya se había firmado, y de pronto Enrique se encontró cambiando las tornas en Boulogne. Los franceses habían vuelto, y se sitiador, se había convertido en sitiado. El Delfín (que no era un mamífero marino rebotado y diciendo Sparky quiereeeeeee.., sino el heredero al trono francés) levantó el asedio de Montreuil, echando a Norfolk hacia Boulogne, y antes de que se cerrara el cerco sobre la ciudad, Enrique decidió volver a Inglaterra, dejando al mando de la defensa de Boulogne a ambos duques, Norfolk y Suffolk. Los dos se pasaron las órdenes por el forro, y salieron de Francia poco después, dejando a la armada británica bloqueada en Calais y a poco más de cuatro mil hombres haciendo lo que podían para defender Boulogne. Que por cierto, no lo hicieron mal, ya que rechazaron el asedio francés, y de hecho, la ciudad seguiría en posesión inglesa durante los siguientes ocho años.

               Enrique debió llegar a casa calentito. Su salud llevaba años sin ser buena, sufría continuos dolores por las heridas causadas en una pierna por una vieja caída de caballo y que nunca habían terminado de curar. Había desarrollado obesidad, y quizá escorbuto por falta de alimentos frescos, especialmente frutas y verduras. Y quizá padecía algún desorden mental y hormonal. Y le habían dado de ostias en Francia. Ah, y además Escocia volvía a resistirse. El matrimonio entre Eduardo y la reina María de Escocia se había ido retrasando, y finalmente las hostilidades se habían reiniciado a mediados de 1544, con el Duque de Hertford, Lord Edward Seymour (sí, hermano de la reina Juana) al frente. Hubo varios encontronazos entre ingleses y escoceses, y estos se tomaron la revancha por la derrota de Solway Moss en Febrero de 1545, después de que Hertford le pegara fuego a Edimburgo. Sus hombres, dirigidos por Sir Ralph Eure y Sir Brian Layton continuaron asolando las tierras escocesas como sólo los ingleses saben hacer (saltando desde los balcones y esas cosas), y haciendo el cafre hasta conseguir que dos enemigos que parecían irreconciliables, el Conde de Arran y el Conde de Angus, dejaran a un lado sus diferencias personales para aplicar ostias escocesas por doquier. Se encontraron en Ancrum, en la frontera, y los escoceses les pegaron una paliza épica a los ingleses, cargándose a sus dos líderes, tomando casi mil prisioneros y mandando a los supervivientes al sur boquiabiertos preguntándose de dónde les habían caído las ostias. Francisco de Francia envió ayuda, pero de momento las hostilidades se detuvieron. En Septiembre de 1545, Herford fue enviado a Calais, parecía que los problemas con Francia iban a estallar de nuevo, pero todos los que habían participado en la Guerra Italiana se lo pensaron mejor, y finalmente se firmó el tratado de Ardres. La guerra había vaciado las arcas de Francia y de Inglaterra, y dentro de la paz que se firmó, los franceses incluyeron cláusulas sobre Escocia, que los ingleses se comprometieron a "no atacar sin causa".

Una pintura de Hans Holbein en los últimos años de gobierno de Enrique VIII y que ilustra muy bien cómo estaban las cosas. En el centro, están Enrique, la difunta Juana Seymour y el Príncipe Mofletes, Eduardo, representando lo que se sería la auténtica familia real, con el rey, su heredero y la madre de este. A  su derecha, pero fuera del espacio marcado por las columnas, está María, su primogénita, hija de Catalina de Aragón, y en la misma situación, a la izquierda, Isabel, la hija de Ana Bolena, que eran de la familia, pero como los cuñados en Nochevieja... porque no hay más remedio. 


