miércoles, 27 de febrero de 2019

UN PARÉNTESIS PARA LA REFORMA


Hagamos un breve paréntesis antes de seguir adelante con Enrique VIII, Catalina de Aragón, Ana Bolena y todos sus amiguetes, y es que para entender hasta que punto era importante el divorcio entre Enrique y Catalina y la ruptura del rey de Inglaterra con Roma, tenemos que echar un vistazo a lo que estaba ocurriendo en el resto de Europa. Y es que los ofendiditos habían llegado.

               Echemos la vista atrás. En Alemania, que por aquellos entonces se llamaba "El Sacro Imperio Romano-Germánico", los partidarios del Papado y del Imperio llevaban dándose de tortas, simbólicas o reales, desde el siglo XI más o menos, con la llamada Querella de las Investiduras, que en resumen fue un conflicto legal, político y militar en el que los partidarios del Papa Gregorio VII y del Emperador Enrique IV se dieron de metafóricas ostias por el nombramiento de los obispos. Es decir, el Papa afirmaba que el derecho del nombramiento de los obispos era potestad papal, y Enrique decía que leches, que a los obispos dentro del territorio del Imperio los nombraba él. El conflicto se extendió casi por cincuenta años y abarcó a varios Papas, Antipapas y emperadores, pero para lo que a nosotros nos interesa basta decir que el conflicto religioso era algo intrínseco al Imperio desde muchos años atrás. Muchos, muchos años.

La Humillación de Canosa según el pintor Carlo Emanuelle. El Emperador Enrique IV contra el Papa Gregorio VII, Imperio vs Iglesia, Round 1. Quedaban muchos por delante. 


               Para el siglo XVI la Querella de las Investiduras estaba más que dejada atrás, y Alemania, al igual que gran parte del occidente europeo de la época, estaba viviendo un entorno cultural conocido como "Humanismo", del que ya hemos hablado antes al referirnos a Catalina de Aragón, Juan Luis Vives o Tomás Moro. El Humanismo como tal es una de las facetas del Renacimiento que habían supuesto los siglos XIV y XV (los famosos Cuatrocento y Quincuecento), que había irradiado desde Italia hacia el resto de Europa, arraigando con especial profundidad en las grandes ciudades burguesas del norte, que se repartían en gran parte por lo que era el territorio imperial y que hoy se distribuyen entre Bélgica, Holanda y, claro, Alemania. Los Papas de Roma fueron grandes mecenas del Renacimiento, y es indiscutible que nombres como Leonardo, Miguel Ángel o Rafael (y no me refiero a las Tortugas Ninja, me refiero a los originales) no hubieran alcanzado el reconocimiento que tuvieron en la historia de no haber sido por Alejandro VI, Julio II, Sixto IV y el resto de los Pontífices de ese tiempo. Pero el Papado era una institución que en aquel momento estaba completamente corrupta, hasta el punto de que se podría hacer una versión de Narcos que si titulara "Papas". A lo largo de la Edad Media el Papado se había convertido en lo que ellos llamaban "una institución temporal", es decir, que tenía poder real, dominando una serie de territorios propios en el centro de Italia e influyendo en la política exterior de toda Europa. Dentro de la Curia había habido asesinatos, violencia, conflictos... Las familias más poderosas primero de Roma y luego de Italia se habían hecho con el control absoluto del Papado, que pasaba de una a otra: Medici, Colonna, Orsini, Della Rovere... Son apellidos que se repiten Papa tras Papa, y le prevaricación, el nepotismo y la corrupción eran institucionales en Roma... Los políticos de hoy, unos aprendices.

               Total, que a la gente del siglo XVI se le fueron hinchando las narices con los temitas de la Iglesia, que al final terminaban diciendo a unos y a otros "sed buenos, dad limosna, ayudad a los pobres, sed castos..." pero daban un ejemplo totalmente contrario. Para que os hagáis una idea de por dónde iban los tiros, una de las fuentes de beneficios histórica de la Iglesia era la venta de Indulgencias, o sea, que si tenías el dinero suficiente, podías comprarte el perdón o el permiso por haber cometido o para cometer determinados pecados que no estaban al alcance de todos. Hemos visto un ejemplo al hablar del matrimonio entre Catalina de Aragón y Enrique VIII, que tuvo que recibir un permiso especial que fue obra del Papa Julio II, pero este comercio del pecado se extendía mucho más allá. Las Indulgencias permitían por ejemplo comer carne durante la Cuaresma. Y poco a poco esto se les fue haciendo bola.

