domingo, 17 de febrero de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (I)


Corría el 28 de Junio de 1491 cuando en el Palacio de Placentia, a orillas del Támesis y muy cerca de Londres, llegaba a Inglaterra el tercer hijo de los reyes Enrique VII Tudor e Isabel de York, un bebé al que pondrían de nombre Enrique, como papá, y que además de tener un pan debajo del brazo, traería seis matrimonios, una ruptura con la Iglesia Católica, unos doscientos o trescientos libros, dos docenas de películas y una serie de televisión. Y eso que Enrique no era el heredero al trono, sólo el tercer hijo de un matrimonio que había servido para cerrar una herida abierta en la historia de Inglaterra por una guerra dinástica que tuvo el poético nombre de la Guerra de las Dos Rosas y que había tenido pocas rosas pero muchos muertos y espadas. Echemos un breve vistazo hacia atrás y veamos el resumen de lo ocurrido.

La dinastía reinante en Inglaterra desde el año 1154 era la Casa Plantagenet, una familia que tenía su origen en Francia, donde el duque Godofredo de Anjou había contraído matrimonio con Matilde de Inglaterra, hija del rey Enrique I. La muerte de este había supuesto una guerra dinástica en Inglaterra en la que Godofredo participó para defender los derechos de su esposa al trono inglés, que había sido tomado por Esteban de Blois, también francés y sobrino de Enrique I. El caso es que para finalizar la guerra entre los partidarios de Matilde y los de Esteban, se decidió que a la muerte del segundo su heredero fuera Enrique, que subiría al trono de Inglaterra como Enrique II, primero de los reyes de la casa de Anjou (que sería conocida como Plantagenet porque Godofredo de Anjou tenía por costumbre llevar como adorno en la ropa una ramita de retama, que en francés era genest). Pasaron los años, los siglos, y en el año 1399 el rey Ricardo II Plantagenet fue destronado y obligado a ceder su trono a su primo, que sería coronado como Enrique IV y que se considera el primer rey de la Casa Lannister, una rama de la familia Plantagenet. ¿He dicho Lannister? No, quería decir Lancaster, pero os aseguro que el parecido no es circunstancial. Porque apenas veinticinco años después, se iniciaba una nueva guerra dinástica en Inglaterra provocada por el alzamiento de los Stark... bueno, más bien de la Casa de York, que se consideraban legítimos herederos del rey Ricardo II. Los York elegirían como emblema una rosa blanca, frente a la rosa roja de los Lancaster, y de ahí el nombre de Guerra de las Dos Rosas que tendría este conflicto. Por no profundizar hoy mucho más en el tema y continuar hacia delante, baste decir que la guerra concluyó cuando Enrique Tudor, duque de Richmond y representante de la rama Lancaster de la familia, venció al último de los reyes York, Ricardo III (sí, el de Shakespeare, mi reino por un caballo) y se coronó rey para luego casarse con la viuda del difunto Ricardo, que además era también su sobrina (cosas de la nobleza), Isabel de York. Con la llegada al trono de Enrique VII e Isabel de York se suponía que quedaba cerrada la guerra y la cuestión dinástica, y para que quedara aún más claro, se considerarían como una nueva dinastía, los Tudor, que unirían en su blasón la rosa blanca y la rosa roja.

Enrique VII Tudor, sin autor reconocido, aunque se atribuye a algún pintor flamenco. Por flamenco nos referimos a "de Flandes", no a que sea Tomatito de Jerez o Juan el Tiriti.  

El heredero de Enrique VII e Isabel de York era su primogénito, el príncipe de Gales, Arturo Tudor, un jovencito nacido en 1486, pelirrojo como su padre, y que según algunos historiadores ya mostró desde pequeño una salud débil, lo que otros niegan, y lo que probablemente nunca tendremos claro. Enrique, que empezó a acumular títulos desde su nacimiento, y sobre el que no recaería demasiada atención al no ser el heredero, tendría mucha relación y sería muy influenciado por su abuela paterna, Margarita Beaufort, una especie de iluminada mística que había defendido durante la guerra el derecho al trono de la Casa Lancaster y que había obtenido del Parlamento y de su hijo derechos que ninguna otra mujer había tenido jamás en Inglaterra, sólo por detrás (o más bien al lado y un pasito por detrás) de la misma reina. Así que mientras vemos a Enrique crecer al cuidado de Margarita, volvamos de nuevo la mirada hacia Arturo.

