miércoles, 20 de febrero de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (II)


En el capítulo anterior dejábamos a Enrique y a Catalina, H y K, enamorados hasta las trancas y disfrutando de su amor juvenil. Las alegrías llegarían pronto, y es que ya en 1510 la reina Catalina anunciaba que estaba embarazada. A día de hoy con un positivo en el predíctor a más de uno y de una le da un aneurisma, pero entonces era como llegar a la meta en una carrera de fondo. Y es que uno de los principales objetivos de los reyes era siempre la sucesión, tener hijos y más hijos (las hijas les gustaban menos, daban más problemas a nivel sucesorio) que asegurasen la estabilidad dinástica. Además, hay que tener en cuenta otra cosa. Catalina era la viuda de Arturo, el hermano de Enrique, por lo que para que su matrimonio pudiera realizarse hizo falta una dispensa papal y que Catalina argumentara que su boda con Arturo no se había... ejem... consumado. Que seguía siendo virgen, vaya. La virginidad de Catalina en aquellos momentos había sido una cuestión de estado, pero ahora, ocho años más tarde, tenía que demostrar su fertilidad, y ya, con veinticinco años, no era ninguna jovencita.


Una muy joven María de Francia, luego María de Suffolk. 

Pero la felicidad no dura mucho en la casa del pobre, ni en la del rey, y la primera niña del matrimonio, de la que no nos consta siquiera el nombre, nació muerta. Daría a luz a más niños en 1511, 1513 y 1514, en los tres casos varones, y en los tres casos, recibirían el nombre de su padre, Enrique. El más longevo de ellos fue el primero, que vivió algo más de un mes y medio, los demás murieron a las pocas horas. De hecho, hasta el 18 de Febrero de 1516 no nacería la que sería la única hija superviviente del matrimonio entre Enrique y Catalina, una niña a la que llamaron María, en honor a una de las hermanas de Enrique, que en 1514 se había casado ni más ni menos que con el rey de Francia, Luis XII, así que para no confundirnos, la llamaremos a partir de ahora María de Francia. Hagamos un pequeño apunte en la boda, que luego va a ser importante. María fue la tercera esposa del rey Luis XII, que antes había estado casado con Juana de Francia, y su matrimonio había sido anulado por el mismo Papa Alejandro VI (el célebre Papa Borgia, que aquí en España hemos dado pocos pontífices, pero los que hemos dado han hecho historia), que vendió la anulación del matrimonio entre Luis y Juana a cambio del ducado del Valentinado para su hijo César Borgia. Esta maniobra le permitió a Luis XII casarse con Ana de Bretaña, la viuda del conde Carlos de Bretaña, e incorporar esta península a los dominios reales de Francia, continuando con el objetivo de ampliación de tierras que los Valois habían seguido desde su llegada al trono francés. Pero Ana sólo le había dado dos hijas al rey francés, y las hijas significaban normalmente problemas sucesorios, así que cuando Ana de Bretaña falleció, el cardenal Tomás Wolsey, del que vamos a hablar mucho en breve, arregló el matrimonio de la hermana del rey de Inglaterra con el rey de Francia. Y una de las damas que asistiría a la boda entre María y Luis, al servicio de la nueva reina de Inglaterra, sería una jovencísima Ana Bolena. Recordad este nombre. Apuntadlo. Memorizadlo. Lo que sea.

Total, que estábamos con el nacimiento de María. Y este tuvo lugar en uno de los breves armisticios que tuvo el siglo XVI entre Francia e Inglaterra, debido a la boda de la que hemos hablado. De hecho, parece ser que Enrique VIII tenía cuatro hobbies principales (aficiones, no a Frodo, Sam, Merry y Pippin): la caza, la poesía, los festivales erótico-festivos y la guerra con Francia. Por fronteras, por estar aliados en diferentes bandos, o sólo porque sí, porque se llevaban mal, ingleses y franceses dieron una Edad Media y una Edad Moderna que ni la final de la Libertadores. Y sus lazos de amor fraternales eternos y juramentos de compañía duraban lo mismo que en Gran Hermano VIP, o sea, nada. Así que Enrique se pasaba el tiempo que no estaba intentando embarazar a Catalina de viaje por el Canal de la Mancha, unas veces con más éxito, otras con menos. En 1513, por ejemplo (justo antes de la boda entre María y Luis XII), Inglaterra formaría parte de una alianza que unió a España, el Papado y el Imperio contra Francia, que amenazaba las posesiones papales en el sur de Italia. Enrique, que obtuvo el apelativo de "Rey Cristianísimo" por parte del Papa Julio II, consiguió conquistar la ciudad de Tournai, que permanecería varios años en manos inglesas para poder dar por culo a los franceses cada vez que les apetecía. ¿Y qué hizo Catalina mientras? Pues embarazada y todo, coordinó la guerra a su vez contra los escoceses del rey Jacobo IV, aliado histórico de Francia, y que aprovechó que la mayor parte del ejército inglés estaba al otro lado del Canal para lanzar una serie de ataques contra el norte de Inglaterra. Y no es que ella marchara a la batalla, pero como ya había hecho su madre en Granada, se embutió en una armadura completa y se dirigió a Buckingham, donde arengó a los soldados que derrotarían a los escoceses en la Batalla de Flodden Field, en la que murió el propio rey escocés. Era la Daenerys de Granada, aunque el gesto quizá le salió caro, ya que a final de ese mismo año, como ya hemos visto, daría a luz a un niño muerto.

