domingo, 14 de abril de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (XI Y ÚLTIMO)


Catalina debió ser una tía maja, se preocupó mucho porque Enrique volviera a entablar relación con sus hijas, María e Isabel, y de hecho, en 1543, volvieron a encontrarse en la línea sucesoria, por detrás de su hermano Eduardo. Además, Catalina era una mujer culta, de las de leer libros por gusto, y más que humanista, con los años se había convertido en una firme protestante, que veía insuficientes los cambios realizados en la Iglesia Inglesa, y parece que influyó en Enrique para que diera un giro más hacia la reforma... Pero no tanto como para que la mandaran a la hoguera. De todas formas, después de su pequeña victoria en Escocia, Enrique estaba que se comía el mundo, así que continuó con sus planes conjuntos con Carlos para invadir Francia, y en 1544 las fuerzas británicas cruzaron el Canal de la Mancha, divididos en dos grupos. Uno, bajo el mando del duque de Norfolk se dirigió hacia Montreuil, sitiando la ciudad sin mucho éxito. Otro, bajo el liderazgo del duque de Suffolk, se dirigió hacia Boulogne, cuyo asedio comenzaría el 19 de Julio, dirigido por Brandon, que un par de semanas después cedió el mando a Enrique, que había llegado desde Inglaterra para ponerse al frente del asedio, dejando atrás a Catalina Parr, convertida en reina regente. A principios de Septiembre, los ingleses consiguieron entrar en la ciudad, aunque los franceses se mantuvieron firmes en la ciudadela hasta el 13 de Septiembre, cuando finalmente se rindieron, obteniendo así Enrique una de sus grandes victorias.

Catalina Parr, en un retrato obra de un autor desconocido. Los tuvo muy bien puestos para casarse con Enrique después de la trayectoria que había llevado...

              
Y ahí es cuando se volvió a demostrar que los reyes del momento eran unos cachondos. Enrique estaba de subidón, pidió a Carlos V que se reunieran en París para tomar la ciudad... y Carlos le dijo que no. Desde el comienzo de la Guerra Italiana había habido ostias de todos los colores entre los hispano/alemanes y los franceses. Ostias en los Países Bajos, ostias en el norte de Italia y la Provenza (aquí además participó Solimán, enviando al propio Barbarroja, que junto a los franceses, puso bajo asedio Niza, que era posesión imperial), y finalmente, se había lanzado personalmente a la conquista de Francia, al igual que había hecho Enrique, dividiendo sus fuerzas en dos. Una la dirigía Ferrante Gonzaga, virrey de Sicilia, se reunió en Luxemburgo, y la segunda, al mando del propio Emperador, lo hizo en el Palatinado. Ambas se reunieron en Saint-Dizier, pero la ciudad resistió mucho más de lo que el Emperador había esperado, y aunque terminó capitulando, rompió la planificación imperial y costó mucho más dinero de lo que al parecer podían permitirse, porque aunque tras la caída de Saint-Dizier los imperiales pudieron marchar hacia París, Carlos envió una carta a Enrique para consultarle sobre si debían seguir la guerra o hacer la paz por separado. Quizá el correo se retrasó, pero para cuando Enrique recibió la carta, la paz entre Francia y el Imperio ya se había firmado, y de pronto Enrique se encontró cambiando las tornas en Boulogne. Los franceses habían vuelto, y se sitiador, se había convertido en sitiado. El Delfín (que no era un mamífero marino rebotado y diciendo Sparky quiereeeeeee.., sino el heredero al trono francés) levantó el asedio de Montreuil, echando a Norfolk hacia Boulogne, y antes de que se cerrara el cerco sobre la ciudad, Enrique decidió volver a Inglaterra, dejando al mando de la defensa de Boulogne a ambos duques, Norfolk y Suffolk. Los dos se pasaron las órdenes por el forro, y salieron de Francia poco después, dejando a la armada británica bloqueada en Calais y a poco más de cuatro mil hombres haciendo lo que podían para defender Boulogne. Que por cierto, no lo hicieron mal, ya que rechazaron el asedio francés, y de hecho, la ciudad seguiría en posesión inglesa durante los siguientes ocho años.

