domingo, 5 de mayo de 2019

EL NACIMIENTO DE ROMA (III)


Y es que... en todo este tiempo, ¿qué ha pasado con los Etruscos? ¿Es que nadie piensa en los Etruscos?

               Los etruscos llevaban un par de siglos ocupando la zona norte de Italia, repartidos entre las regiones de Toscana y Umbría hasta el Lacio y la Campania (dónde tendrían más que palabras con los colonos griegos del sur de Italia), y también el valle del Po, en el norte, desde la Lombardía al sur del Véneto. La verdad es que los etruscos han sido siempre un pueblo bastante misterioso, enigmáticos como la famosa "sonrisa etrusca" que dejaron plasmada en sus esculturas, y que viene siendo la cara de "sí, me estoy riendo porque sé cosas que tú no sabes...". Y es verdad, seguimos sin saber muy bien de qué se reían. Pero tampoco tenemos muy claro como se gobernaban, si era un imperio o ciudades-estado, y otro montón de cosas, que además no tiene pinta de que vayamos a averiguar pronto, ya que el gran problema es que no entendemos sus escritos. Y es que aunque utilizaban letras similares a las del alfabeto griego y podemos leer etrusco, no tenemos ni puñetera idea de qué significa lo que dicen.

Este es el Sarcófago de los Esposos, una de las obras más conocidas del arte Etrusco, y sí, miradles... se ríen. ¿De qué? A saber, pero oye, se lo debían pasar teta. 

               Pero allí estaban, y en su frontera sur, Roma empezaba a despuntar entre el resto de las ciudades del Lacio. Para conocer la guerra entre Roma y Etruria tenemos dos fuentes principales, y es muy gracioso, porque cada una cuenta cosas diferentes. Como si fueran mundos paralelos y en cada uno hubiera pasado una cosa distinta, así que no tenemos muy claro qué es lo que paso en realidad, aunque el final quedó cristalino para todo el mundo. En fin, es como si Han Solo disparó primero o no al cazarrecompensas, el caso es que al final este estaba muerto. Nuestras dos fuentes principales sobre este tema son los historiadores romanos Tito Livio y Plutarco, y es que a los romanos les molaba mucho lo de estudiarse a sí mismos. El primero era un fan de la República que vivió en los tiempos del inicio del Imperio, cerca del entorno del Octavio, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Y sobrevivir a toda la dinastía julio-claudia tiene su mérito. Plutarco, en cambio, era griego de origen, estudió en la Academia de Atenas y sólo llegó a ser considerado romano en tiempos de Trajano. ¿Y qué nos cuenta cada uno de ellos?

               El comienzo de la fiesta es igual en ambos, Rómulo tomó la ciudad de Medullia, lo que hizo que a los Etruscos se les encogiera un poco el escroto, y que el ejército de la ciudad de Fidenas decidieran que había llegado el momento de poner orden. Según Livio, los Fidenates entraron en tierras romanas, estableciendo allí un campamento, lo que hizo que Rómulo se pusiera en movimiento (ya sabemos cómo llevaba el rey que le pisaran lo fregao) y tendiera una emboscada a los Fidenates, atacando la ciudad, pero dejando parte de su ejército en retaguardia escondido en un bosque para poder destrozar a los etruscos a su antojo cuando salieran a perseguirles. El truco de Rómulo funcionó, y los romanos consiguieron tomar Fidenas. Pero si los etruscos estaban un poco tensos, la caída de Fidenas en manos romanas  terminó de descolocarles vivos, y desde la capital etrusca, Veyes, salió un ejército para hacer frente a Rómulo. El ejército etrusco entró en tierras romanas, saqueándolas y llevándose el botín al norte. Rómulo echó a seguirles, cruzando el Tíber hasta entrar en territorio etrusco, y luchando finalmente contra los Veyentinos y derrotándoles, y aunque no llegó a tomar Veyes, si que se ensañó en las tierras cercanas, lo que hizo que temerosos los etruscos firmaran un acuerdo de paz con Rómulo.

               La historia con Plutarco cambia un poco. Para empezar, después de la caída de Medullia, fueron los romanos los que lanzaron expediciones hacia el norte, hacia Fidenas, hasta que tomaron la ciudad. Al igual que con Livio, Plutarco nos dice que tras la toma de Fidenas los Veyentinos se sintieron amenazados y marcharon a la guerra, pero en este caso, los etruscos se dividieron en dos grupos. Uno se dirigió a Fidenas para recuperar la ciudad, mientras otro seguía a Rómulo, que aún debía andar haciendo el romano por las tierras de Etruria. Los Veyentinos tomaron Findenas, pero Rómulo derrotó a los que le habían seguido, de modo que unos y otros se encontraron de nuevo cerca de Fidenas, donde Rómulo terminó de darles matarile y comenzó a dirigirse hacia Veyes. El final es el mismo que en el caso de Livio: acojonados, los Veyentinos firmaron la paz con Roma.

