miércoles, 27 de febrero de 2019

UN PARÉNTESIS PARA LA REFORMA


Hagamos un breve paréntesis antes de seguir adelante con Enrique VIII, Catalina de Aragón, Ana Bolena y todos sus amiguetes, y es que para entender hasta que punto era importante el divorcio entre Enrique y Catalina y la ruptura del rey de Inglaterra con Roma, tenemos que echar un vistazo a lo que estaba ocurriendo en el resto de Europa. Y es que los ofendiditos habían llegado.

               Echemos la vista atrás. En Alemania, que por aquellos entonces se llamaba "El Sacro Imperio Romano-Germánico", los partidarios del Papado y del Imperio llevaban dándose de tortas, simbólicas o reales, desde el siglo XI más o menos, con la llamada Querella de las Investiduras, que en resumen fue un conflicto legal, político y militar en el que los partidarios del Papa Gregorio VII y del Emperador Enrique IV se dieron de metafóricas ostias por el nombramiento de los obispos. Es decir, el Papa afirmaba que el derecho del nombramiento de los obispos era potestad papal, y Enrique decía que leches, que a los obispos dentro del territorio del Imperio los nombraba él. El conflicto se extendió casi por cincuenta años y abarcó a varios Papas, Antipapas y emperadores, pero para lo que a nosotros nos interesa basta decir que el conflicto religioso era algo intrínseco al Imperio desde muchos años atrás. Muchos, muchos años.

La Humillación de Canosa según el pintor Carlo Emanuelle. El Emperador Enrique IV contra el Papa Gregorio VII, Imperio vs Iglesia, Round 1. Quedaban muchos por delante. 


               Para el siglo XVI la Querella de las Investiduras estaba más que dejada atrás, y Alemania, al igual que gran parte del occidente europeo de la época, estaba viviendo un entorno cultural conocido como "Humanismo", del que ya hemos hablado antes al referirnos a Catalina de Aragón, Juan Luis Vives o Tomás Moro. El Humanismo como tal es una de las facetas del Renacimiento que habían supuesto los siglos XIV y XV (los famosos Cuatrocento y Quincuecento), que había irradiado desde Italia hacia el resto de Europa, arraigando con especial profundidad en las grandes ciudades burguesas del norte, que se repartían en gran parte por lo que era el territorio imperial y que hoy se distribuyen entre Bélgica, Holanda y, claro, Alemania. Los Papas de Roma fueron grandes mecenas del Renacimiento, y es indiscutible que nombres como Leonardo, Miguel Ángel o Rafael (y no me refiero a las Tortugas Ninja, me refiero a los originales) no hubieran alcanzado el reconocimiento que tuvieron en la historia de no haber sido por Alejandro VI, Julio II, Sixto IV y el resto de los Pontífices de ese tiempo. Pero el Papado era una institución que en aquel momento estaba completamente corrupta, hasta el punto de que se podría hacer una versión de Narcos que si titulara "Papas". A lo largo de la Edad Media el Papado se había convertido en lo que ellos llamaban "una institución temporal", es decir, que tenía poder real, dominando una serie de territorios propios en el centro de Italia e influyendo en la política exterior de toda Europa. Dentro de la Curia había habido asesinatos, violencia, conflictos... Las familias más poderosas primero de Roma y luego de Italia se habían hecho con el control absoluto del Papado, que pasaba de una a otra: Medici, Colonna, Orsini, Della Rovere... Son apellidos que se repiten Papa tras Papa, y le prevaricación, el nepotismo y la corrupción eran institucionales en Roma... Los políticos de hoy, unos aprendices.

               Total, que a la gente del siglo XVI se le fueron hinchando las narices con los temitas de la Iglesia, que al final terminaban diciendo a unos y a otros "sed buenos, dad limosna, ayudad a los pobres, sed castos..." pero daban un ejemplo totalmente contrario. Para que os hagáis una idea de por dónde iban los tiros, una de las fuentes de beneficios histórica de la Iglesia era la venta de Indulgencias, o sea, que si tenías el dinero suficiente, podías comprarte el perdón o el permiso por haber cometido o para cometer determinados pecados que no estaban al alcance de todos. Hemos visto un ejemplo al hablar del matrimonio entre Catalina de Aragón y Enrique VIII, que tuvo que recibir un permiso especial que fue obra del Papa Julio II, pero este comercio del pecado se extendía mucho más allá. Las Indulgencias permitían por ejemplo comer carne durante la Cuaresma. Y poco a poco esto se les fue haciendo bola.

Julio II, según el pintor Rafael. Sí, el que dio nombre a la Tortuga Ninja. Este fue el Papa que dijo "Sí" a la boda entre Enrique VIII y Catalina de Aragón. Le llamaban "El Papa Guerrero", porque hizo algo muy santo, que fue meter a Roma en todo conflicto europeo que se le pasaba por delante. 