               Así que como hemos dicho antes, Enrique debía estar calentito. Y cuando una vez en Inglaterra, se encontró con que en su ausencia, Catalina se había mostrado "demasiado protestante" para el gusto de algunos de los notables del reino, entre los que estaba el Arzobispo de Winchester, Stephen Gardiner, que había desarrollado cierto gusto por quemar protestantes, y que junto a su amiguete, el canciller Thomas Wriothesley, conde de Southampton, que se había hecho famoso por torturar a una famosa mártir protestante, Anne Askew, comenzaron a malmeter a Enrique contra Catalina. El hecho de que Catalina hubiera estado próxima a Thomas Seymour, hermano de Lord Hertford, con el que Wriothesley estaba enfrentado, tampoco ayudaba a la estabilidad de la reina y de Inglaterra, que de pronto volvía a verse con un rey que volvía a encontrarse dividido entre dos facciones. Y a todo esto, en 1545 moría Charles Brandon, el Duque de Suffolk, dejando viuda a su última esposa, Katherine Willoughby. Sí, Willoughby. ¿Os suena, verdad? Claro, porque ya hemos hablado de ella antes, Katherine Willoughby, Duquesa Viuda de Suffolk, era la hija de aquella María de Salinas que había llegado a Inglaterra junto a Catalina de Aragón, la mujer que se había colado en su encierro de Kimbolton para consolar a la reina en sus últimos días de vida.  Katherine había sido la pupila de Suffolk, y luego finalmente se había convertido en su esposa. Y ahora, según se rumoreaba, Enrique había puesto sus ojos en ella.

               Se dio orden de detener a Catalina Parr, pero la reina consiguió reconciliarse con el rey antes de que la cosa llegara a mayores. Sería "menos protestante". Pero la solución no duraría mucho, y Enrique estaba preparando de nuevo la detención de su esposa cuando...

               Murió.

               Probablemente a causa de su obesidad, la vida de Enrique VIII llegaba a su fin el 28 de Enero de 1547 en el palacio de Whitehall. Como había deseado, fue sucedido por un hombre, su hijo Eduardo, que subiría al trono como Eduardo VII, y fue enterrado junto a Juana Seymour, ¿quizá la mujer a la que más había amado? ¿Quizá un capricho más de un rey que no había terminado de tener nunca la cabeza en su sitio? A saber. El caso es que Catalina Parr sobrevivió. De chiripa, pero sobrevivió. Para casarse con Thomas Seymour, con el que ya había mantenido una relación antes de casarse con Enrique. Y también le sobrevivió Ana de Cleves, la reina repudiada, que vivió una vida larga y tranquila en Inglaterra, lejos de los conflictos europeos y de las movidas de la corte de los Tudor.
               Y eso son otras historias.
              


domingo, 7 de abril de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (X)


Enrique tenía dos pasiones en la vida, ya lo hemos visto varias veces. Una eran las mujeres, y ya había decapitado a dos. Y luego estaba la guerra. Que por cierto, no se le daba muy bien. Si os habéis dado cuenta, la mayor parte de todo lo que hemos visto de Enrique han sido cuestiones puntuales en Francia, y preparativos para la guerra con el Imperio, luego con Francia, luego con el Imperio, luego otra vez con Francia... Pero mientras en el continente había ostias cada dos días, Inglaterra no se había implicado en nada fuera de sus fronteras desde los tiempos de Catalina de Aragón. Así que el rey quizá buscaba una forma de abordar la crisis de los cincuenta recordando sus años jóvenes implicándose en una guerra europea. Y en esos años, volvía a ser amigo de su ex sobrino Carlos, y a tenerle tirria horrible a Francisco de Francia, de modo que se puso del lado del Emperador en la llamada "Guerra Italiana". ¿Y qué era la Guerra Italiana?

               La bomba, lo vais a flipar.

               Por un lado, estaba Carlos V, el Emperador. Mandaba en Alemania y Austria (más o menos, que tenía sus cosillas con los protestantes), en España, dominaba todo aquello que iba llegando desde el Nuevo Mundo, era el titular de Borgoña, y reinaba también sobre Flandes, Nápoles, Sicilia y Cerdeña. Y a su lado, Enrique. Nuestro Enrique. Los dos se habían querido crujir a ostias más de una vez, pero estaban dispuestos a dejar sus encontronazos a un lado para hacer frente a...