               ¿Y a cuál de los dos nos debemos creer? Pues... de decantarme por uno, yo lo voy a hacer por Plutarco, por dos cosas: primero porque es parte no interesada (relativamente, claro). Y segundo, porque se evita todo el esfuerzo que hace Tito Livio (historiador de cámara de los primeros emperadores romanos, no lo olvidemos) en situar siempre los motivos de la guerra ajenos a Roma. Es decir, Roma reacciona ante las agresiones de los Etruscos, lo que da una muy esforzada legitimidad a la historia del conflicto entre Roma y Etruria.      

Esta es la visión del pintor francés Jean Baptiste Nattier sobre cómo Marte se llevaba a su hijo al Olimpo para que Júpiter lo convirtiera en un dios... 


               Al parecer, Rómulo estaba hecho todo un campeón, había conseguido fundar una ciudad de la nada, había vencido a los latinos y los etruscos... y todo esto se le estaba subiendo un poco a la cabeza. Y además, al ancianete Numitor le llegó su hora, así que Rómulo se convirtió también en rey de Alba Longa. Así que se marchó para allá, que al fin y al cabo Roma era un extrarradio y Alba Longa era la ciudad potente, pero como quien mucho abarca poco aprieta, parece que el gobierno de Rómulo se fue haciendo cada vez más despótico y al tiempo más torpe, sin terminar de estar en un sitio o en otro, quitando atribuciones al senado, haciendo que los patricios se sintieran incómodos... Así que un día, mientras pasaba revista al ejército, en Julio del 716 a.C,  llegaron los dioses y se lo llevaron al cielo durante una tormenta. Los senadores decidieron que Rómulo se había convertido en un dios, y con el nombre de Quirino, le construyeron un templo en otro monte cercano, que llevaría el nombre de Quirinal.

               Ya, lo de los dioses no resulta muy creíble, y de hecho, lo que se piensa es que los propios senadores se lo cargaron y ocultaron su cuerpo en algún sitio, justificando la desaparición del cuerpo con el tema divino. Como no tenemos muy claro si Rómulo existió o no, lo que sí que podemos tener claro de todo esto es que entre el año 753 y el 716 aproximadamente, Roma fue surgiendo como centro de poder entre los latinos y los pueblos del Lacio, y de ser una simple aldea, terminó pudiendo plantar cara al poder más fuerte que existía en aquellos momentos en lo que sería Italia, o sea, a los Etruscos.  Durante un año más o menos, los senadores decidieron que Roma podía vivir sin un rey, así que se fueron turnando en el cargo, a semana por senador más o menos, pero evidentemente no parece una forma de gobierno muy efectiva, y terminaron eligiendo un nuevo rey (sí, monarquía electiva, como los pueblos germánicos en sus primeros tiempos), que sería Numa Pompilio... del que ya hablaremos.

              

domingo, 28 de abril de 2019

EL NACIMIENTO DE ROMA (II)


Dejamos a Numitor establecido de nuevo como rey en Alba Longa, pero a sus nietos, Rómulo y Remo, les había picado el gusanillo del gobierno, así que para no luchar contra su abuelo y derrocarle, que total para eso se habían ahorrado el volver a entronizarle, se marcharon de Alba Longa para construir su propia ciudad allí donde el río Tíber les había llevado y la Loba (o el pastor y su esposa) les había encontrado, un pantano situado entre los montes Palatino y Capitolio. Rómulo decidió fundar Roma en el monte Palatino, pero Remo quería fundar su ciudad, Remoria, en el cercano monte Aventino. Pero ambos eran conscientes de que no podían fundar dos ciudades tan cercanas, y en este caso, la ley de primogenitura no podía aplicarse, ya que eran gemelos. En lugar de jugárselo a los chinos, decidieron recurrir al avistamiento de pájaros, que hoy en día es una cosa como muy friki de fin de semana campestre, pero entonces era algo muy serio, ya que se utilizaba para vaticinar el futuro, pero que se lo tomaban en serio, no en plan Mi Queridísimo Piscis. Rómulo ganó el concurso, y Remo se encabronó. Si esto hubiera sido la historia de Argos, en este momento Remo se hubiera marchado de allí, siguiendo el vuelo de un águila solitaria, hubiera cruzado algún mar acompañado probablemente por Hércules y otros amigos, y después de atravesar jardines llenos de plantas devoradoras de hombres, conocer hermosas ninfas que querían convertirles en fuentes y derrotar a un basilisco, descubrirían un nuevo lugar donde establecer su Remoria, con el beneplácito de Marte, que hubiera dejado allí unas botas, un escudo y una corona para su heredero, inspirado en algún momento por la Sibila de Cumas. Por ejemplo. Pero esto es Roma, y aquí, muy serio, Rómulo comenzó a trazar el perímetro de su ciudad, algo sagrado para la cultura romana, y prohibió que nadie entrara en la ciudad mientras él trazaba esa línea. Remo se puso en plan "y si entro qué", y entró. Y claro, a Rómulo no le quedó más remedio que matarlo. Y lo mató.

Rubens imaginó así el encuentro entre Marte y Rea Silvia. El padre tenía todo un carácter, y claro, así le salieron de respondones los críos... 