La princesa María, única hija de Enrique y Catalina. Con el tiempo, se le iría poniendo más cara de agria... pero es que no la dejaron más opciones. Vaya telenovela de vida, si tuvo hasta cinco madrastras...


En aquella época, la fidelidad de los caballeros se premiaba en muchas ocasiones entregando tierras y rangos, y también posiciones en la corte para hijas y familiares, y quizá eso es lo que pasó con Elizabeth Blount, cuyo padre había servido en Francia a las órdenes de Enrique, y que entró a formar parte de las doncellas que atendían a Catalina en ese mismo año. Elizabeth, más conocida como Bessie Blount sería la primera amante reconocida de Enrique (ojo, que reconocida no es lo mismo que oficial). Las crónicas de la época dicen que cantaba, bailaba, que era alegre y atractiva... Vamos, que la muchacha era una fiesta en sí misma, y mientras Catalina dedicaba cada vez más tiempo a cuestiones religiosas y humanistas, como trabar amistad con Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro, y a impulsar instituciones para la caridad con los pobres, Enrique bailaba tuerking con Bessie Blount, que en 1519 quedó embarazada del que sería el primer hijo varón del rey de Inglaterra. El pequeño llevaría el nombre de Henry Fitzroy (el apellido que reconocía su bastardía), y contaría con los títulos de Conde de Nottingham, duque de Somerset y duque de Richmond... y no olvidemos que Duque de Richmond era el título histórico de la Casa Tudor, hasta el punto de que Shakespeare, cuando habla de Enrique VII en Ricardo III, siempre se refiere a él como Richmond. Pero Catalina hizo como si con ella no fuera, convencida aún de que daría un heredero varón al rey. La posición de Catalina en la corte era fuerte, pero no tardaría mucho en hacerse aún más fuerte cuando su sobrino, Carlos, el hijo de su hermana Juana y el difunto Felipe el Hermoso, fuera elegido Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en el año 1519 y es que el oro que ya llegaba de América sirvió, entre otras cosas, para comprar el título, que también había reclamado Francisco I de Francia, yerno del ya difunto Luis XII, casado con la hija de este, Claudia de Francia. Por cierto, la muerte de Luis XII había tenido un resultado sorprendente para la familia Tudor, y es que María, la hermana del rey, se atrevió a desafiar a Enrique contrayendo matrimonio en secreto con uno de los amigos de este, Charles Brandon, duque de Suffolk. De hecho, ambos fueron acusados de traición, y viendo cómo se las gastaba Enrique, tenemos que entender que María y Charles debieron ser muy discretos, y que los consejeros más cercanos el rey, la propia Catalina y el Cardenal Thomas Wolsey , se lo debieron currar para calmarle.

Un retrato de Henry Fitzroy en su adolescencia. El pañuelo a la cabeza y la camisa abierta nos señalan que, efectivamente, en la moda todo son ciclos y que los reggeatoneros no han inventado nada nuevo... 


De todas formas, tratar de centrar la mirada en esos años es una locura a nivel político. Carlos V y Francisco I se habían convertido en enemigos irreconciliables, lo que permitía a Enrique VIII actuar como intermediario entre ellos. Catalina, evidentemente, favorecía a su sobrino el Emperador, mientras que Wolsey quería favorecer la relación de Inglaterra con Francia. Y Enrique se aliaba con unos, luego con otros, luego iba a la guerra contra Francia otra vez, y luego quería prometer a su hija María con unos y con otros... Y la situación sentimental de Enrique pasó a "es complicado".

Bess Blount sólo había sido la primera de las amantes que compartirían el lecho de Enrique VIII durante su matrimonio con Catalina. Hacia el año 1520 ésta ya era madre y había sido desplazada de la corte, así que Enrique eligió una nueva amante. Se trataba de María Bolena, hija del diplomático Thomas Bolena y su esposa, y que tenía relación de parentesco con una de las casas más importantes de Inglaterra, los Howard, que entre otros títulos, contaban con el de duques de Norfolk. Al parecer, María había tenido una relación más bien tórrida con el rey Francisco I de Francia, pero en 1520 había vuelto a Inglaterra para contraer matrimonio con un rico cortesano, Sir William Carey. Enrique acudió a la boda y se quedó con la novia, aunque el romance duró poco. Os dije antes que recordarais un nombre, ¿verdad? Ana Bolena. Ana era hermana de esta María, y como ella, había llegado a Francia para la ya célebre boda entre María de Francia y el rey Luis XII. Y se había quedado allí aprendiendo "costumbres francesas", que en la Inglaterra del XVI significaba que había ido de orgía en orgía y que ponían su número de teléfono en las puertas de los baños de París. Y quizá fuera verdad, o quizá fuera mentira, pero el caso es que cuando volvió a Inglaterra, a Enrique le gustó más que comer con los dedos... y las cosas se pusieron aún más complicadas.

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