               La situación estalló cuando en 1517, un monje agustino llamado Martín Lutero, que llevaba ya algún tiempo predicando contra las indulgencias y la corrupción de la Iglesia, se plantó en las puertas de la Iglesia del Palacio de Wittenberg, en cuya universidad enseñaba, y según la tradición clavó allí sus Noventa y Cinco Tesis. Básicamente Lutero decía que mucho oro y mucho mármol y mucha indulgencia y mucho Papa y mucho latín, pero que en el Evangelio no se hablaba de nada de todo eso y que la Iglesia debía volver al camino original del que se había apartado en algún momento. Y esto cayó de diferente manera según quien lo viera. En Roma, a cuerno quemado. Pero a los habitantes de las ciudades alemanas en las que el Humanismo se había hecho fuerte y que además veían sus poderes recortados por la presión del Papa y del Emperador... para ellos fue música celestial. Desde Roma se dijo que Lutero era un hereje y que había que quemarle, pero el Príncipe de Sajonia, Federico el Sabio, en cuyos dominios enseñaba y vivía Lutero, dijo que flautas. Y Lutero se desquitó diciendo que los herejes eran ellos, y que rebota, rebota y en tu culo explota, solo que más currado. El Imperio se fue separando de nuevo, como lo había estado durante la Querella de las Investiduras, pero es que encima el Emperador no estaba como para poner orden, pues entre Francia y los Turcos le tenían las manos ocupadas. Y las cosas llegaron a las manos, que no se quedó en una cosa doctrinal, y el Imperio terminó como si fuera Puerto Urraco.

El retrato más famoso de Martín Lutero, obra de Lukas Cranach el Viejo. No tenía twitter, pero tenía papel y cuchillos... 


               Quizá en otra ocasión profundicemos en cómo se gestionó esta crisis, pero de cara a lo que nos ocupa ahora, que es la ruptura de Inglaterra con Roma, vamos a saltar hasta 1530, cuando Carlos V consiguió que los Turcos y los Franceses le dieran un respiro y convocó una Dieta en la ciudad de Augsburgo para poner en orden el Imperio. Por cierto, una Dieta no era que obligara a los ciudadanos de Augsburgo a tomar agua, lechuga y semillas de chía, sino que era el nombre que recibía en Alemania la reunión de los dirigentes políticos y eclesiásticos de los grandes dominios feudales y las ciudades. El objetivo era limar asperezas entre unos y otros, pero nadie fue con espíritu conciliador, y en ausencia de Lutero, al que Federico de Sajonia prefería tener guardadito por si las moscas, su enviado, Philipp Melanchthon (que entre otras cosas, sería el creador del concepto "psicología"), mandó a tomar por culo a sus adversarios. Así que de nuevo se llamaron herejes los unos a los otros, la Dieta se disolvió, el Emperador no pudo hacer nada... y la unidad religiosa del Imperio se quedó hecha un cisco.

               El problema de los protestantes se extendió más allá del Imperio, claro. Desde muy pronto, Lutero contó con apoyos en Suiza, donde sus ideas incluso se radicalizaron en manos de personajes como Ulrich Zwinglio o Juan Calvino, y más adelante, Francia tendría también que hacer frente al problema (y lo hicieron con sangre, mucha sangre y más sangre, por cierto). En 1521, mucho antes de que las cosas estallaran del todo por los aires, el propio Enrique VIII había escrito una defensa del catolicismo llamado "La Defensa de los Siete Sacramentos", que le había valido el cariño eterno del Papa León X y el título de "Defensor de la Fe"...

               Y con este panorama de ruptura generalizada en Europa, Enrique VIII pasaba de títulos y de defensas, y poniéndose el mundo por montera se divorciaba de Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena.

domingo, 24 de febrero de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (III)


Como ya habíamos hablado, los Bolena eran una familia de la nobleza británica sin mucho peso en sí mismos, pero Thomas Bolena había conseguido un buen matrimonio, casándose con Lady Elizabeth Howard, hermana de Thomas Howard, el tercer duque de Norfolk, que si que era una de las cabezas más prominentes del reino. Del matrimonio de Thomas Bolena y Elizabeth Howard llegaron tres hijos a la edad adulta, ya hemos hablado brevemente de María y de Ana, tras ellas, nacería el único varón de la familia, Jorge Bolena. De los tres hermanos, evidentemente la más relevante para la historia sería Ana, y con ella vamos a continuar.

Ana Bolena en un retrato de época. Mirad la "B" del cuello. No, Galería del Coleccionista tampoco ha inventado nada. 


               Ana Bolena había vuelto a Inglaterra de la corte de Francisco I y Claudia de Francia hacia 1522, cuando en rey Enrique ya comenzaba a cansarse del romance que mantenía con la hermana de esta, María, y cuando ya todo el mundo en Inglaterra dudaba de que Catalina fuera a darle un heredero varón a la corona inglesa. Y es que los precedentes dinásticos en lo que a herederas femeninas se refiere, eran peligrosos, recordemos la llegada de los Plantagenet al trono británico y la guerra civil causada por la falta de hijos varones de Enrique I. Por lo que sabemos, hacía ya años que Catalina de Aragón, que contaba ya con unos treinta y siete años, no había tenido embarazos, pero Enrique se veía lo bastante machote como para engendrar aún un buen puñado de herederos al trono si encontraba la mujer adecuada con la que hacerlo. La verdad es que no sabemos cómo ocurrió, qué ocurrió o cómo lo hizo, pero Ana Bolena, que en eso estuvo bastante avispada, consiguió enredar a Enrique VIII, que por lo que sabemos terminó colgado hasta las médulas de ella. Enrique la nombró amante oficial del rey (o amiga entrañable, si utilizamos la terminología moderna), más de lo que habían conseguido amantes anteriores, como Bessie Blount o María Bolena, pero Ana no se detuvo allí, había puesto sus objetivos en una posición más alta. Quería ser reina.