               Así que en resumen, la historia fundacional de Roma está marcada por una violación, un asesinato y un fratricidio. Pero todo muy serio y muy romano. Como arranque no está mal. En fin, seguimos, que ya tenemos a Roma fundada, con Rómulo como rey. No tardarían mucho en comenzar a llegar aspirantes a ciudadanos, procedentes de otras ciudades latinas, y de entre ellos, Rómulo nombró a los primeros cien patres, con los que daría origen a los patricios y al Senado de Roma, que en principio sería un cuerpo legislativo de apoyo al rey. Roma ya estaba preparada para echar a andar, pero un día, los romanos se dieron cuenta de que les faltaba algo.

               Mujeres.

               Y sin mujeres, Roma no iba a durar mucho, no habría romanitos nuevos. Los refugiados romanos eran sobre todo hombres, y esto no era la historia de Argos, donde hubieran podido recoger mujeres sembradas en un campo con dientes de hidra, por ejemplo. Era Roma, había que cometer otro delito.

               Rómulo convocó unos juegos dedicados a Neptuno en el cercano monte Quirinal, y allí invitaron a muchos representantes de otros pueblos latinos, como los Sabinos, y estos acudieron a los juegos con sus hijas y sus mujeres. Y a una señal de Rómulo, los romanos tomaron a las mujeres de sus invitados, las secuestraron y expulsaron a sus familiares de Roma, diciendo luego que habían violado su hospitalidad (tócate los cojones). Los primeros días de las Sabinas (pertenecían a muchos pueblos, pero vamos a dejarlo así por aquello de la tradición) debían estar a la gresca, pero Rómulo consiguió aplacarlas, y poco a poco comenzaron los matrimonios entre los romanos y las sabinas. Ahora, fuera de Roma, se estaba armando gorda. Los latinos estaban que se subían por las paredes, y debido a que algunos consideraban que los sabinos estaban teniendo demasiada pachorra para la venganza, comenzaron a lanzarse uno tras otro sobre Roma. Pero fueron los latinos los que se llevaron ostias a mano abierta, de modo que se desarmaron a ciudades cercanas: Caenina, Antemna, Crustumno, Fidenas... Por fin los Sabinos vieron que se les estaban comiendo la tostada, y al mando del general Tito Tacio, se dirigieron hacia Roma.

Una escena del rapto de las Sabinas, obra de Jacques Louis David. El tío la historia de la guerra la llevaba regular, con aquello de mandar a la peña en pelotas a darse cuchilladas, pero ahora... de culos en primer plano controlaba un montón...

               Y esto ya era otra película, los sabinos estaban mejor preparados que sus vecinos, y no sólo consiguieron llegar a Roma, sino que pusieron cerco al Monte Capitolino. Una romana, Tarpeya, que vio la oportunidad de hacerse rica en manos de los sabinos, llegó a un acuerdo con estos, comprometiéndose a permitirles entrar en la fortaleza del Monte Capitolino, a cambio de que los sabinos le dieran "lo que llevaban en las manos", refiriéndose a sus brazaletes. Los sabinos tomaron la fortaleza, y así dominaron el Monte Capitolino, dejando a los romanos en el Palatino, y convirtiendo el valle que había entre ambas en un campo de batalla. Por cierto, a Tito Tacio lo de la traición de Tarpeya le sentó a cuerno quemado, aunque había sido en su favor, y lo que hicieron fue aplastarla con lo que llevaban en las manos... es decir, sus escudos. Para que en otra ocasión, tuvieran cuidado con lo que pedían. Pero bueno, el caso es que el nombre de la chica quedó para la posteridad, ya que se nombró como "La Roca Tarpeya" a un promontorio del Monte Capitolino desde el que se despeñaba a los condenados a muerte en Roma. Se les despeñaba civilizadamente, claro, que eran romanos.

               Las cosas se pusieron feas, los ejércitos se desbandaban, los héroes morían... y las Sabinas tuvieron que intervenir para salvar a sus maridos. La intervención de las mujeres permitió a unos y otros poner fin a la guerra, ya que con esto, las sabinas aceptaban su situación de mujeres romanas, poniendo fin a las reclamaciones de sus parientes, y de hecho, llegó un momento de gran hermandad, pues romanos y sabinos decidieron unirse en un sólo pueblo, trasladándose muchos sabinos a Roma y poniéndose bajo el gobierno de una diarquía formada por dos reyes: Rómulo por parte de los romanos y Tacio por parte de los sabinos. Cada uno de ellos tenía su senado, y bueno, parece que funcionaron bastante bien. Duplicaron el ejército, la caballería... Pero en un tiempo todo se torcería, aunque realmente no parece que Rómulo y Tacio llegaran a llevarse mal nunca. Por algún motivo, unos parientes de Tacio asaltaron y mataron a unos mensajeros que venían de Laurentum. Los Laurentianos pidieron justicia a Rómulo, pero este se lavó las manos, diciendo que Tacio le impedía actuar, así que  un grupo de laurentianos emboscaron a Tacio y lo mataron en Lavinium. En Laurentia se hicieron un poco de caca pensando en la venganza romana, así que entregaron a los asesinos a Rómulo, pero este dijo que podían volver a casa, que quítame allá esas pajas, y que total, lo comido por lo servido, que la muerte de Tacio era el precio por la muerte de los mensajeros. Total, que estaba mejor solo que acompañado.

