domingo, 24 de febrero de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (III)


Como ya habíamos hablado, los Bolena eran una familia de la nobleza británica sin mucho peso en sí mismos, pero Thomas Bolena había conseguido un buen matrimonio, casándose con Lady Elizabeth Howard, hermana de Thomas Howard, el tercer duque de Norfolk, que si que era una de las cabezas más prominentes del reino. Del matrimonio de Thomas Bolena y Elizabeth Howard llegaron tres hijos a la edad adulta, ya hemos hablado brevemente de María y de Ana, tras ellas, nacería el único varón de la familia, Jorge Bolena. De los tres hermanos, evidentemente la más relevante para la historia sería Ana, y con ella vamos a continuar.

Ana Bolena en un retrato de época. Mirad la "B" del cuello. No, Galería del Coleccionista tampoco ha inventado nada. 


               Ana Bolena había vuelto a Inglaterra de la corte de Francisco I y Claudia de Francia hacia 1522, cuando en rey Enrique ya comenzaba a cansarse del romance que mantenía con la hermana de esta, María, y cuando ya todo el mundo en Inglaterra dudaba de que Catalina fuera a darle un heredero varón a la corona inglesa. Y es que los precedentes dinásticos en lo que a herederas femeninas se refiere, eran peligrosos, recordemos la llegada de los Plantagenet al trono británico y la guerra civil causada por la falta de hijos varones de Enrique I. Por lo que sabemos, hacía ya años que Catalina de Aragón, que contaba ya con unos treinta y siete años, no había tenido embarazos, pero Enrique se veía lo bastante machote como para engendrar aún un buen puñado de herederos al trono si encontraba la mujer adecuada con la que hacerlo. La verdad es que no sabemos cómo ocurrió, qué ocurrió o cómo lo hizo, pero Ana Bolena, que en eso estuvo bastante avispada, consiguió enredar a Enrique VIII, que por lo que sabemos terminó colgado hasta las médulas de ella. Enrique la nombró amante oficial del rey (o amiga entrañable, si utilizamos la terminología moderna), más de lo que habían conseguido amantes anteriores, como Bessie Blount o María Bolena, pero Ana no se detuvo allí, había puesto sus objetivos en una posición más alta. Quería ser reina.

               Y llega el momento de presentar a uno de los principales actores de lo que fue aquel periodo de la historia en Inglaterra, el cardenal Thomas Wolsey, que al parecer tenía en común con Ana Bolena sus ganas de ascender socialmente. Él no quería ser reina, pero llegó a convertirse en la persona más influyente del reino. No tenemos claro si Wolsey era hijo de un carnicero o de un comerciante de telas, pero fuera como fuera, encontró en la carrera eclesiástica la manera de ascender en la sociedad, y a partir de 1507, se incorporó al servicio de Enrique VII, pasando a formar parte del consejo privado de Enrique VIII cuando este se convirtió en rey en 1508. No tardó en desplazar al resto de los consejeros, jugándosela a unos y otros y bailándole el agua al rey y al Papa hasta que en 1515 fue nombrado Lord Canciller. Wolsey participó de todas las decisiones políticas de Enrique VIII, pero él solito se metió en un fango peligroso al intentar moverse entre tres aguas: Francia, España y el Papado, influyendo en el cacao político y militar que hemos visto antes, con Enrique liándose a hostias con Francia, declarando luego su amistad eterna al rey Francisco, y volviendo luego a contactar con el Emperador Carlos para declararle de nuevo la guerra a los franceses. El cardenal por un lado trataba de acercar a Enrique VIII y Francisco I, mientras por otro lado preparaba el matrimonio de la joven María con el emperador Carlos V, y hacía que el Legado Papal, el Cardenal Campeggio, tuviera que esperar dos años para poder entrar en Inglaterra, sólo porque podía hacerlo. Así las gastaba Wolsey. Y la aparición de Ana Bolena reventó aquella telaraña,

El Cardenal Thomas Wolsey, pintado por un maestro anónimo. Que el perfil y los ojos así como de pez no os engañen... fue una de las mentes más audaces y complejas de su época. 