               Y llega el momento de presentar a uno de los principales actores de lo que fue aquel periodo de la historia en Inglaterra, el cardenal Thomas Wolsey, que al parecer tenía en común con Ana Bolena sus ganas de ascender socialmente. Él no quería ser reina, pero llegó a convertirse en la persona más influyente del reino. No tenemos claro si Wolsey era hijo de un carnicero o de un comerciante de telas, pero fuera como fuera, encontró en la carrera eclesiástica la manera de ascender en la sociedad, y a partir de 1507, se incorporó al servicio de Enrique VII, pasando a formar parte del consejo privado de Enrique VIII cuando este se convirtió en rey en 1508. No tardó en desplazar al resto de los consejeros, jugándosela a unos y otros y bailándole el agua al rey y al Papa hasta que en 1515 fue nombrado Lord Canciller. Wolsey participó de todas las decisiones políticas de Enrique VIII, pero él solito se metió en un fango peligroso al intentar moverse entre tres aguas: Francia, España y el Papado, influyendo en el cacao político y militar que hemos visto antes, con Enrique liándose a hostias con Francia, declarando luego su amistad eterna al rey Francisco, y volviendo luego a contactar con el Emperador Carlos para declararle de nuevo la guerra a los franceses. El cardenal por un lado trataba de acercar a Enrique VIII y Francisco I, mientras por otro lado preparaba el matrimonio de la joven María con el emperador Carlos V, y hacía que el Legado Papal, el Cardenal Campeggio, tuviera que esperar dos años para poder entrar en Inglaterra, sólo porque podía hacerlo. Así las gastaba Wolsey. Y la aparición de Ana Bolena reventó aquella telaraña,

El Cardenal Thomas Wolsey, pintado por un maestro anónimo. Que el perfil y los ojos así como de pez no os engañen... fue una de las mentes más audaces y complejas de su época. 


               Como hombre de confianza de Enrique VIII, Thomas Wolsey recibió el encargo de tratar con la Santa Sede la cuestión del matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Al parecer, lo primero que intentaron fue que Catalina se retirara a un convento, pero la reina se negó en redondo, que ella era hija de Isabel la Católica, y que era reina de Inglaterra. El convento para otras. Lo que Wolsey y Enrique pensaban que iba a ser un pequeño movimiento interno en Inglaterra, se convirtió de pronto en una cuestión que trascendería a todas las Cancillerías europeas. Hoy hubiera abierto los telediarios: "¡El rey de Inglaterra intenta repudiar a su esposa!". "Catalina se planta". "Bolena o Aragón, ¿y tú de quien eres?". Y el problema era gordo, de cojones. Los turcos estaban prácticamente en las puertas de Viena, el Papa estaba intentando reunir a todos los reyes de la cristiandad para pegarse con ellos en la puerta del cole. Francisco I de Francia estaba fuera del tablero de negociaciones, se llevaba tan mal con Carlos V que prefería pactar con los turcos a aliarse con este, así que los únicos que podían mover el cotarro eran Carlos y Enrique... Y Wolsey que no sabía para donde moverse. Enrique puso a su gente a moverse, e incluso encontraron un fundamento de derecho canónico que quiso utilizar para disolver su matrimonio (que yo me imagino a Ana Bolena diciéndole algo así como hasta que no sea reina no mojas), y es que en la Biblia, entre otras muchas cosas bonitas y alentadoras, cuando se habla de mujeres que se convierten en sal, fuego que cae del cielo y cuervos que sacan ojos, se dice que el matrimonio de un hombre con la mujer de su hermano está maldito por Dios. Lo que pasa que lo que pone en la Biblia los Papas lo pueden contravenir, el que en aquellos momentos era el Papa, consideró que prefería llevarse bien con el sobrino de Catalina de Aragón que con el rey de Inglaterra. Y es que Carlos V tenía entre sus posesiones prácticamente la totalidad de Italia, más allá de las ciudades-estado y los propios Estados Pontificios. Sicilia, Nápoles, Milán, Siena... El norte y el sur de Italia estaban en manos del Emperador, dejando al Papado entre ellos. De hecho, en 1527, el propio Papa se había tenido que esconder en el Castillo de Sant'Angelo durante siete meses mientras españoles, italianos y alemanes alistados por el Imperio saquearon Roma. Así que a pesar de los intentos de Wolsey de que en Roma se disolviera el matrimonio entre Catalina y Enrique, en Roma no estaban por la labor de llevarle la contraria a Carlos. Wolsey debió de ver que se le acercaba un marrón importante cuando Enrique decidió pasar de él y enviar a un nuevo mensajero a Roma, su propio secretario personal, William Knight, pero tuvo poco éxito, y Wolsey trató de recuperar el control de la situación con sus propios enviados, pero nada. Clemente VII siguió en sus trece, y aunque nombró una serie de comisiones de investigación sobre la bula de Julio II y el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina, los años pasaban y Enrique no conseguía la disolución de su matrimonio, y de hecho, en 1530 se determinó que nada de nada. Que el matrimonio entre Enrique y Catalina era legítimo y que no se disolvía. Que estaban casados, y que si Ana quería ser reina, que fuera la reina de su casa. Wolsey había sido apartado del rey en 1529, sustituido por un humanista del calibre de Tomás Moro, amigo personal de Catalina, quizá pensando en que él podría hacerla meditar y apartarse... Pero que no, que no. Que reina. Y punto.