               Tanto el tiempo de la diarquía como los años siguientes estarían marcados por conflictos con otras ciudades cercanas, como Cameria. En resumen, y al margen de lo que la mitología nos cuente de la creación de Roma, con o sin Rómulo y Remo, con Sabinas o sin ellas, lo que tenemos es una población surgente, la de Roma, con enfrentamientos entre otros pueblos latinos vecinos, alianzas, traiciones, y todo lo que cabe esperar en una situación como esta. El caso es que hacia el año 737 a.C más o menos, Roma se había convertido ya en la ciudad más importante del Lacio... lo suficientemente importantes como para atraer la atención de sus vecinos del norte, los Etruscos.

martes, 23 de abril de 2019

EL NACIMIENTO DE ROMA (I)


               Hace unos 2800 años, el centro de Italia estaba ocupado por varios grupos tribales que se distribuían por lo que se llamamos "El Lacio". Estos pueblos se encontraban en la Edad del Hierro, y su mayor influencia era la cultura Etrusca, con la que lindaba al norte, y que incluía ciudades como Veyes, Volci, Tarquinia o Perusia. Y estos pueblos latinos comenzaron a reunirse en torno a una de sus poblaciones, que comenzó a extenderse a través de varias colinas situadas cerca del río Tíber...

               Vaya coñazo, ¿no? Vamos a darle caña a esto.

               ¡¡¡Guerra!!! ¡¡¡Destrucción!!!¡¡¡Masacre y Aniquilación!!! Después de diez años de guerra con los troyanos, Ulises ha conseguido burlar las defensas griegas, meter a un caballo de madera dentro y colarse con unos amiguetes, han abierto las puertas y Agamenón, Menelao y su cuchipandi están montando una fiesta de Latin Kings albanokosovares en la ciudad. Se han cargado a Héctor, se han cargado a Príamo, se han cargado a Paris, han apresado a Hécuba, a Casandra y a Andrómaca. Hasta han tirado por un balcón a Astiánax, que era sólo un bebé. Han sido diez años de guerra, y los griegos están dispuestos a no dejar piedra sobre piedra. Pero... espera... ¿qué es eso? ¡Oh, divino Apolo, bendita Venus! ¡¡¡Que se les escapan los troyanos!!!

Puro barroco en esta pintura que muestra a Eneas escapando de Troya, llevando en brazos a su anciano padre Anquises. Aquí está el origen de toda la historia mítica de Roma. 

               Y es que según la historia tradicional de Roma, el origen de la ciudad hay que buscarlo precisamente en la caída de esta otra ciudad, la mítica Troya, ya que mientras los griegos destruían la ciudad, uno de los troyanos, Eneas, conseguía escapar de la ciudad en compañía de su padre, el anciano Anquises, su hijo Ascanio (o Iulo, y ya veremos más adelante por qué es importante este nombre), y así como el que no quiere la cosa, se dejó atrás a su mujer, Creúsa. Y es que un olvido lo tiene cualquiera. Y es que al parecer, con estas cosas que pasaban en la Grecia mítica, Eneas llevaba la sangre de la misma Venus, ya que su padre había tenido un revolcón mitológico con la diosa de la belleza, y esta les avisó de lo que se les venía encima. Sin embargo, otra diosa, Juno, se la tenía jurada a los troyanos desde que Paris le entregara años atrás la manzana dorada etiquetada como "Para la más bella" a Venus y no a ella, que era el equivalente griego a dejar de seguirla en Facebook, así que Juno se dedicó a putearles durante siete años, haciéndoles dar carambolas por el Mediterráneo. Anquises se les murió por el camino, pero tendría un encuentro post mórtem con Eneas, que bajaría a verle al Averno, acompañado por la Sibila de Cumas, donde el espectro del anciano le mostró a su hijo la gloria de su descendencia: Roma.

               Además, en ese crucero por el Mediterráneo de Viajes Juno, una de las paradas de Eneas fue la ciudad de Cartago, gobernada por la reina Dido. Parémonos un momento aquí, que la historia de esta reina tiene su aquel. Cartago había sido fundada unos doscientos años antes por los fenicios, el pueblo con más poder comercial del Mediterráneo en aquellos tiempos, grandes marineros que extendieron sus puestos comerciales incluso más allá de Gibraltar. Su nombre en el idioma de los fenicios era Qart Hadast, o sea, Ciudad Nueva (no fueron muy originales), y su fundadora había sido ni más ni menos... ¡que la propia Dido! Y es que esta mujer, a la que también llamaban Elisa de Tiro, había llegado a las costas de África, en la actual Túnez, tierra ocupada por un pueblo que recibía el nombre de gétulos y cuyo rey, Jarbas, quiso tomarle el pelo a Dido, que le había pedido hospitalidad. Jarbas quería hacerse el graciosete delante de sus amigos, y le dio a Dido una piel de buey, diciéndole que le entregaría tanta tierra de su reino como ella fuera capaz de cubrir con esa piel. Pero Jarbas no había contado con el girl power y con que los fenicios eran listos como... bueno, pues eso, como fenicios, y Dido le hizo todo un jackass, cortando la piel de buey en tiras muy finas y utilizándolas para abarcar una colina de espaldas al mar, sobre la que la reina construiría la fortaleza de Bilsa, y ese sería el corazón de la futura Cartago.