               Enrique debió llegar a casa calentito. Su salud llevaba años sin ser buena, sufría continuos dolores por las heridas causadas en una pierna por una vieja caída de caballo y que nunca habían terminado de curar. Había desarrollado obesidad, y quizá escorbuto por falta de alimentos frescos, especialmente frutas y verduras. Y quizá padecía algún desorden mental y hormonal. Y le habían dado de ostias en Francia. Ah, y además Escocia volvía a resistirse. El matrimonio entre Eduardo y la reina María de Escocia se había ido retrasando, y finalmente las hostilidades se habían reiniciado a mediados de 1544, con el Duque de Hertford, Lord Edward Seymour (sí, hermano de la reina Juana) al frente. Hubo varios encontronazos entre ingleses y escoceses, y estos se tomaron la revancha por la derrota de Solway Moss en Febrero de 1545, después de que Hertford le pegara fuego a Edimburgo. Sus hombres, dirigidos por Sir Ralph Eure y Sir Brian Layton continuaron asolando las tierras escocesas como sólo los ingleses saben hacer (saltando desde los balcones y esas cosas), y haciendo el cafre hasta conseguir que dos enemigos que parecían irreconciliables, el Conde de Arran y el Conde de Angus, dejaran a un lado sus diferencias personales para aplicar ostias escocesas por doquier. Se encontraron en Ancrum, en la frontera, y los escoceses les pegaron una paliza épica a los ingleses, cargándose a sus dos líderes, tomando casi mil prisioneros y mandando a los supervivientes al sur boquiabiertos preguntándose de dónde les habían caído las ostias. Francisco de Francia envió ayuda, pero de momento las hostilidades se detuvieron. En Septiembre de 1545, Herford fue enviado a Calais, parecía que los problemas con Francia iban a estallar de nuevo, pero todos los que habían participado en la Guerra Italiana se lo pensaron mejor, y finalmente se firmó el tratado de Ardres. La guerra había vaciado las arcas de Francia y de Inglaterra, y dentro de la paz que se firmó, los franceses incluyeron cláusulas sobre Escocia, que los ingleses se comprometieron a "no atacar sin causa".

Una pintura de Hans Holbein en los últimos años de gobierno de Enrique VIII y que ilustra muy bien cómo estaban las cosas. En el centro, están Enrique, la difunta Juana Seymour y el Príncipe Mofletes, Eduardo, representando lo que se sería la auténtica familia real, con el rey, su heredero y la madre de este. A  su derecha, pero fuera del espacio marcado por las columnas, está María, su primogénita, hija de Catalina de Aragón, y en la misma situación, a la izquierda, Isabel, la hija de Ana Bolena, que eran de la familia, pero como los cuñados en Nochevieja... porque no hay más remedio. 


               Así que como hemos dicho antes, Enrique debía estar calentito. Y cuando una vez en Inglaterra, se encontró con que en su ausencia, Catalina se había mostrado "demasiado protestante" para el gusto de algunos de los notables del reino, entre los que estaba el Arzobispo de Winchester, Stephen Gardiner, que había desarrollado cierto gusto por quemar protestantes, y que junto a su amiguete, el canciller Thomas Wriothesley, conde de Southampton, que se había hecho famoso por torturar a una famosa mártir protestante, Anne Askew, comenzaron a malmeter a Enrique contra Catalina. El hecho de que Catalina hubiera estado próxima a Thomas Seymour, hermano de Lord Hertford, con el que Wriothesley estaba enfrentado, tampoco ayudaba a la estabilidad de la reina y de Inglaterra, que de pronto volvía a verse con un rey que volvía a encontrarse dividido entre dos facciones. Y a todo esto, en 1545 moría Charles Brandon, el Duque de Suffolk, dejando viuda a su última esposa, Katherine Willoughby. Sí, Willoughby. ¿Os suena, verdad? Claro, porque ya hemos hablado de ella antes, Katherine Willoughby, Duquesa Viuda de Suffolk, era la hija de aquella María de Salinas que había llegado a Inglaterra junto a Catalina de Aragón, la mujer que se había colado en su encierro de Kimbolton para consolar a la reina en sus últimos días de vida.  Katherine había sido la pupila de Suffolk, y luego finalmente se había convertido en su esposa. Y ahora, según se rumoreaba, Enrique había puesto sus ojos en ella.

               Se dio orden de detener a Catalina Parr, pero la reina consiguió reconciliarse con el rey antes de que la cosa llegara a mayores. Sería "menos protestante". Pero la solución no duraría mucho, y Enrique estaba preparando de nuevo la detención de su esposa cuando...

               Murió.

               Probablemente a causa de su obesidad, la vida de Enrique VIII llegaba a su fin el 28 de Enero de 1547 en el palacio de Whitehall. Como había deseado, fue sucedido por un hombre, su hijo Eduardo, que subiría al trono como Eduardo VII, y fue enterrado junto a Juana Seymour, ¿quizá la mujer a la que más había amado? ¿Quizá un capricho más de un rey que no había terminado de tener nunca la cabeza en su sitio? A saber. El caso es que Catalina Parr sobrevivió. De chiripa, pero sobrevivió. Para casarse con Thomas Seymour, con el que ya había mantenido una relación antes de casarse con Enrique. Y también le sobrevivió Ana de Cleves, la reina repudiada, que vivió una vida larga y tranquila en Inglaterra, lejos de los conflictos europeos y de las movidas de la corte de los Tudor.
               Y eso son otras historias.
              


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