En el capítulo anterior dejábamos
a Enrique y a Catalina, H y K, enamorados hasta las trancas y disfrutando de su
amor juvenil. Las alegrías llegarían pronto, y es que ya en 1510 la reina
Catalina anunciaba que estaba embarazada. A día de hoy con un positivo en el
predíctor a más de uno y de una le da un aneurisma, pero entonces era como
llegar a la meta en una carrera de fondo. Y es que uno de los principales
objetivos de los reyes era siempre la sucesión, tener hijos y más hijos (las hijas
les gustaban menos, daban más problemas a nivel sucesorio) que asegurasen la
estabilidad dinástica. Además, hay que tener en cuenta otra cosa. Catalina era
la viuda de Arturo, el hermano de Enrique, por lo que para que su matrimonio
pudiera realizarse hizo falta una dispensa papal y que Catalina argumentara que
su boda con Arturo no se había... ejem... consumado. Que seguía siendo virgen,
vaya. La virginidad de Catalina en aquellos momentos había sido una cuestión de
estado, pero ahora, ocho años más tarde, tenía que demostrar su fertilidad, y
ya, con veinticinco años, no era ninguna jovencita.
Una muy joven María de Francia, luego María de Suffolk. |
Pero la felicidad no dura mucho
en la casa del pobre, ni en la del rey, y la primera niña del matrimonio, de la
que no nos consta siquiera el nombre, nació muerta. Daría a luz a más niños en
1511, 1513 y 1514, en los tres casos varones, y en los tres casos, recibirían
el nombre de su padre, Enrique. El más longevo de ellos fue el primero, que
vivió algo más de un mes y medio, los demás murieron a las pocas horas. De
hecho, hasta el 18 de Febrero de 1516 no nacería la que sería la única hija
superviviente del matrimonio entre Enrique y Catalina, una niña a la que
llamaron María, en honor a una de las hermanas de Enrique, que en 1514 se había
casado ni más ni menos que con el rey de Francia, Luis XII, así que para no
confundirnos, la llamaremos a partir de ahora María de Francia. Hagamos un
pequeño apunte en la boda, que luego va a ser importante. María fue la tercera
esposa del rey Luis XII, que antes había estado casado con Juana de Francia, y
su matrimonio había sido anulado por el mismo Papa Alejandro VI (el célebre
Papa Borgia, que aquí en España hemos dado pocos pontífices, pero los que hemos
dado han hecho historia), que vendió la anulación del matrimonio entre Luis y
Juana a cambio del ducado del Valentinado para su hijo César Borgia. Esta
maniobra le permitió a Luis XII casarse con Ana de Bretaña, la viuda del conde
Carlos de Bretaña, e incorporar esta península a los dominios reales de
Francia, continuando con el objetivo de ampliación de tierras que los Valois
habían seguido desde su llegada al trono francés. Pero Ana sólo le había dado
dos hijas al rey francés, y las hijas significaban normalmente problemas
sucesorios, así que cuando Ana de Bretaña falleció, el cardenal Tomás Wolsey,
del que vamos a hablar mucho en breve, arregló el matrimonio de la hermana del
rey de Inglaterra con el rey de Francia. Y una de las damas que asistiría a la
boda entre María y Luis, al servicio de la nueva reina de Inglaterra, sería una
jovencísima Ana Bolena. Recordad este nombre. Apuntadlo. Memorizadlo. Lo que
sea.
Total, que estábamos con el
nacimiento de María. Y este tuvo lugar en uno de los breves armisticios que
tuvo el siglo XVI entre Francia e Inglaterra, debido a la boda de la que hemos
hablado. De hecho, parece ser que Enrique VIII tenía cuatro hobbies principales
(aficiones, no a Frodo, Sam, Merry y Pippin): la caza, la poesía, los
festivales erótico-festivos y la guerra con Francia. Por fronteras, por estar
aliados en diferentes bandos, o sólo porque sí, porque se llevaban mal,
ingleses y franceses dieron una Edad Media y una Edad Moderna que ni la final
de la Libertadores. Y sus lazos de amor fraternales eternos y juramentos de
compañía duraban lo mismo que en Gran Hermano VIP, o sea, nada. Así que Enrique
se pasaba el tiempo que no estaba intentando embarazar a Catalina de viaje por
el Canal de la Mancha, unas veces con más éxito, otras con menos. En 1513, por
ejemplo (justo antes de la boda entre María y Luis XII), Inglaterra formaría
parte de una alianza que unió a España, el Papado y el Imperio contra Francia,
que amenazaba las posesiones papales en el sur de Italia. Enrique, que obtuvo
el apelativo de "Rey Cristianísimo" por parte del Papa Julio II, consiguió
conquistar la ciudad de Tournai, que permanecería varios años en manos inglesas
para poder dar por culo a los franceses cada vez que les apetecía. ¿Y qué hizo
Catalina mientras? Pues embarazada y todo, coordinó la guerra a su vez contra
los escoceses del rey Jacobo IV, aliado histórico de Francia, y que aprovechó
que la mayor parte del ejército inglés estaba al otro lado del Canal para
lanzar una serie de ataques contra el norte de Inglaterra. Y no es que ella
marchara a la batalla, pero como ya había hecho su madre en Granada, se embutió
en una armadura completa y se dirigió a Buckingham, donde arengó a los soldados
que derrotarían a los escoceses en la Batalla de Flodden Field, en la que murió
el propio rey escocés. Era la Daenerys de Granada, aunque el gesto quizá le
salió caro, ya que a final de ese mismo año, como ya hemos visto, daría a luz a
un niño muerto.