Dido y Eneas hablando de sus cosas en Cartago, según el pintor romántico francés Pierre-Narcisse Guérin. 


               Total, que unos cien años después, ahí seguía Dido, y cuando Eneas llegó, como los dioses eran muy aficionados a las bromas, Cupido hizo que se enamorara locamente de Eneas, que al principio le hizo carantoñas, pero que cuando vio el DNI de Dido y la fecha de nacimiento, le largó un "contigo no, bicho", se acordó de que tenía un mandato divino para construir una ciudad, y se largó con viento fresco para Italia. Dido no lo pudo soportar y se clavó un cuchillo en el vientre, suicidándose (se le había olvidado el girl power y la inteligencia fenicia), y de la muerte de la reina vendría el futuro odio entre cartagineses y romanos. Total, que Eneas llegó con sus troyanos hasta el Lacio, donde se asentó finalmente y contrajo matrimonio con Lavinia, la hija del rey de los Latinos, que tenía el original nombre de Latino. Esto puso a Juno de mala leche, y envió a las Furias, que eran tres mujeres muy majas con látigos hechos de escorpiones, para que volvieran loco a Turno, el rey de los rútulos, otra tribu de la zona, pero finalmente Eneas mató a Turno.

            Evidentemente esto es una descripción mítica, pero mola. Probablemente los enfrentamientos entre latinos y rútulos tuvieran lugar, como con muchas otras tribus de la zona, pero todo el viaje de Eneas es una obra del poeta Ovidio, que escribiría la Eneida durante el gobierno del emperador Octavio Augusto, en el siglo I a.C, como un trabajo propagandístico en el que el Emperador glorificaba a Roma y a su propia dinastía, la Julia... ¿os acordáis de que dije que Ascanio también era conocido como Iulo? Pues de ahí viene Julio, y los Julios eran la familia de Octavio Augusto, así que Venus era algo así como su retatarabuela.

               Nos hemos ido muy atrás en el tiempo, a la guerra de Troya y a Eneas, y muy delante de nuestro objetivo, que es la fundación de Roma, y nos hemos ido al Imperio. Pero no hemos terminado con la historia de la fundación de Roma, y es que esta parte, la de Ovidio y la Eneida es un añadido posterior, y se nota muchísimo que los romanos ya se habían comido a todos los pueblos del Mediterráneo, incluyendo a los griegos, que eran mucho más imaginativos para las historias de este calibre. Los romanos eran más sobrios, más... serios, mucho más adustos y torvos. Y así eran también sus historias: sobrias, serias, adustas, torvas. Veréis.

Rubens representa así a Rómulo y Remo, los gemelos que fundarían Roma, rollizos y entraditos en carnes, como le gustaba a Rubens pintar a la gente. 


               En territorio latino se encontraba la ciudad de Alba Longa, cuyo fundador mítico resultaba ser Ascanio (al igual que Eneas y su nueva esposa, Lavinia, habrían fundado su propia ciudad, con el original nombre de Lavinium). De esto habían pasado siglos, claro, y ahora el rey de Alba Longa era Numitor, descendiente de Ascanio. Numitor fue expulsado del poder por su hermano, Amulio, que se cargó a todos los descendientes varones de Numitor y que obligó a su única hija, Rea Silvia, a convertirse en una virgen vestal, que era ponerle un cinturón de castidad sagrado. Y es que las vestales fueron una de las instituciones más importantes de Roma desde sus primeros tiempos, las encargadas de servir a la diosa Vesta y de mantener encendido un fuego sagrado que exigía la castidad. Cosas del fuego. Total, que allí estaba Rea Silvia convertida en monja a la fuerza. Y Marte, el dios de la guerra, que pasaba por allí cerca, vio a Rea Silvia y le dijo "¡Mozaaaa!". Que en latín viste mucho más, pero no los suficiente, así que Rea Silvia le dijo que no, que mejor otro día, pero Marte no entendía mucho de que no es no, y violó a la vestal en un bosque. Si esto fuera la historia de... yo que sé, de Argos, por ejemplo, el dios se hubiera convertido en un enjambre de abejas, que hubiera seducido a Rea Silvia con su melódico zumbido y la hubiera dejado embarazado con su miel, por ejemplo. Pero aquí hay romanos, así que todo serio. Marte a lo suyo, y Rea Silvia quedaría embarazada de gemelos, y nueve meses después nacerían Rómulo y Remo. A Amulio esto le cayó a cuerno quemado, ya que de pronto se encontraba con dos rivales para el trono de Alba Longa, así que ordenó que enterraran viva a Rea Silvia, y que ahogaran en el Tíber a los niños.  El propio dios del río se apiadaría de los gemelos y los llevaría con una loba, Luperca, un animal sagrado consagrado a Marte, que los amamantaría como si fueran Mowgli. Hay otra historia menos animal, y es que los niños quedaron bajo el cuidado de un pastor, Faustulo, y su esposa, Acca Laurentia, que antes de ser pastora, había sido una conocida prostituta, que en latín se dice "lupa", igual que loba, y quizá esa Acca Laurentia fuera la loba que amamantó a Rómulo y Remo.