Clemente VII, el Papa que dijo que nones a Enrique y Ana Bolena. Que por cierto, se puso muy cabezota con ellos, pero él mismo era el hijo de Juliano de Medici y de una de sus amantes... Muy de Papas del Renacimiento, que fueron un culebrón... ya hablaremos de esto, ya. 


               Wolsey, que se quedó sin casas y sin posesiones (Enrique decidió de hecho trasladarse del palacio de Westminster a la residencia de Wolsey, Hampton Court), fue exiliado al Yorkshire, pero finalmente se le acusó de traición y fue llamado de vuelta a Londres, pero murió por el camino, a la altura de Leicester. El conflicto se extendería tres años más, aunque ya en 1530 Catalina fue expulsada de la corte inglesa y encerrada primero en el castillo de More, y luego en el de Kimbolton. Sería finalmente Thomas Cranmer, cercano al entorno de los Bolena y nombrado Arzobispo de Canterbury a la muerte de William Warham quien terminaría declarando nulo el matrimonio. Lo que provocaría la ruptura entre la Iglesia de Roma e Inglaterra.

miércoles, 20 de febrero de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (II)


En el capítulo anterior dejábamos a Enrique y a Catalina, H y K, enamorados hasta las trancas y disfrutando de su amor juvenil. Las alegrías llegarían pronto, y es que ya en 1510 la reina Catalina anunciaba que estaba embarazada. A día de hoy con un positivo en el predíctor a más de uno y de una le da un aneurisma, pero entonces era como llegar a la meta en una carrera de fondo. Y es que uno de los principales objetivos de los reyes era siempre la sucesión, tener hijos y más hijos (las hijas les gustaban menos, daban más problemas a nivel sucesorio) que asegurasen la estabilidad dinástica. Además, hay que tener en cuenta otra cosa. Catalina era la viuda de Arturo, el hermano de Enrique, por lo que para que su matrimonio pudiera realizarse hizo falta una dispensa papal y que Catalina argumentara que su boda con Arturo no se había... ejem... consumado. Que seguía siendo virgen, vaya. La virginidad de Catalina en aquellos momentos había sido una cuestión de estado, pero ahora, ocho años más tarde, tenía que demostrar su fertilidad, y ya, con veinticinco años, no era ninguna jovencita.


Una muy joven María de Francia, luego María de Suffolk. 

Pero la felicidad no dura mucho en la casa del pobre, ni en la del rey, y la primera niña del matrimonio, de la que no nos consta siquiera el nombre, nació muerta. Daría a luz a más niños en 1511, 1513 y 1514, en los tres casos varones, y en los tres casos, recibirían el nombre de su padre, Enrique. El más longevo de ellos fue el primero, que vivió algo más de un mes y medio, los demás murieron a las pocas horas. De hecho, hasta el 18 de Febrero de 1516 no nacería la que sería la única hija superviviente del matrimonio entre Enrique y Catalina, una niña a la que llamaron María, en honor a una de las hermanas de Enrique, que en 1514 se había casado ni más ni menos que con el rey de Francia, Luis XII, así que para no confundirnos, la llamaremos a partir de ahora María de Francia. Hagamos un pequeño apunte en la boda, que luego va a ser importante. María fue la tercera esposa del rey Luis XII, que antes había estado casado con Juana de Francia, y su matrimonio había sido anulado por el mismo Papa Alejandro VI (el célebre Papa Borgia, que aquí en España hemos dado pocos pontífices, pero los que hemos dado han hecho historia), que vendió la anulación del matrimonio entre Luis y Juana a cambio del ducado del Valentinado para su hijo César Borgia. Esta maniobra le permitió a Luis XII casarse con Ana de Bretaña, la viuda del conde Carlos de Bretaña, e incorporar esta península a los dominios reales de Francia, continuando con el objetivo de ampliación de tierras que los Valois habían seguido desde su llegada al trono francés. Pero Ana sólo le había dado dos hijas al rey francés, y las hijas significaban normalmente problemas sucesorios, así que cuando Ana de Bretaña falleció, el cardenal Tomás Wolsey, del que vamos a hablar mucho en breve, arregló el matrimonio de la hermana del rey de Inglaterra con el rey de Francia. Y una de las damas que asistiría a la boda entre María y Luis, al servicio de la nueva reina de Inglaterra, sería una jovencísima Ana Bolena. Recordad este nombre. Apuntadlo. Memorizadlo. Lo que sea.

