Corría el 28 de Junio de 1491
cuando en el Palacio de Placentia, a orillas del Támesis y muy cerca de
Londres, llegaba a Inglaterra el tercer hijo de los reyes Enrique VII Tudor e
Isabel de York, un bebé al que pondrían de nombre Enrique, como papá, y que
además de tener un pan debajo del brazo, traería seis matrimonios, una ruptura
con la Iglesia Católica, unos doscientos o trescientos libros, dos docenas de
películas y una serie de televisión. Y eso que Enrique no era el heredero al
trono, sólo el tercer hijo de un matrimonio que había servido para cerrar una
herida abierta en la historia de Inglaterra por una guerra dinástica que tuvo
el poético nombre de la Guerra de las Dos Rosas y que había tenido pocas rosas
pero muchos muertos y espadas. Echemos un breve vistazo hacia atrás y veamos el
resumen de lo ocurrido.
La dinastía reinante en
Inglaterra desde el año 1154 era la Casa Plantagenet, una familia que tenía su
origen en Francia, donde el duque Godofredo de Anjou había contraído matrimonio
con Matilde de Inglaterra, hija del rey Enrique I. La muerte de este había supuesto
una guerra dinástica en Inglaterra en la que Godofredo participó para defender
los derechos de su esposa al trono inglés, que había sido tomado por Esteban de
Blois, también francés y sobrino de Enrique I. El caso es que para finalizar la
guerra entre los partidarios de Matilde y los de Esteban, se decidió que a la
muerte del segundo su heredero fuera Enrique, que subiría al trono de
Inglaterra como Enrique II, primero de los reyes de la casa de Anjou (que sería
conocida como Plantagenet porque Godofredo de Anjou tenía por costumbre llevar
como adorno en la ropa una ramita de retama, que en francés era genest). Pasaron los años, los siglos, y
en el año 1399 el rey Ricardo II Plantagenet fue destronado y obligado a ceder
su trono a su primo, que sería coronado como Enrique IV y que se considera el
primer rey de la Casa Lannister, una rama de la familia Plantagenet. ¿He dicho
Lannister? No, quería decir Lancaster, pero os aseguro que el parecido no es
circunstancial. Porque apenas veinticinco años después, se iniciaba una nueva
guerra dinástica en Inglaterra provocada por el alzamiento de los Stark...
bueno, más bien de la Casa de York, que se consideraban legítimos herederos del
rey Ricardo II. Los York elegirían como emblema una rosa blanca, frente a la
rosa roja de los Lancaster, y de ahí el nombre de Guerra de las Dos Rosas que
tendría este conflicto. Por no profundizar hoy mucho más en el tema y continuar
hacia delante, baste decir que la guerra concluyó cuando Enrique Tudor, duque
de Richmond y representante de la rama Lancaster de la familia, venció al
último de los reyes York, Ricardo III (sí, el de Shakespeare, mi reino por un
caballo) y se coronó rey para luego casarse con la viuda del difunto Ricardo,
que además era también su sobrina (cosas de la nobleza), Isabel de York. Con la
llegada al trono de Enrique VII e Isabel de York se suponía que quedaba cerrada
la guerra y la cuestión dinástica, y para que quedara aún más claro, se
considerarían como una nueva dinastía, los Tudor, que unirían en su blasón la
rosa blanca y la rosa roja.
Enrique VII Tudor, sin autor reconocido, aunque se atribuye a algún pintor flamenco. Por flamenco nos referimos a "de Flandes", no a que sea Tomatito de Jerez o Juan el Tiriti. |
El heredero de Enrique VII e
Isabel de York era su primogénito, el príncipe de Gales, Arturo Tudor, un
jovencito nacido en 1486, pelirrojo como su padre, y que según algunos
historiadores ya mostró desde pequeño una salud débil, lo que otros niegan, y
lo que probablemente nunca tendremos claro. Enrique, que empezó a acumular
títulos desde su nacimiento, y sobre el que no recaería demasiada atención al
no ser el heredero, tendría mucha relación y sería muy influenciado por su
abuela paterna, Margarita Beaufort, una especie de iluminada mística que había
defendido durante la guerra el derecho al trono de la Casa Lancaster y que
había obtenido del Parlamento y de su hijo derechos que ninguna otra mujer
había tenido jamás en Inglaterra, sólo por detrás (o más bien al lado y un
pasito por detrás) de la misma reina. Así que mientras vemos a Enrique crecer
al cuidado de Margarita, volvamos de nuevo la mirada hacia Arturo.