Julio II, según el pintor Rafael. Sí, el que dio nombre a la Tortuga Ninja. Este fue el Papa que dijo "Sí" a la boda entre Enrique VIII y Catalina de Aragón. Le llamaban "El Papa Guerrero", porque hizo algo muy santo, que fue meter a Roma en todo conflicto europeo que se le pasaba por delante. 


               La situación estalló cuando en 1517, un monje agustino llamado Martín Lutero, que llevaba ya algún tiempo predicando contra las indulgencias y la corrupción de la Iglesia, se plantó en las puertas de la Iglesia del Palacio de Wittenberg, en cuya universidad enseñaba, y según la tradición clavó allí sus Noventa y Cinco Tesis. Básicamente Lutero decía que mucho oro y mucho mármol y mucha indulgencia y mucho Papa y mucho latín, pero que en el Evangelio no se hablaba de nada de todo eso y que la Iglesia debía volver al camino original del que se había apartado en algún momento. Y esto cayó de diferente manera según quien lo viera. En Roma, a cuerno quemado. Pero a los habitantes de las ciudades alemanas en las que el Humanismo se había hecho fuerte y que además veían sus poderes recortados por la presión del Papa y del Emperador... para ellos fue música celestial. Desde Roma se dijo que Lutero era un hereje y que había que quemarle, pero el Príncipe de Sajonia, Federico el Sabio, en cuyos dominios enseñaba y vivía Lutero, dijo que flautas. Y Lutero se desquitó diciendo que los herejes eran ellos, y que rebota, rebota y en tu culo explota, solo que más currado. El Imperio se fue separando de nuevo, como lo había estado durante la Querella de las Investiduras, pero es que encima el Emperador no estaba como para poner orden, pues entre Francia y los Turcos le tenían las manos ocupadas. Y las cosas llegaron a las manos, que no se quedó en una cosa doctrinal, y el Imperio terminó como si fuera Puerto Urraco.

El retrato más famoso de Martín Lutero, obra de Lukas Cranach el Viejo. No tenía twitter, pero tenía papel y cuchillos... 


               Quizá en otra ocasión profundicemos en cómo se gestionó esta crisis, pero de cara a lo que nos ocupa ahora, que es la ruptura de Inglaterra con Roma, vamos a saltar hasta 1530, cuando Carlos V consiguió que los Turcos y los Franceses le dieran un respiro y convocó una Dieta en la ciudad de Augsburgo para poner en orden el Imperio. Por cierto, una Dieta no era que obligara a los ciudadanos de Augsburgo a tomar agua, lechuga y semillas de chía, sino que era el nombre que recibía en Alemania la reunión de los dirigentes políticos y eclesiásticos de los grandes dominios feudales y las ciudades. El objetivo era limar asperezas entre unos y otros, pero nadie fue con espíritu conciliador, y en ausencia de Lutero, al que Federico de Sajonia prefería tener guardadito por si las moscas, su enviado, Philipp Melanchthon (que entre otras cosas, sería el creador del concepto "psicología"), mandó a tomar por culo a sus adversarios. Así que de nuevo se llamaron herejes los unos a los otros, la Dieta se disolvió, el Emperador no pudo hacer nada... y la unidad religiosa del Imperio se quedó hecha un cisco.

               El problema de los protestantes se extendió más allá del Imperio, claro. Desde muy pronto, Lutero contó con apoyos en Suiza, donde sus ideas incluso se radicalizaron en manos de personajes como Ulrich Zwinglio o Juan Calvino, y más adelante, Francia tendría también que hacer frente al problema (y lo hicieron con sangre, mucha sangre y más sangre, por cierto). En 1521, mucho antes de que las cosas estallaran del todo por los aires, el propio Enrique VIII había escrito una defensa del catolicismo llamado "La Defensa de los Siete Sacramentos", que le había valido el cariño eterno del Papa León X y el título de "Defensor de la Fe"...

               Y con este panorama de ruptura generalizada en Europa, Enrique VIII pasaba de títulos y de defensas, y poniéndose el mundo por montera se divorciaba de Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena.

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