domingo, 7 de abril de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (X)


Enrique tenía dos pasiones en la vida, ya lo hemos visto varias veces. Una eran las mujeres, y ya había decapitado a dos. Y luego estaba la guerra. Que por cierto, no se le daba muy bien. Si os habéis dado cuenta, la mayor parte de todo lo que hemos visto de Enrique han sido cuestiones puntuales en Francia, y preparativos para la guerra con el Imperio, luego con Francia, luego con el Imperio, luego otra vez con Francia... Pero mientras en el continente había ostias cada dos días, Inglaterra no se había implicado en nada fuera de sus fronteras desde los tiempos de Catalina de Aragón. Así que el rey quizá buscaba una forma de abordar la crisis de los cincuenta recordando sus años jóvenes implicándose en una guerra europea. Y en esos años, volvía a ser amigo de su ex sobrino Carlos, y a tenerle tirria horrible a Francisco de Francia, de modo que se puso del lado del Emperador en la llamada "Guerra Italiana". ¿Y qué era la Guerra Italiana?

               La bomba, lo vais a flipar.

               Por un lado, estaba Carlos V, el Emperador. Mandaba en Alemania y Austria (más o menos, que tenía sus cosillas con los protestantes), en España, dominaba todo aquello que iba llegando desde el Nuevo Mundo, era el titular de Borgoña, y reinaba también sobre Flandes, Nápoles, Sicilia y Cerdeña. Y a su lado, Enrique. Nuestro Enrique. Los dos se habían querido crujir a ostias más de una vez, pero estaban dispuestos a dejar sus encontronazos a un lado para hacer frente a...

Un retrato de Solimán el Magnífico obra de Tiziano. Debajo del turbante está el peor enemigo de la Cristiandad, Voldemort.

               La alianza más rara de toda la puta historia, que deja el pacto entre los nazis y la Rusia de Stalin en una anecdotilla ideológica. Allí estaba Francisco I de Francia, mucho más joven que  había pasado toda su puñetera vida compitiendo con este segundo, preocupado porque Carlos consiguiera cerrar un puño alrededor de Francia y les exprimiera el eau de parfum. En un momento en el que desde Roma se pedía unidad para hacer frente a los turcos que ya estaban que se comían todo lo que se les ponía por delante, Francisco se pasó el catolicismo por el forro y tocó los huevos todo lo que pudo, impidiendo que el Emperador pudiera centrarse en Alemania, o en hacer frente a los Otomanos, que ya habían ocupado el centro de Europa y cercado la mismísima Viena. Y a su lado, ni más ni menos que el sultán otomano, el mismo Suleiman I, más conocido como Solimán el Magnífico. Turco, musulmán... en aquellos momentos, poco menos que el Anticristo. O poco más, según a quien le preguntaras. ¿Y cuál era el motivo de tan insólita alianza?

               Carlos y Francisco llevaban años tirándose los trastos a la cabeza, una y otra vez, por docenas de causas distintas. Se habían enfrentado en Italia en los años veinte, Francisco había estado prisionero en Madrid, se había propuesto el matrimonio entre la hija del Emperador, María de Austria, y el hijo pequeño del rey francés, Carlos de Orleáns. La idea es que ambos gobernaran sobre un estado propio, formado por los Países Bajos y Borgoña, y a cambio, Francisco renunciaría de una puta vez a los ducados de Milán y Saboya (que ya había renunciado a ellos dos veces, en Madrid y en Cambrai, pero debe ser que se pensaban que a la tercera iba a ir la vencida). Las negociaciones se liaron, y Francisco comenzó a buscar aliados en Europa, entre ellos, curiosamente, al hermano de Ana de Cleves, el duque de Cleves, William el Rico, que cerró el pacto casándose con la sobrina del rey francés, y a través de él trató de llegar a un acuerdo con la Liga de Esmalcalda, un grupete que se habían montado los príncipes protestantes del Imperio,  pero Carlos estuvo hábil y cerró un acuerdo con los príncipes alemanes, así que en previsión de una posible guerra por el asunto de Milán, Francisco se encontró con que su único aliado posible era el más férreo enemigo del Emperador, o sea, los otomanos. Y Francia terminó declarando la guerra al Imperio el 12 de Julio de 1542.