               La verdad es que da un poco igual, con madrastra loba o pastora, cuando los jóvenes crecieron hicieron lo que cualquier heredero mítico exiliado tiene que hacer, o sea, recuperar su trono. Así que Rómulo y Remo se fueron derechos para Alba Longa, mataron a Amulio y repusieron a Numitor en el trono. Pero en seco. Si esto hubiera sido la historia de Argos, los gemelos hubieran descubierto su ascendencia de chiripa, se hubieran encontrado con una serpiente de doce cabezas por el camino, hubieran matado a Amulio, se hubieran casado cada uno con una hermana que luego hubieran descubierto que eran sobrinas de sus tíos, o sea, sus hermanas, uno se hubiera sacado los ojos, otro se hubiera lanzado al mar, una de ellas hubiera enloquecido y corrido por los bosques entregada a las Bacantes, y la última hubiera sacado los menudillos a los hijos de los cuatro antes de viajar a Delfos a pedir perdón. Pero eso. No son griegos. Así que... llegaron, mataron y coronaron.

domingo, 14 de abril de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (XI Y ÚLTIMO)


Catalina debió ser una tía maja, se preocupó mucho porque Enrique volviera a entablar relación con sus hijas, María e Isabel, y de hecho, en 1543, volvieron a encontrarse en la línea sucesoria, por detrás de su hermano Eduardo. Además, Catalina era una mujer culta, de las de leer libros por gusto, y más que humanista, con los años se había convertido en una firme protestante, que veía insuficientes los cambios realizados en la Iglesia Inglesa, y parece que influyó en Enrique para que diera un giro más hacia la reforma... Pero no tanto como para que la mandaran a la hoguera. De todas formas, después de su pequeña victoria en Escocia, Enrique estaba que se comía el mundo, así que continuó con sus planes conjuntos con Carlos para invadir Francia, y en 1544 las fuerzas británicas cruzaron el Canal de la Mancha, divididos en dos grupos. Uno, bajo el mando del duque de Norfolk se dirigió hacia Montreuil, sitiando la ciudad sin mucho éxito. Otro, bajo el liderazgo del duque de Suffolk, se dirigió hacia Boulogne, cuyo asedio comenzaría el 19 de Julio, dirigido por Brandon, que un par de semanas después cedió el mando a Enrique, que había llegado desde Inglaterra para ponerse al frente del asedio, dejando atrás a Catalina Parr, convertida en reina regente. A principios de Septiembre, los ingleses consiguieron entrar en la ciudad, aunque los franceses se mantuvieron firmes en la ciudadela hasta el 13 de Septiembre, cuando finalmente se rindieron, obteniendo así Enrique una de sus grandes victorias.

Catalina Parr, en un retrato obra de un autor desconocido. Los tuvo muy bien puestos para casarse con Enrique después de la trayectoria que había llevado...

              
Y ahí es cuando se volvió a demostrar que los reyes del momento eran unos cachondos. Enrique estaba de subidón, pidió a Carlos V que se reunieran en París para tomar la ciudad... y Carlos le dijo que no. Desde el comienzo de la Guerra Italiana había habido ostias de todos los colores entre los hispano/alemanes y los franceses. Ostias en los Países Bajos, ostias en el norte de Italia y la Provenza (aquí además participó Solimán, enviando al propio Barbarroja, que junto a los franceses, puso bajo asedio Niza, que era posesión imperial), y finalmente, se había lanzado personalmente a la conquista de Francia, al igual que había hecho Enrique, dividiendo sus fuerzas en dos. Una la dirigía Ferrante Gonzaga, virrey de Sicilia, se reunió en Luxemburgo, y la segunda, al mando del propio Emperador, lo hizo en el Palatinado. Ambas se reunieron en Saint-Dizier, pero la ciudad resistió mucho más de lo que el Emperador había esperado, y aunque terminó capitulando, rompió la planificación imperial y costó mucho más dinero de lo que al parecer podían permitirse, porque aunque tras la caída de Saint-Dizier los imperiales pudieron marchar hacia París, Carlos envió una carta a Enrique para consultarle sobre si debían seguir la guerra o hacer la paz por separado. Quizá el correo se retrasó, pero para cuando Enrique recibió la carta, la paz entre Francia y el Imperio ya se había firmado, y de pronto Enrique se encontró cambiando las tornas en Boulogne. Los franceses habían vuelto, y se sitiador, se había convertido en sitiado. El Delfín (que no era un mamífero marino rebotado y diciendo Sparky quiereeeeeee.., sino el heredero al trono francés) levantó el asedio de Montreuil, echando a Norfolk hacia Boulogne, y antes de que se cerrara el cerco sobre la ciudad, Enrique decidió volver a Inglaterra, dejando al mando de la defensa de Boulogne a ambos duques, Norfolk y Suffolk. Los dos se pasaron las órdenes por el forro, y salieron de Francia poco después, dejando a la armada británica bloqueada en Calais y a poco más de cuatro mil hombres haciendo lo que podían para defender Boulogne. Que por cierto, no lo hicieron mal, ya que rechazaron el asedio francés, y de hecho, la ciudad seguiría en posesión inglesa durante los siguientes ocho años.