En aquella época, la fidelidad de
los caballeros se premiaba en muchas ocasiones entregando tierras y rangos, y
también posiciones en la corte para hijas y familiares, y quizá eso es lo que
pasó con Elizabeth Blount, cuyo padre había servido en Francia a las órdenes de
Enrique, y que entró a formar parte de las doncellas que atendían a Catalina en
ese mismo año. Elizabeth, más conocida como Bessie Blount sería la primera
amante reconocida de Enrique (ojo, que reconocida no es lo mismo que oficial).
Las crónicas de la época dicen que cantaba, bailaba, que era alegre y
atractiva... Vamos, que la muchacha era una fiesta en sí misma, y mientras
Catalina dedicaba cada vez más tiempo a cuestiones religiosas y humanistas,
como trabar amistad con Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro, y a impulsar
instituciones para la caridad con los pobres, Enrique bailaba tuerking con Bessie
Blount, que en 1519 quedó embarazada del que sería el primer hijo varón del rey
de Inglaterra. El pequeño llevaría el nombre de Henry Fitzroy (el apellido que
reconocía su bastardía), y contaría con los títulos de Conde de Nottingham,
duque de Somerset y duque de Richmond... y no olvidemos que Duque de Richmond
era el título histórico de la Casa Tudor, hasta el punto de que Shakespeare,
cuando habla de Enrique VII en Ricardo
III, siempre se refiere a él como Richmond. Pero Catalina hizo como si con
ella no fuera, convencida aún de que daría un heredero varón al rey. La
posición de Catalina en la corte era fuerte, pero no tardaría mucho en hacerse
aún más fuerte cuando su sobrino, Carlos, el hijo de su hermana Juana y el
difunto Felipe el Hermoso, fuera elegido Emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico en el año 1519 y es que el oro que ya llegaba de América sirvió,
entre otras cosas, para comprar el título, que también había reclamado
Francisco I de Francia, yerno del ya difunto Luis XII, casado con la hija de
este, Claudia de Francia. Por cierto, la muerte de Luis XII había tenido un
resultado sorprendente para la familia Tudor, y es que María, la hermana del
rey, se atrevió a desafiar a Enrique contrayendo matrimonio en secreto con uno
de los amigos de este, Charles Brandon, duque de Suffolk. De hecho, ambos
fueron acusados de traición, y viendo cómo se las gastaba Enrique, tenemos que
entender que María y Charles debieron ser muy discretos, y que los consejeros
más cercanos el rey, la propia Catalina y el Cardenal Thomas Wolsey , se lo
debieron currar para calmarle.
De todas formas, tratar de
centrar la mirada en esos años es una locura a nivel político. Carlos V y
Francisco I se habían convertido en enemigos irreconciliables, lo que permitía
a Enrique VIII actuar como intermediario entre ellos. Catalina, evidentemente,
favorecía a su sobrino el Emperador, mientras que Wolsey quería favorecer la
relación de Inglaterra con Francia. Y Enrique se aliaba con unos, luego con
otros, luego iba a la guerra contra Francia otra vez, y luego quería prometer a
su hija María con unos y con otros... Y la situación sentimental de Enrique
pasó a "es complicado".
Bess Blount sólo había sido la
primera de las amantes que compartirían el lecho de Enrique VIII durante su
matrimonio con Catalina. Hacia el año 1520 ésta ya era madre y había sido
desplazada de la corte, así que Enrique eligió una nueva amante. Se trataba de
María Bolena, hija del diplomático Thomas Bolena y su esposa, y que tenía
relación de parentesco con una de las casas más importantes de Inglaterra, los
Howard, que entre otros títulos, contaban con el de duques de Norfolk. Al
parecer, María había tenido una relación más bien tórrida con el rey Francisco
I de Francia, pero en 1520 había vuelto a Inglaterra para contraer matrimonio
con un rico cortesano, Sir William Carey. Enrique acudió a la boda y se quedó
con la novia, aunque el romance duró poco. Os dije antes que recordarais un
nombre, ¿verdad? Ana Bolena. Ana era hermana de esta María, y como ella, había
llegado a Francia para la ya célebre boda entre María de Francia y el rey Luis
XII. Y se había quedado allí aprendiendo "costumbres francesas", que
en la Inglaterra del XVI significaba que había ido de orgía en orgía y que
ponían su número de teléfono en las puertas de los baños de París. Y quizá fuera
verdad, o quizá fuera mentira, pero el caso es que cuando volvió a Inglaterra,
a Enrique le gustó más que comer con los dedos... y las cosas se pusieron aún
más complicadas.
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