O más allá de Arturo, echemos un vistazo a un matrimonio que estaba poniendo la historia patas arriba. Se llamaban Isabel y Fernando, se les conocería como "Los Reyes Católicos" y se habían convertido en el centro de todo lo que pasaba en Europa y más allá. En 1492 habían tomado Granada, acabando con el último reino musulmán en territorio europeo, eran los favoritos del propio Papa, controlaban la mayor parte del Mediterráneo Occidental y un genovés llamado Cristóbal Colón había salido del puerto de Palos en dirección a China pero por el lado equivocado, lo que le llevaría a descubrir América. Y entre las cosas que los Reyes Católicos habían decidido hacer estaba aislar a Francia a través de una dinámica política de matrimonios entre sus hijos y el resto de las casas nobles europeas. Su heredera Juana se casaría con Enrique, hijo de Maximiliano de Austria y María de Borgoña; a su hija Isabel la casarían sucesivamente con dos reyes de Portugal; a su hijo Juan lo casaron con Margarita de Austria (hermana de Felipe, el marido de Juana... sí, las cosas se complican en las dinastías europeas); cuando Isabel murió después de un parto en Zaragoza, casaron a otra de sus hijas, María, con el reciente viudo Manuel de Portugal... ¿Y quién quedaba en el reparto para aislar a Francia? Sí, Inglaterra. Así que prometieron a su hija Catalina con el príncipe Arturo. El compromiso había tenido lugar en 1489, cuando Arturo tenía tres años y Catalina cuatro, y tras esperar algún tiempo, la infanta, que había nacido en Alcalá de Henares y se había criado en la mismísima Alhambra, partió hacia Inglaterra en 1501. No volvería a España nunca más, y aunque ella no lo sabía entonces, iba a convertirse en una de las más renombradas reinas de Inglaterra.

Una joven Catalina de Aragón pintada por el maestro Michel Sittow, que era flamenco como el anterior, pero supongo que de estilo, porque más que en Flandés había nacido en Letonia. También le llamaban Melchor el Alemán. Por confundir. 


Como entonces no había Skype, los príncipes sólo se conocían por cuadro, y se pusieron cara de verdad ya en Inglaterra, sólo unos días antes de su boda, y además, los muchachos no se entendían, pero al parecer Catalina causó buena impresión en Arturo, que enseguida escribió a sus futuros suegros diciendo que iba a ser un buen marido para Catalina, y a sus propios padres diciéndoles que esta le molaba mazo (en palabras medievales, claro). Catalina y Arturo se casarían finalmente el 14 de Noviembre de 1501 en la Catedral de San Pablo, y acto seguido, Fernando de Aragón, el rey católico, desembolsó la mitad de la dote prometida por el matrimonio, que Enrique VII esperaría con impaciencia para tapar los agujeros de la Corona Inglesa. Pero el matrimonio no duraría mucho. Arturo y Catalina, convertidos en Príncipes de Gales, se trasladarían a su nueva residencia en Ludlow, y allí, en 1502, los dos enfermarían, aunque sólo uno de ellos se repondría. Con sólo dieciséis años, Arturo Tudor moría, dejando tras de sí un panorama bastante complicado ya que:

a-Enrique, con once años, se convertía ahora en el heredero de la Corona.

b-Catalina, con diecisiete, se quedaba viuda.

c-El rey Enrique VII se veía obligado a devolver la mitad de la dote que ya había cobrado a Fernando el Católico.

Papelón para todos, ¿no? La situación se quedó en el aire mientras se decidía qué iba a ocurrir y se debatía sobre el reembolso de Catalina, pero además en esos años se sucederían otras dos muertes que vendrían a poner más salsa (fúnebre) en la historia. Con el fallecimiento de Isabel de York, el rey de Inglaterra quedaba viudo y disponible; pero con la muerte de Isabel de Castilla, el peso de Catalina disminuía considerablemente, ya que el poder de Castilla era mucho mayor que el de Aragón, y Castilla estaba ya en manos de la hermana de Catalina, Juana (más o menos, que su padre primero y luego su hijo terminaron haciéndola Luz de Gas para encerrarla en un monasterio y que ya si eso de gobernar se encargaban ellos). Primero el propio Enrique VII se ofreció para casarse con Catalina, luego que no, luego la dejaron prácticamente abandonada en Durham, luego la prometieron con Enrique...