Total, que estábamos con el nacimiento de María. Y este tuvo lugar en uno de los breves armisticios que tuvo el siglo XVI entre Francia e Inglaterra, debido a la boda de la que hemos hablado. De hecho, parece ser que Enrique VIII tenía cuatro hobbies principales (aficiones, no a Frodo, Sam, Merry y Pippin): la caza, la poesía, los festivales erótico-festivos y la guerra con Francia. Por fronteras, por estar aliados en diferentes bandos, o sólo porque sí, porque se llevaban mal, ingleses y franceses dieron una Edad Media y una Edad Moderna que ni la final de la Libertadores. Y sus lazos de amor fraternales eternos y juramentos de compañía duraban lo mismo que en Gran Hermano VIP, o sea, nada. Así que Enrique se pasaba el tiempo que no estaba intentando embarazar a Catalina de viaje por el Canal de la Mancha, unas veces con más éxito, otras con menos. En 1513, por ejemplo (justo antes de la boda entre María y Luis XII), Inglaterra formaría parte de una alianza que unió a España, el Papado y el Imperio contra Francia, que amenazaba las posesiones papales en el sur de Italia. Enrique, que obtuvo el apelativo de "Rey Cristianísimo" por parte del Papa Julio II, consiguió conquistar la ciudad de Tournai, que permanecería varios años en manos inglesas para poder dar por culo a los franceses cada vez que les apetecía. ¿Y qué hizo Catalina mientras? Pues embarazada y todo, coordinó la guerra a su vez contra los escoceses del rey Jacobo IV, aliado histórico de Francia, y que aprovechó que la mayor parte del ejército inglés estaba al otro lado del Canal para lanzar una serie de ataques contra el norte de Inglaterra. Y no es que ella marchara a la batalla, pero como ya había hecho su madre en Granada, se embutió en una armadura completa y se dirigió a Buckingham, donde arengó a los soldados que derrotarían a los escoceses en la Batalla de Flodden Field, en la que murió el propio rey escocés. Era la Daenerys de Granada, aunque el gesto quizá le salió caro, ya que a final de ese mismo año, como ya hemos visto, daría a luz a un niño muerto.

La princesa María, única hija de Enrique y Catalina. Con el tiempo, se le iría poniendo más cara de agria... pero es que no la dejaron más opciones. Vaya telenovela de vida, si tuvo hasta cinco madrastras...


En aquella época, la fidelidad de los caballeros se premiaba en muchas ocasiones entregando tierras y rangos, y también posiciones en la corte para hijas y familiares, y quizá eso es lo que pasó con Elizabeth Blount, cuyo padre había servido en Francia a las órdenes de Enrique, y que entró a formar parte de las doncellas que atendían a Catalina en ese mismo año. Elizabeth, más conocida como Bessie Blount sería la primera amante reconocida de Enrique (ojo, que reconocida no es lo mismo que oficial). Las crónicas de la época dicen que cantaba, bailaba, que era alegre y atractiva... Vamos, que la muchacha era una fiesta en sí misma, y mientras Catalina dedicaba cada vez más tiempo a cuestiones religiosas y humanistas, como trabar amistad con Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro, y a impulsar instituciones para la caridad con los pobres, Enrique bailaba tuerking con Bessie Blount, que en 1519 quedó embarazada del que sería el primer hijo varón del rey de Inglaterra. El pequeño llevaría el nombre de Henry Fitzroy (el apellido que reconocía su bastardía), y contaría con los títulos de Conde de Nottingham, duque de Somerset y duque de Richmond... y no olvidemos que Duque de Richmond era el título histórico de la Casa Tudor, hasta el punto de que Shakespeare, cuando habla de Enrique VII en Ricardo III, siempre se refiere a él como Richmond. Pero Catalina hizo como si con ella no fuera, convencida aún de que daría un heredero varón al rey. La posición de Catalina en la corte era fuerte, pero no tardaría mucho en hacerse aún más fuerte cuando su sobrino, Carlos, el hijo de su hermana Juana y el difunto Felipe el Hermoso, fuera elegido Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en el año 1519 y es que el oro que ya llegaba de América sirvió, entre otras cosas, para comprar el título, que también había reclamado Francisco I de Francia, yerno del ya difunto Luis XII, casado con la hija de este, Claudia de Francia. Por cierto, la muerte de Luis XII había tenido un resultado sorprendente para la familia Tudor, y es que María, la hermana del rey, se atrevió a desafiar a Enrique contrayendo matrimonio en secreto con uno de los amigos de este, Charles Brandon, duque de Suffolk. De hecho, ambos fueron acusados de traición, y viendo cómo se las gastaba Enrique, tenemos que entender que María y Charles debieron ser muy discretos, y que los consejeros más cercanos el rey, la propia Catalina y el Cardenal Thomas Wolsey , se lo debieron currar para calmarle.