               Enrique debió llegar a casa calentito. Su salud llevaba años sin ser buena, sufría continuos dolores por las heridas causadas en una pierna por una vieja caída de caballo y que nunca habían terminado de curar. Había desarrollado obesidad, y quizá escorbuto por falta de alimentos frescos, especialmente frutas y verduras. Y quizá padecía algún desorden mental y hormonal. Y le habían dado de ostias en Francia. Ah, y además Escocia volvía a resistirse. El matrimonio entre Eduardo y la reina María de Escocia se había ido retrasando, y finalmente las hostilidades se habían reiniciado a mediados de 1544, con el Duque de Hertford, Lord Edward Seymour (sí, hermano de la reina Juana) al frente. Hubo varios encontronazos entre ingleses y escoceses, y estos se tomaron la revancha por la derrota de Solway Moss en Febrero de 1545, después de que Hertford le pegara fuego a Edimburgo. Sus hombres, dirigidos por Sir Ralph Eure y Sir Brian Layton continuaron asolando las tierras escocesas como sólo los ingleses saben hacer (saltando desde los balcones y esas cosas), y haciendo el cafre hasta conseguir que dos enemigos que parecían irreconciliables, el Conde de Arran y el Conde de Angus, dejaran a un lado sus diferencias personales para aplicar ostias escocesas por doquier. Se encontraron en Ancrum, en la frontera, y los escoceses les pegaron una paliza épica a los ingleses, cargándose a sus dos líderes, tomando casi mil prisioneros y mandando a los supervivientes al sur boquiabiertos preguntándose de dónde les habían caído las ostias. Francisco de Francia envió ayuda, pero de momento las hostilidades se detuvieron. En Septiembre de 1545, Herford fue enviado a Calais, parecía que los problemas con Francia iban a estallar de nuevo, pero todos los que habían participado en la Guerra Italiana se lo pensaron mejor, y finalmente se firmó el tratado de Ardres. La guerra había vaciado las arcas de Francia y de Inglaterra, y dentro de la paz que se firmó, los franceses incluyeron cláusulas sobre Escocia, que los ingleses se comprometieron a "no atacar sin causa".

Una pintura de Hans Holbein en los últimos años de gobierno de Enrique VIII y que ilustra muy bien cómo estaban las cosas. En el centro, están Enrique, la difunta Juana Seymour y el Príncipe Mofletes, Eduardo, representando lo que se sería la auténtica familia real, con el rey, su heredero y la madre de este. A  su derecha, pero fuera del espacio marcado por las columnas, está María, su primogénita, hija de Catalina de Aragón, y en la misma situación, a la izquierda, Isabel, la hija de Ana Bolena, que eran de la familia, pero como los cuñados en Nochevieja... porque no hay más remedio. 


               Así que como hemos dicho antes, Enrique debía estar calentito. Y cuando una vez en Inglaterra, se encontró con que en su ausencia, Catalina se había mostrado "demasiado protestante" para el gusto de algunos de los notables del reino, entre los que estaba el Arzobispo de Winchester, Stephen Gardiner, que había desarrollado cierto gusto por quemar protestantes, y que junto a su amiguete, el canciller Thomas Wriothesley, conde de Southampton, que se había hecho famoso por torturar a una famosa mártir protestante, Anne Askew, comenzaron a malmeter a Enrique contra Catalina. El hecho de que Catalina hubiera estado próxima a Thomas Seymour, hermano de Lord Hertford, con el que Wriothesley estaba enfrentado, tampoco ayudaba a la estabilidad de la reina y de Inglaterra, que de pronto volvía a verse con un rey que volvía a encontrarse dividido entre dos facciones. Y a todo esto, en 1545 moría Charles Brandon, el Duque de Suffolk, dejando viuda a su última esposa, Katherine Willoughby. Sí, Willoughby. ¿Os suena, verdad? Claro, porque ya hemos hablado de ella antes, Katherine Willoughby, Duquesa Viuda de Suffolk, era la hija de aquella María de Salinas que había llegado a Inglaterra junto a Catalina de Aragón, la mujer que se había colado en su encierro de Kimbolton para consolar a la reina en sus últimos días de vida.  Katherine había sido la pupila de Suffolk, y luego finalmente se había convertido en su esposa. Y ahora, según se rumoreaba, Enrique había puesto sus ojos en ella.

               Se dio orden de detener a Catalina Parr, pero la reina consiguió reconciliarse con el rey antes de que la cosa llegara a mayores. Sería "menos protestante". Pero la solución no duraría mucho, y Enrique estaba preparando de nuevo la detención de su esposa cuando...