Un retrato de Solimán el Magnífico obra de Tiziano. Debajo del turbante está el peor enemigo de la Cristiandad, Voldemort.

               La alianza más rara de toda la puta historia, que deja el pacto entre los nazis y la Rusia de Stalin en una anecdotilla ideológica. Allí estaba Francisco I de Francia, mucho más joven que  había pasado toda su puñetera vida compitiendo con este segundo, preocupado porque Carlos consiguiera cerrar un puño alrededor de Francia y les exprimiera el eau de parfum. En un momento en el que desde Roma se pedía unidad para hacer frente a los turcos que ya estaban que se comían todo lo que se les ponía por delante, Francisco se pasó el catolicismo por el forro y tocó los huevos todo lo que pudo, impidiendo que el Emperador pudiera centrarse en Alemania, o en hacer frente a los Otomanos, que ya habían ocupado el centro de Europa y cercado la mismísima Viena. Y a su lado, ni más ni menos que el sultán otomano, el mismo Suleiman I, más conocido como Solimán el Magnífico. Turco, musulmán... en aquellos momentos, poco menos que el Anticristo. O poco más, según a quien le preguntaras. ¿Y cuál era el motivo de tan insólita alianza?

               Carlos y Francisco llevaban años tirándose los trastos a la cabeza, una y otra vez, por docenas de causas distintas. Se habían enfrentado en Italia en los años veinte, Francisco había estado prisionero en Madrid, se había propuesto el matrimonio entre la hija del Emperador, María de Austria, y el hijo pequeño del rey francés, Carlos de Orleáns. La idea es que ambos gobernaran sobre un estado propio, formado por los Países Bajos y Borgoña, y a cambio, Francisco renunciaría de una puta vez a los ducados de Milán y Saboya (que ya había renunciado a ellos dos veces, en Madrid y en Cambrai, pero debe ser que se pensaban que a la tercera iba a ir la vencida). Las negociaciones se liaron, y Francisco comenzó a buscar aliados en Europa, entre ellos, curiosamente, al hermano de Ana de Cleves, el duque de Cleves, William el Rico, que cerró el pacto casándose con la sobrina del rey francés, y a través de él trató de llegar a un acuerdo con la Liga de Esmalcalda, un grupete que se habían montado los príncipes protestantes del Imperio,  pero Carlos estuvo hábil y cerró un acuerdo con los príncipes alemanes, así que en previsión de una posible guerra por el asunto de Milán, Francisco se encontró con que su único aliado posible era el más férreo enemigo del Emperador, o sea, los otomanos. Y Francia terminó declarando la guerra al Imperio el 12 de Julio de 1542.

               Dentro de este contexto, Enrique y Carlos comenzaron a planificar la invasión de Francia para 1543, pero antes, Enrique tuvo que hacer frente a una cuestión "doméstica", y es que históricamente, Francia y Escocia habían sido aliados. Así que para poder plantearse un asalto a Francia, Enrique tenía que cubrirse las espaldas en el norte. Y para allá que se fueron Enrique y su ejército. La verdad es que en principio, la guerra no parecía que fuera a durar mucho. Ingleses y escoceses se encontraron en la frontera de ambos países el 24 de Noviembre de 1542, en la batalla de Solway Moss, y allí mismo murió el rey de Escocia, Jacobo V, de la familia Stuart (conocidos aquí como los Estuardo). Enrique pensaba ocupar él mismo el trono escocés, pero resulta que seis días antes de la batalla, la mujer del rey Jacobo, la reina María de Guisa (francesa, hija del duque Claude de Lorena y de su esposa, Antoinette de Borbón), había dado a luz a una niña, a la que llamaron María y que era la reina legítima de Escocia. Enrique no se atrevió a destronar a la niña, pero comenzaron las negociaciones para que contrajera matrimonio con el joven Eduardo, de modo que a su matrimonio se unieran por fin las coronas de Inglaterra y Escocia, y en principio, los escoceses aceptaron... aunque luego se lo fueron pensando mejor. Ellos seguían siendo partidarios de Francia, tenían atragantados a los ingleses, y no tenían ninguna intención de salirse del catolicismo, que empuñaban ni más ni menos que de una forma casi beligerante contra Inglaterra. Pero bueno, de momento, dijeron que se lo iban a pensar. En Facebook, pusieron "Relación con Inglaterra: Es complicado".