Un retrato de Henry Fitzroy en su adolescencia. El pañuelo a la cabeza y la camisa abierta nos señalan que, efectivamente, en la moda todo son ciclos y que los reggeatoneros no han inventado nada nuevo... 


De todas formas, tratar de centrar la mirada en esos años es una locura a nivel político. Carlos V y Francisco I se habían convertido en enemigos irreconciliables, lo que permitía a Enrique VIII actuar como intermediario entre ellos. Catalina, evidentemente, favorecía a su sobrino el Emperador, mientras que Wolsey quería favorecer la relación de Inglaterra con Francia. Y Enrique se aliaba con unos, luego con otros, luego iba a la guerra contra Francia otra vez, y luego quería prometer a su hija María con unos y con otros... Y la situación sentimental de Enrique pasó a "es complicado".

Bess Blount sólo había sido la primera de las amantes que compartirían el lecho de Enrique VIII durante su matrimonio con Catalina. Hacia el año 1520 ésta ya era madre y había sido desplazada de la corte, así que Enrique eligió una nueva amante. Se trataba de María Bolena, hija del diplomático Thomas Bolena y su esposa, y que tenía relación de parentesco con una de las casas más importantes de Inglaterra, los Howard, que entre otros títulos, contaban con el de duques de Norfolk. Al parecer, María había tenido una relación más bien tórrida con el rey Francisco I de Francia, pero en 1520 había vuelto a Inglaterra para contraer matrimonio con un rico cortesano, Sir William Carey. Enrique acudió a la boda y se quedó con la novia, aunque el romance duró poco. Os dije antes que recordarais un nombre, ¿verdad? Ana Bolena. Ana era hermana de esta María, y como ella, había llegado a Francia para la ya célebre boda entre María de Francia y el rey Luis XII. Y se había quedado allí aprendiendo "costumbres francesas", que en la Inglaterra del XVI significaba que había ido de orgía en orgía y que ponían su número de teléfono en las puertas de los baños de París. Y quizá fuera verdad, o quizá fuera mentira, pero el caso es que cuando volvió a Inglaterra, a Enrique le gustó más que comer con los dedos... y las cosas se pusieron aún más complicadas.

domingo, 17 de febrero de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (I)


Corría el 28 de Junio de 1491 cuando en el Palacio de Placentia, a orillas del Támesis y muy cerca de Londres, llegaba a Inglaterra el tercer hijo de los reyes Enrique VII Tudor e Isabel de York, un bebé al que pondrían de nombre Enrique, como papá, y que además de tener un pan debajo del brazo, traería seis matrimonios, una ruptura con la Iglesia Católica, unos doscientos o trescientos libros, dos docenas de películas y una serie de televisión. Y eso que Enrique no era el heredero al trono, sólo el tercer hijo de un matrimonio que había servido para cerrar una herida abierta en la historia de Inglaterra por una guerra dinástica que tuvo el poético nombre de la Guerra de las Dos Rosas y que había tenido pocas rosas pero muchos muertos y espadas. Echemos un breve vistazo hacia atrás y veamos el resumen de lo ocurrido.

La dinastía reinante en Inglaterra desde el año 1154 era la Casa Plantagenet, una familia que tenía su origen en Francia, donde el duque Godofredo de Anjou había contraído matrimonio con Matilde de Inglaterra, hija del rey Enrique I. La muerte de este había supuesto una guerra dinástica en Inglaterra en la que Godofredo participó para defender los derechos de su esposa al trono inglés, que había sido tomado por Esteban de Blois, también francés y sobrino de Enrique I. El caso es que para finalizar la guerra entre los partidarios de Matilde y los de Esteban, se decidió que a la muerte del segundo su heredero fuera Enrique, que subiría al trono de Inglaterra como Enrique II, primero de los reyes de la casa de Anjou (que sería conocida como Plantagenet porque Godofredo de Anjou tenía por costumbre llevar como adorno en la ropa una ramita de retama, que en francés era genest). Pasaron los años, los siglos, y en el año 1399 el rey Ricardo II Plantagenet fue destronado y obligado a ceder su trono a su primo, que sería coronado como Enrique IV y que se considera el primer rey de la Casa Lannister, una rama de la familia Plantagenet. ¿He dicho Lannister? No, quería decir Lancaster, pero os aseguro que el parecido no es circunstancial. Porque apenas veinticinco años después, se iniciaba una nueva guerra dinástica en Inglaterra provocada por el alzamiento de los Stark... bueno, más bien de la Casa de York, que se consideraban legítimos herederos del rey Ricardo II. Los York elegirían como emblema una rosa blanca, frente a la rosa roja de los Lancaster, y de ahí el nombre de Guerra de las Dos Rosas que tendría este conflicto. Por no profundizar hoy mucho más en el tema y continuar hacia delante, baste decir que la guerra concluyó cuando Enrique Tudor, duque de Richmond y representante de la rama Lancaster de la familia, venció al último de los reyes York, Ricardo III (sí, el de Shakespeare, mi reino por un caballo) y se coronó rey para luego casarse con la viuda del difunto Ricardo, que además era también su sobrina (cosas de la nobleza), Isabel de York. Con la llegada al trono de Enrique VII e Isabel de York se suponía que quedaba cerrada la guerra y la cuestión dinástica, y para que quedara aún más claro, se considerarían como una nueva dinastía, los Tudor, que unirían en su blasón la rosa blanca y la rosa roja.