Y esa fue la opción que permanecería. Matrimonio con Enrique, el heredero. La cosa se demoró hasta que Enrique cumpliera la edad apropiada para contraer matrimonio, y sería finalmente en 1509 y bajo la tutela de Margarita Beaufort, albacea testamentaria de su hijo Enrique VII, cuando a la muerte de este, el joven Enrique se convertía en rey de Inglaterra como Enrique VIII Tudor. Sólo dos meses después, el 11 de Junio de 1509, Enrique y Catalina contraían matrimonio en Greenwich.

El tiempo que Catalina estuvo en ese impasse entre la muerte de Arturo y su matrimonio con Enrique no debió ser fácil. Por la información que nos ha llegado, sobre todo por las cartas que tenemos y que escribía a su padre, sabemos que el trato de Enrique VII con ella no fue precisamente agradable, el rey de Inglaterra no fue exactamente generoso con ella, que se veía obligada a mantener su casa y su corte prácticamente sin ayuda, pero si el rey inglés tenía pensado que Catalina se iba a amilanar, se llevó un buen chasco. Y es que no debemos olvidar que Catalina era hija de Isabel la Católica, algo que ella tenía muy presente, y si bien el proyecto educacional de su padre debía ser bastante distinto por lo que se vio después en sus relaciones con su hija Juana de Castilla, Catalina tenía lo suficiente de su madre como para decir que para huevos los suyos y no dejarse llevar por el desánimo o la angustia, lo que la serviría también de entrenamiento para lo que le vendría después. Y es que los adolescentes del siglo XVI debían estar hechos de otra pasta. En concreto, Catalina estaba hecha de una pasta clarita, rubia y con un poco de cara de pan, según la podemos ver en algunos retratos de la época, como los realizados por Juan de Flandes o Michel Sittow, y fue una de las doncellas castellanas educadas, bajo los auspicios de la reina Isabel de Castilla, por una de las mujeres más adelantadas a su época que ha dado la Edad Media, Beatriz Galindo, más conocida como La Latina, y no porque se dedicara precisamente a ir de tapas y cañas sin parar por Madrid, sino por su habilidad con el latín; y esa educación la llevaría a relacionarse en igualdad de condiciones con los grandes pensadores británicos, impulsando incluso junto a Tomás Moro la carrera de un pedagogo de gran potencial, el valenciano Juan Luis Vives, que sería tutor de su hija María y que promulgaría algo tan revolucionario como que las mujeres tenían el mismo derecho a la educación que los hombres.

Enrique VIII, el mito. Aquí era todavía jovencito, pero ya se ve que tenía tendencia a comerse los gorrinos a bocados. 


Total, que Catalina no era una mujer a la que no se pudiera tener en cuenta. Así que como hemos dicho arriba, en 1509 contrajo matrimonio con el ahora Enrique VIII, más o menos al mismo tiempo que fallecía la abuela del rey, Margarita Beaufort, lo que dejaba a Catalina ya convertida en reina de Inglaterra y sin competencia femenina (su abuela materna, Isabel Woodville, había salido por patas de la corte muchos años antes del nacimiento de Enrique por incompatibilidad de caracteres con Margarita Regina). Durante esos años, los palacios de los reyes británicos (faltaba mucho para que se estableciera la idea de un único palacio como residencia real y los Tudor se iban moviendo de una residencia a otra, muchas veces a pocos kilómetros unas de otras) se llenaron de símbolos alusivos al amor entre el rey la reina, todo lleno de granadas, el símbolo elegido por Catalina, y de "H" y "K" entrelazadas, que era su versión de cambiar el estado de Facebook a "Enrique tiene una relación". Por cierto, las "H" y  las "K" era por "Henry" y "Katherine"... pero esto ya lo habíais pillado seguro.

Y vamos a dejarlo aquí, en un momento bonito, que en el próximo capítulo empezaremos a ver todo un catálogo de guerras y cuernos capaces de dejar a Mujeres, Hombres y Viceversa como un episodio de Pocoyó.

¡Nos vemos!

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