               Dentro de este contexto, Enrique y Carlos comenzaron a planificar la invasión de Francia para 1543, pero antes, Enrique tuvo que hacer frente a una cuestión "doméstica", y es que históricamente, Francia y Escocia habían sido aliados. Así que para poder plantearse un asalto a Francia, Enrique tenía que cubrirse las espaldas en el norte. Y para allá que se fueron Enrique y su ejército. La verdad es que en principio, la guerra no parecía que fuera a durar mucho. Ingleses y escoceses se encontraron en la frontera de ambos países el 24 de Noviembre de 1542, en la batalla de Solway Moss, y allí mismo murió el rey de Escocia, Jacobo V, de la familia Stuart (conocidos aquí como los Estuardo). Enrique pensaba ocupar él mismo el trono escocés, pero resulta que seis días antes de la batalla, la mujer del rey Jacobo, la reina María de Guisa (francesa, hija del duque Claude de Lorena y de su esposa, Antoinette de Borbón), había dado a luz a una niña, a la que llamaron María y que era la reina legítima de Escocia. Enrique no se atrevió a destronar a la niña, pero comenzaron las negociaciones para que contrajera matrimonio con el joven Eduardo, de modo que a su matrimonio se unieran por fin las coronas de Inglaterra y Escocia, y en principio, los escoceses aceptaron... aunque luego se lo fueron pensando mejor. Ellos seguían siendo partidarios de Francia, tenían atragantados a los ingleses, y no tenían ninguna intención de salirse del catolicismo, que empuñaban ni más ni menos que de una forma casi beligerante contra Inglaterra. Pero bueno, de momento, dijeron que se lo iban a pensar. En Facebook, pusieron "Relación con Inglaterra: Es complicado".

Un retrato de María de Guisa obra de Cornaille de Lyon que se conserva en la National Galleries of Scotland. Así, con la mirada de saber cosas, supo tocarle las narices a base de bien al mismísimo Enrique VIII. 


               Así que pensando que tenía el norte de su lado, Enrique pudo empezar a pensar de nuevo en invadir Francia. Ah, y en casarse. Otra vez. La sexta. Pero esta vez Enrique no buscó fuera de Inglaterra, ni escogió a una hija. La elegida fue una rica mujer inglesa que ya había tenido dos maridos y que formaba parte de la corte de la Princesa María, la hija del rey. Tenía treinta años, y ya había sido Lady Burgh y Lady Latimer, y si el rey no se hubiera adelantado, quizá se hubiera convertido en Lady Seymour, pues había establecido cierta relación romántica con el hermano de Juana Seymour, Thomas. Ah, y era protestante, hasta la médula. Aunque lo llevaba muy en secreto, que en aquellos tiempos a los protestantes en Inglaterra se los quemaba. Así que dejó de lado su relación con Seymour, y el 12 de Julio de 1543, Enrique y su tercera Catalina se casaban en Hampton Court. Sí, otra Catalina. Esta vez, Catalina Parr. Si Catalina Howard había sido casi una niña, Catalina Parr era ya una mujer con experiencia, que había tenido una vida merecedora de su propia serie de televisión. Durante mucho tiempo se pensó que Catalina Parr, con sólo doce años, se había casado un viejo lunático llamado Sir Edward Bourgh, pero con el tiempo se ha descubierto que esto era un bulo o una confusión, y que realmente su primer marido había sido Edward Bourgh... pero no el anciano loco, sino su nieto. El matrimonio duró cuatro años y puede ser que el joven Bourgh hubiera heredado parte de las particularidades de su abuelo. Aunque no queda nada claro, moriría con apenas veinticinco años. Un año después de enviudar, Catalina contraía matrimonio con Sir John Neville, un apellido de alto copete en Inglaterra y emparentado con los Lancaster y los York. John Neville era el Barón Latimer, así que Catalina se convirtió en Lady Latimer. Lord Latimer era un hombre del norte, y un furibundo detractor del divorcio de Enrique, de su matrimonio con Ana, de la reforma inglesa y católico de pro, que ya llevaba dos esposas antes de que Catalina llegara a su vida. Latimer tuvo una participación discutida en la Peregrinación de Gracia, a veces parece que participó, a veces parece que le obligaron, pero el caso es que terminó siendo acusado de traidor, fue retenido por el Duque de Norfolk durante las purgas que siguieron a la rebelión norteña, y finalmente condenó públicamente a Aske y sus seguidores, aunque no consiguió con ello quitarse de encima a Cromwell, que pasó parte de sus últimos años dando por saco a Latimer (entre muchos otros) y señora. Así que el final de Cromwell no debió entristecerles demasiado, aunque Lord Latimer no lo disfrutaría mucho, ya que él mismo moriría en 1542. Como hemos visto antes, la viuda pasaría a formar parte de la corte de la princesa María, y de ahí a ser reina de Inglaterra. Y de Irlanda, por cierto, que Catalina Parr fue la primera reina de Inglaterra en serlo también de la isla vecina.

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