Enrique VII Tudor, sin autor reconocido, aunque se atribuye a algún pintor flamenco. Por flamenco nos referimos a "de Flandes", no a que sea Tomatito de Jerez o Juan el Tiriti.  

El heredero de Enrique VII e Isabel de York era su primogénito, el príncipe de Gales, Arturo Tudor, un jovencito nacido en 1486, pelirrojo como su padre, y que según algunos historiadores ya mostró desde pequeño una salud débil, lo que otros niegan, y lo que probablemente nunca tendremos claro. Enrique, que empezó a acumular títulos desde su nacimiento, y sobre el que no recaería demasiada atención al no ser el heredero, tendría mucha relación y sería muy influenciado por su abuela paterna, Margarita Beaufort, una especie de iluminada mística que había defendido durante la guerra el derecho al trono de la Casa Lancaster y que había obtenido del Parlamento y de su hijo derechos que ninguna otra mujer había tenido jamás en Inglaterra, sólo por detrás (o más bien al lado y un pasito por detrás) de la misma reina. Así que mientras vemos a Enrique crecer al cuidado de Margarita, volvamos de nuevo la mirada hacia Arturo.

O más allá de Arturo, echemos un vistazo a un matrimonio que estaba poniendo la historia patas arriba. Se llamaban Isabel y Fernando, se les conocería como "Los Reyes Católicos" y se habían convertido en el centro de todo lo que pasaba en Europa y más allá. En 1492 habían tomado Granada, acabando con el último reino musulmán en territorio europeo, eran los favoritos del propio Papa, controlaban la mayor parte del Mediterráneo Occidental y un genovés llamado Cristóbal Colón había salido del puerto de Palos en dirección a China pero por el lado equivocado, lo que le llevaría a descubrir América. Y entre las cosas que los Reyes Católicos habían decidido hacer estaba aislar a Francia a través de una dinámica política de matrimonios entre sus hijos y el resto de las casas nobles europeas. Su heredera Juana se casaría con Enrique, hijo de Maximiliano de Austria y María de Borgoña; a su hija Isabel la casarían sucesivamente con dos reyes de Portugal; a su hijo Juan lo casaron con Margarita de Austria (hermana de Felipe, el marido de Juana... sí, las cosas se complican en las dinastías europeas); cuando Isabel murió después de un parto en Zaragoza, casaron a otra de sus hijas, María, con el reciente viudo Manuel de Portugal... ¿Y quién quedaba en el reparto para aislar a Francia? Sí, Inglaterra. Así que prometieron a su hija Catalina con el príncipe Arturo. El compromiso había tenido lugar en 1489, cuando Arturo tenía tres años y Catalina cuatro, y tras esperar algún tiempo, la infanta, que había nacido en Alcalá de Henares y se había criado en la mismísima Alhambra, partió hacia Inglaterra en 1501. No volvería a España nunca más, y aunque ella no lo sabía entonces, iba a convertirse en una de las más renombradas reinas de Inglaterra.

Una joven Catalina de Aragón pintada por el maestro Michel Sittow, que era flamenco como el anterior, pero supongo que de estilo, porque más que en Flandés había nacido en Letonia. También le llamaban Melchor el Alemán. Por confundir. 


Como entonces no había Skype, los príncipes sólo se conocían por cuadro, y se pusieron cara de verdad ya en Inglaterra, sólo unos días antes de su boda, y además, los muchachos no se entendían, pero al parecer Catalina causó buena impresión en Arturo, que enseguida escribió a sus futuros suegros diciendo que iba a ser un buen marido para Catalina, y a sus propios padres diciéndoles que esta le molaba mazo (en palabras medievales, claro). Catalina y Arturo se casarían finalmente el 14 de Noviembre de 1501 en la Catedral de San Pablo, y acto seguido, Fernando de Aragón, el rey católico, desembolsó la mitad de la dote prometida por el matrimonio, que Enrique VII esperaría con impaciencia para tapar los agujeros de la Corona Inglesa. Pero el matrimonio no duraría mucho. Arturo y Catalina, convertidos en Príncipes de Gales, se trasladarían a su nueva residencia en Ludlow, y allí, en 1502, los dos enfermarían, aunque sólo uno de ellos se repondría. Con sólo dieciséis años, Arturo Tudor moría, dejando tras de sí un panorama bastante complicado ya que:

a-Enrique, con once años, se convertía ahora en el heredero de la Corona.

b-Catalina, con diecisiete, se quedaba viuda.

c-El rey Enrique VII se veía obligado a devolver la mitad de la dote que ya había cobrado a Fernando el Católico.