O más allá de Arturo, echemos un
vistazo a un matrimonio que estaba poniendo la historia patas arriba. Se
llamaban Isabel y Fernando, se les conocería como "Los Reyes
Católicos" y se habían convertido en el centro de todo lo que pasaba en
Europa y más allá. En 1492 habían tomado Granada, acabando con el último reino
musulmán en territorio europeo, eran los favoritos del propio Papa, controlaban
la mayor parte del Mediterráneo Occidental y un genovés llamado Cristóbal Colón
había salido del puerto de Palos en dirección a China pero por el lado
equivocado, lo que le llevaría a descubrir América. Y entre las cosas que los
Reyes Católicos habían decidido hacer estaba aislar a Francia a través de una
dinámica política de matrimonios entre sus hijos y el resto de las casas nobles
europeas. Su heredera Juana se casaría con Enrique, hijo de Maximiliano de
Austria y María de Borgoña; a su hija Isabel la casarían sucesivamente con dos
reyes de Portugal; a su hijo Juan lo casaron con Margarita de Austria (hermana
de Felipe, el marido de Juana... sí, las cosas se complican en las dinastías
europeas); cuando Isabel murió después de un parto en Zaragoza, casaron a otra
de sus hijas, María, con el reciente viudo Manuel de Portugal... ¿Y quién
quedaba en el reparto para aislar a Francia? Sí, Inglaterra. Así que
prometieron a su hija Catalina con el príncipe Arturo. El compromiso había
tenido lugar en 1489, cuando Arturo tenía tres años y Catalina cuatro, y tras
esperar algún tiempo, la infanta, que había nacido en Alcalá de Henares y se había
criado en la mismísima Alhambra, partió hacia Inglaterra en 1501. No volvería a
España nunca más, y aunque ella no lo sabía entonces, iba a convertirse en una
de las más renombradas reinas de Inglaterra.
Como entonces no había Skype, los
príncipes sólo se conocían por cuadro, y se pusieron cara de verdad ya en
Inglaterra, sólo unos días antes de su boda, y además, los muchachos no se
entendían, pero al parecer Catalina causó buena impresión en Arturo, que
enseguida escribió a sus futuros suegros diciendo que iba a ser un buen marido
para Catalina, y a sus propios padres diciéndoles que esta le molaba mazo (en
palabras medievales, claro). Catalina y Arturo se casarían finalmente el 14 de
Noviembre de 1501 en la Catedral de San Pablo, y acto seguido, Fernando de
Aragón, el rey católico, desembolsó la mitad de la dote prometida por el
matrimonio, que Enrique VII esperaría con impaciencia para tapar los agujeros
de la Corona Inglesa. Pero el matrimonio no duraría mucho. Arturo y Catalina,
convertidos en Príncipes de Gales, se trasladarían a su nueva residencia en
Ludlow, y allí, en 1502, los dos enfermarían, aunque sólo uno de ellos se
repondría. Con sólo dieciséis años, Arturo Tudor moría, dejando tras de sí un
panorama bastante complicado ya que:
a-Enrique, con once años, se
convertía ahora en el heredero de la Corona.
b-Catalina, con diecisiete, se
quedaba viuda.
c-El rey Enrique VII se veía
obligado a devolver la mitad de la dote que ya había cobrado a Fernando el
Católico.
Papelón para todos, ¿no? La
situación se quedó en el aire mientras se decidía qué iba a ocurrir y se
debatía sobre el reembolso de Catalina, pero además en esos años se sucederían
otras dos muertes que vendrían a poner más salsa (fúnebre) en la historia. Con
el fallecimiento de Isabel de York, el rey de Inglaterra quedaba viudo y
disponible; pero con la muerte de Isabel de Castilla, el peso de Catalina
disminuía considerablemente, ya que el poder de Castilla era mucho mayor que el
de Aragón, y Castilla estaba ya en manos de la hermana de Catalina, Juana (más o
menos, que su padre primero y luego su hijo terminaron haciéndola Luz de Gas
para encerrarla en un monasterio y que ya si eso de gobernar se encargaban
ellos). Primero el propio Enrique VII se ofreció para casarse con Catalina,
luego que no, luego la dejaron prácticamente abandonada en Durham, luego la
prometieron con Enrique...