Un retrato de María de Guisa obra de Cornaille de Lyon que se conserva en la National Galleries of Scotland. Así, con la mirada de saber cosas, supo tocarle las narices a base de bien al mismísimo Enrique VIII. 


               Así que pensando que tenía el norte de su lado, Enrique pudo empezar a pensar de nuevo en invadir Francia. Ah, y en casarse. Otra vez. La sexta. Pero esta vez Enrique no buscó fuera de Inglaterra, ni escogió a una hija. La elegida fue una rica mujer inglesa que ya había tenido dos maridos y que formaba parte de la corte de la Princesa María, la hija del rey. Tenía treinta años, y ya había sido Lady Burgh y Lady Latimer, y si el rey no se hubiera adelantado, quizá se hubiera convertido en Lady Seymour, pues había establecido cierta relación romántica con el hermano de Juana Seymour, Thomas. Ah, y era protestante, hasta la médula. Aunque lo llevaba muy en secreto, que en aquellos tiempos a los protestantes en Inglaterra se los quemaba. Así que dejó de lado su relación con Seymour, y el 12 de Julio de 1543, Enrique y su tercera Catalina se casaban en Hampton Court. Sí, otra Catalina. Esta vez, Catalina Parr. Si Catalina Howard había sido casi una niña, Catalina Parr era ya una mujer con experiencia, que había tenido una vida merecedora de su propia serie de televisión. Durante mucho tiempo se pensó que Catalina Parr, con sólo doce años, se había casado un viejo lunático llamado Sir Edward Bourgh, pero con el tiempo se ha descubierto que esto era un bulo o una confusión, y que realmente su primer marido había sido Edward Bourgh... pero no el anciano loco, sino su nieto. El matrimonio duró cuatro años y puede ser que el joven Bourgh hubiera heredado parte de las particularidades de su abuelo. Aunque no queda nada claro, moriría con apenas veinticinco años. Un año después de enviudar, Catalina contraía matrimonio con Sir John Neville, un apellido de alto copete en Inglaterra y emparentado con los Lancaster y los York. John Neville era el Barón Latimer, así que Catalina se convirtió en Lady Latimer. Lord Latimer era un hombre del norte, y un furibundo detractor del divorcio de Enrique, de su matrimonio con Ana, de la reforma inglesa y católico de pro, que ya llevaba dos esposas antes de que Catalina llegara a su vida. Latimer tuvo una participación discutida en la Peregrinación de Gracia, a veces parece que participó, a veces parece que le obligaron, pero el caso es que terminó siendo acusado de traidor, fue retenido por el Duque de Norfolk durante las purgas que siguieron a la rebelión norteña, y finalmente condenó públicamente a Aske y sus seguidores, aunque no consiguió con ello quitarse de encima a Cromwell, que pasó parte de sus últimos años dando por saco a Latimer (entre muchos otros) y señora. Así que el final de Cromwell no debió entristecerles demasiado, aunque Lord Latimer no lo disfrutaría mucho, ya que él mismo moriría en 1542. Como hemos visto antes, la viuda pasaría a formar parte de la corte de la princesa María, y de ahí a ser reina de Inglaterra. Y de Irlanda, por cierto, que Catalina Parr fue la primera reina de Inglaterra en serlo también de la isla vecina.

EL NACIMIENTO DE ROMA (III)

Y es que... en todo este tiempo, ¿qué ha pasado con los Etruscos? ¿Es que nadie piensa en los Etruscos?                Los etruscos ll...