Papelón para todos, ¿no? La situación se quedó en el aire mientras se decidía qué iba a ocurrir y se debatía sobre el reembolso de Catalina, pero además en esos años se sucederían otras dos muertes que vendrían a poner más salsa (fúnebre) en la historia. Con el fallecimiento de Isabel de York, el rey de Inglaterra quedaba viudo y disponible; pero con la muerte de Isabel de Castilla, el peso de Catalina disminuía considerablemente, ya que el poder de Castilla era mucho mayor que el de Aragón, y Castilla estaba ya en manos de la hermana de Catalina, Juana (más o menos, que su padre primero y luego su hijo terminaron haciéndola Luz de Gas para encerrarla en un monasterio y que ya si eso de gobernar se encargaban ellos). Primero el propio Enrique VII se ofreció para casarse con Catalina, luego que no, luego la dejaron prácticamente abandonada en Durham, luego la prometieron con Enrique...

Y esa fue la opción que permanecería. Matrimonio con Enrique, el heredero. La cosa se demoró hasta que Enrique cumpliera la edad apropiada para contraer matrimonio, y sería finalmente en 1509 y bajo la tutela de Margarita Beaufort, albacea testamentaria de su hijo Enrique VII, cuando a la muerte de este, el joven Enrique se convertía en rey de Inglaterra como Enrique VIII Tudor. Sólo dos meses después, el 11 de Junio de 1509, Enrique y Catalina contraían matrimonio en Greenwich.

El tiempo que Catalina estuvo en ese impasse entre la muerte de Arturo y su matrimonio con Enrique no debió ser fácil. Por la información que nos ha llegado, sobre todo por las cartas que tenemos y que escribía a su padre, sabemos que el trato de Enrique VII con ella no fue precisamente agradable, el rey de Inglaterra no fue exactamente generoso con ella, que se veía obligada a mantener su casa y su corte prácticamente sin ayuda, pero si el rey inglés tenía pensado que Catalina se iba a amilanar, se llevó un buen chasco. Y es que no debemos olvidar que Catalina era hija de Isabel la Católica, algo que ella tenía muy presente, y si bien el proyecto educacional de su padre debía ser bastante distinto por lo que se vio después en sus relaciones con su hija Juana de Castilla, Catalina tenía lo suficiente de su madre como para decir que para huevos los suyos y no dejarse llevar por el desánimo o la angustia, lo que la serviría también de entrenamiento para lo que le vendría después. Y es que los adolescentes del siglo XVI debían estar hechos de otra pasta. En concreto, Catalina estaba hecha de una pasta clarita, rubia y con un poco de cara de pan, según la podemos ver en algunos retratos de la época, como los realizados por Juan de Flandes o Michel Sittow, y fue una de las doncellas castellanas educadas, bajo los auspicios de la reina Isabel de Castilla, por una de las mujeres más adelantadas a su época que ha dado la Edad Media, Beatriz Galindo, más conocida como La Latina, y no porque se dedicara precisamente a ir de tapas y cañas sin parar por Madrid, sino por su habilidad con el latín; y esa educación la llevaría a relacionarse en igualdad de condiciones con los grandes pensadores británicos, impulsando incluso junto a Tomás Moro la carrera de un pedagogo de gran potencial, el valenciano Juan Luis Vives, que sería tutor de su hija María y que promulgaría algo tan revolucionario como que las mujeres tenían el mismo derecho a la educación que los hombres.

Enrique VIII, el mito. Aquí era todavía jovencito, pero ya se ve que tenía tendencia a comerse los gorrinos a bocados. 


Total, que Catalina no era una mujer a la que no se pudiera tener en cuenta. Así que como hemos dicho arriba, en 1509 contrajo matrimonio con el ahora Enrique VIII, más o menos al mismo tiempo que fallecía la abuela del rey, Margarita Beaufort, lo que dejaba a Catalina ya convertida en reina de Inglaterra y sin competencia femenina (su abuela materna, Isabel Woodville, había salido por patas de la corte muchos años antes del nacimiento de Enrique por incompatibilidad de caracteres con Margarita Regina). Durante esos años, los palacios de los reyes británicos (faltaba mucho para que se estableciera la idea de un único palacio como residencia real y los Tudor se iban moviendo de una residencia a otra, muchas veces a pocos kilómetros unas de otras) se llenaron de símbolos alusivos al amor entre el rey la reina, todo lleno de granadas, el símbolo elegido por Catalina, y de "H" y "K" entrelazadas, que era su versión de cambiar el estado de Facebook a "Enrique tiene una relación". Por cierto, las "H" y  las "K" era por "Henry" y "Katherine"... pero esto ya lo habíais pillado seguro.

Y vamos a dejarlo aquí, en un momento bonito, que en el próximo capítulo empezaremos a ver todo un catálogo de guerras y cuernos capaces de dejar a Mujeres, Hombres y Viceversa como un episodio de Pocoyó.

¡Nos vemos!

EL NACIMIENTO DE ROMA (III)

Y es que... en todo este tiempo, ¿qué ha pasado con los Etruscos? ¿Es que nadie piensa en los Etruscos?                Los etruscos ll...