               Como hombre de confianza de Enrique VIII, Thomas Wolsey recibió el encargo de tratar con la Santa Sede la cuestión del matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Al parecer, lo primero que intentaron fue que Catalina se retirara a un convento, pero la reina se negó en redondo, que ella era hija de Isabel la Católica, y que era reina de Inglaterra. El convento para otras. Lo que Wolsey y Enrique pensaban que iba a ser un pequeño movimiento interno en Inglaterra, se convirtió de pronto en una cuestión que trascendería a todas las Cancillerías europeas. Hoy hubiera abierto los telediarios: "¡El rey de Inglaterra intenta repudiar a su esposa!". "Catalina se planta". "Bolena o Aragón, ¿y tú de quien eres?". Y el problema era gordo, de cojones. Los turcos estaban prácticamente en las puertas de Viena, el Papa estaba intentando reunir a todos los reyes de la cristiandad para pegarse con ellos en la puerta del cole. Francisco I de Francia estaba fuera del tablero de negociaciones, se llevaba tan mal con Carlos V que prefería pactar con los turcos a aliarse con este, así que los únicos que podían mover el cotarro eran Carlos y Enrique... Y Wolsey que no sabía para donde moverse. Enrique puso a su gente a moverse, e incluso encontraron un fundamento de derecho canónico que quiso utilizar para disolver su matrimonio (que yo me imagino a Ana Bolena diciéndole algo así como hasta que no sea reina no mojas), y es que en la Biblia, entre otras muchas cosas bonitas y alentadoras, cuando se habla de mujeres que se convierten en sal, fuego que cae del cielo y cuervos que sacan ojos, se dice que el matrimonio de un hombre con la mujer de su hermano está maldito por Dios. Lo que pasa que lo que pone en la Biblia los Papas lo pueden contravenir, el que en aquellos momentos era el Papa, consideró que prefería llevarse bien con el sobrino de Catalina de Aragón que con el rey de Inglaterra. Y es que Carlos V tenía entre sus posesiones prácticamente la totalidad de Italia, más allá de las ciudades-estado y los propios Estados Pontificios. Sicilia, Nápoles, Milán, Siena... El norte y el sur de Italia estaban en manos del Emperador, dejando al Papado entre ellos. De hecho, en 1527, el propio Papa se había tenido que esconder en el Castillo de Sant'Angelo durante siete meses mientras españoles, italianos y alemanes alistados por el Imperio saquearon Roma. Así que a pesar de los intentos de Wolsey de que en Roma se disolviera el matrimonio entre Catalina y Enrique, en Roma no estaban por la labor de llevarle la contraria a Carlos. Wolsey debió de ver que se le acercaba un marrón importante cuando Enrique decidió pasar de él y enviar a un nuevo mensajero a Roma, su propio secretario personal, William Knight, pero tuvo poco éxito, y Wolsey trató de recuperar el control de la situación con sus propios enviados, pero nada. Clemente VII siguió en sus trece, y aunque nombró una serie de comisiones de investigación sobre la bula de Julio II y el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina, los años pasaban y Enrique no conseguía la disolución de su matrimonio, y de hecho, en 1530 se determinó que nada de nada. Que el matrimonio entre Enrique y Catalina era legítimo y que no se disolvía. Que estaban casados, y que si Ana quería ser reina, que fuera la reina de su casa. Wolsey había sido apartado del rey en 1529, sustituido por un humanista del calibre de Tomás Moro, amigo personal de Catalina, quizá pensando en que él podría hacerla meditar y apartarse... Pero que no, que no. Que reina. Y punto.

Clemente VII, el Papa que dijo que nones a Enrique y Ana Bolena. Que por cierto, se puso muy cabezota con ellos, pero él mismo era el hijo de Juliano de Medici y de una de sus amantes... Muy de Papas del Renacimiento, que fueron un culebrón... ya hablaremos de esto, ya. 


               Wolsey, que se quedó sin casas y sin posesiones (Enrique decidió de hecho trasladarse del palacio de Westminster a la residencia de Wolsey, Hampton Court), fue exiliado al Yorkshire, pero finalmente se le acusó de traición y fue llamado de vuelta a Londres, pero murió por el camino, a la altura de Leicester. El conflicto se extendería tres años más, aunque ya en 1530 Catalina fue expulsada de la corte inglesa y encerrada primero en el castillo de More, y luego en el de Kimbolton. Sería finalmente Thomas Cranmer, cercano al entorno de los Bolena y nombrado Arzobispo de Canterbury a la muerte de William Warham quien terminaría declarando nulo el matrimonio. Lo que provocaría la ruptura entre la Iglesia de Roma e Inglaterra.

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