Y esa fue la opción que
permanecería. Matrimonio con Enrique, el heredero. La cosa se demoró hasta que
Enrique cumpliera la edad apropiada para contraer matrimonio, y sería
finalmente en 1509 y bajo la tutela de Margarita Beaufort, albacea
testamentaria de su hijo Enrique VII, cuando a la muerte de este, el joven
Enrique se convertía en rey de Inglaterra como Enrique VIII Tudor. Sólo dos
meses después, el 11 de Junio de 1509, Enrique y Catalina contraían matrimonio
en Greenwich.
El tiempo que Catalina estuvo en
ese impasse entre la muerte de Arturo
y su matrimonio con Enrique no debió ser fácil. Por la información que nos ha
llegado, sobre todo por las cartas que tenemos y que escribía a su padre, sabemos
que el trato de Enrique VII con ella no fue precisamente agradable, el rey de
Inglaterra no fue exactamente generoso con ella, que se veía obligada a
mantener su casa y su corte prácticamente sin ayuda, pero si el rey inglés
tenía pensado que Catalina se iba a amilanar, se llevó un buen chasco. Y es que
no debemos olvidar que Catalina era hija de Isabel la Católica, algo que ella
tenía muy presente, y si bien el proyecto educacional de su padre debía ser
bastante distinto por lo que se vio después en sus relaciones con su hija Juana
de Castilla, Catalina tenía lo suficiente de su madre como para decir que para
huevos los suyos y no dejarse llevar por el desánimo o la angustia, lo que la
serviría también de entrenamiento para lo que le vendría después. Y es que los
adolescentes del siglo XVI debían estar hechos de otra pasta. En concreto,
Catalina estaba hecha de una pasta clarita, rubia y con un poco de cara de pan,
según la podemos ver en algunos retratos de la época, como los realizados por
Juan de Flandes o Michel Sittow, y fue una de las doncellas castellanas
educadas, bajo los auspicios de la reina Isabel de Castilla, por una de las
mujeres más adelantadas a su época que ha dado la Edad Media, Beatriz Galindo,
más conocida como La Latina, y no porque se dedicara precisamente a ir de tapas
y cañas sin parar por Madrid, sino por su habilidad con el latín; y esa
educación la llevaría a relacionarse en igualdad de condiciones con los grandes
pensadores británicos, impulsando incluso junto a Tomás Moro la carrera de un
pedagogo de gran potencial, el valenciano Juan Luis Vives, que sería tutor de
su hija María y que promulgaría algo tan revolucionario como que las mujeres
tenían el mismo derecho a la educación que los hombres.
Enrique VIII, el mito. Aquí era todavía jovencito, pero ya se ve que tenía tendencia a comerse los gorrinos a bocados. |
Total, que Catalina no era una
mujer a la que no se pudiera tener en cuenta. Así que como hemos dicho arriba,
en 1509 contrajo matrimonio con el ahora Enrique VIII, más o menos al mismo
tiempo que fallecía la abuela del rey, Margarita Beaufort, lo que dejaba a
Catalina ya convertida en reina de Inglaterra y sin competencia femenina (su
abuela materna, Isabel Woodville, había salido por patas de la corte muchos
años antes del nacimiento de Enrique por incompatibilidad de caracteres con
Margarita Regina). Durante esos años,
los palacios de los reyes británicos (faltaba mucho para que se estableciera la
idea de un único palacio como residencia real y los Tudor se iban moviendo de
una residencia a otra, muchas veces a pocos kilómetros unas de otras) se
llenaron de símbolos alusivos al amor entre el rey la reina, todo lleno de
granadas, el símbolo elegido por Catalina, y de "H" y "K"
entrelazadas, que era su versión de cambiar el estado de Facebook a
"Enrique tiene una relación". Por cierto, las "H" y las "K" era por "Henry" y
"Katherine"... pero esto ya lo habíais pillado seguro.
Y vamos a dejarlo aquí, en un
momento bonito, que en el próximo capítulo empezaremos a ver todo un catálogo
de guerras y cuernos capaces de dejar a Mujeres,
Hombres y Viceversa como un episodio de Pocoyó.
¡Nos vemos!
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