               Murió.

               Probablemente a causa de su obesidad, la vida de Enrique VIII llegaba a su fin el 28 de Enero de 1547 en el palacio de Whitehall. Como había deseado, fue sucedido por un hombre, su hijo Eduardo, que subiría al trono como Eduardo VII, y fue enterrado junto a Juana Seymour, ¿quizá la mujer a la que más había amado? ¿Quizá un capricho más de un rey que no había terminado de tener nunca la cabeza en su sitio? A saber. El caso es que Catalina Parr sobrevivió. De chiripa, pero sobrevivió. Para casarse con Thomas Seymour, con el que ya había mantenido una relación antes de casarse con Enrique. Y también le sobrevivió Ana de Cleves, la reina repudiada, que vivió una vida larga y tranquila en Inglaterra, lejos de los conflictos europeos y de las movidas de la corte de los Tudor.
               Y eso son otras historias.
              


domingo, 7 de abril de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (X)


Enrique tenía dos pasiones en la vida, ya lo hemos visto varias veces. Una eran las mujeres, y ya había decapitado a dos. Y luego estaba la guerra. Que por cierto, no se le daba muy bien. Si os habéis dado cuenta, la mayor parte de todo lo que hemos visto de Enrique han sido cuestiones puntuales en Francia, y preparativos para la guerra con el Imperio, luego con Francia, luego con el Imperio, luego otra vez con Francia... Pero mientras en el continente había ostias cada dos días, Inglaterra no se había implicado en nada fuera de sus fronteras desde los tiempos de Catalina de Aragón. Así que el rey quizá buscaba una forma de abordar la crisis de los cincuenta recordando sus años jóvenes implicándose en una guerra europea. Y en esos años, volvía a ser amigo de su ex sobrino Carlos, y a tenerle tirria horrible a Francisco de Francia, de modo que se puso del lado del Emperador en la llamada "Guerra Italiana". ¿Y qué era la Guerra Italiana?

               La bomba, lo vais a flipar.

               Por un lado, estaba Carlos V, el Emperador. Mandaba en Alemania y Austria (más o menos, que tenía sus cosillas con los protestantes), en España, dominaba todo aquello que iba llegando desde el Nuevo Mundo, era el titular de Borgoña, y reinaba también sobre Flandes, Nápoles, Sicilia y Cerdeña. Y a su lado, Enrique. Nuestro Enrique. Los dos se habían querido crujir a ostias más de una vez, pero estaban dispuestos a dejar sus encontronazos a un lado para hacer frente a...

Un retrato de Solimán el Magnífico obra de Tiziano. Debajo del turbante está el peor enemigo de la Cristiandad, Voldemort.

               La alianza más rara de toda la puta historia, que deja el pacto entre los nazis y la Rusia de Stalin en una anecdotilla ideológica. Allí estaba Francisco I de Francia, mucho más joven que  había pasado toda su puñetera vida compitiendo con este segundo, preocupado porque Carlos consiguiera cerrar un puño alrededor de Francia y les exprimiera el eau de parfum. En un momento en el que desde Roma se pedía unidad para hacer frente a los turcos que ya estaban que se comían todo lo que se les ponía por delante, Francisco se pasó el catolicismo por el forro y tocó los huevos todo lo que pudo, impidiendo que el Emperador pudiera centrarse en Alemania, o en hacer frente a los Otomanos, que ya habían ocupado el centro de Europa y cercado la mismísima Viena. Y a su lado, ni más ni menos que el sultán otomano, el mismo Suleiman I, más conocido como Solimán el Magnífico. Turco, musulmán... en aquellos momentos, poco menos que el Anticristo. O poco más, según a quien le preguntaras. ¿Y cuál era el motivo de tan insólita alianza?

               Carlos y Francisco llevaban años tirándose los trastos a la cabeza, una y otra vez, por docenas de causas distintas. Se habían enfrentado en Italia en los años veinte, Francisco había estado prisionero en Madrid, se había propuesto el matrimonio entre la hija del Emperador, María de Austria, y el hijo pequeño del rey francés, Carlos de Orleáns. La idea es que ambos gobernaran sobre un estado propio, formado por los Países Bajos y Borgoña, y a cambio, Francisco renunciaría de una puta vez a los ducados de Milán y Saboya (que ya había renunciado a ellos dos veces, en Madrid y en Cambrai, pero debe ser que se pensaban que a la tercera iba a ir la vencida). Las negociaciones se liaron, y Francisco comenzó a buscar aliados en Europa, entre ellos, curiosamente, al hermano de Ana de Cleves, el duque de Cleves, William el Rico, que cerró el pacto casándose con la sobrina del rey francés, y a través de él trató de llegar a un acuerdo con la Liga de Esmalcalda, un grupete que se habían montado los príncipes protestantes del Imperio,  pero Carlos estuvo hábil y cerró un acuerdo con los príncipes alemanes, así que en previsión de una posible guerra por el asunto de Milán, Francisco se encontró con que su único aliado posible era el más férreo enemigo del Emperador, o sea, los otomanos. Y Francia terminó declarando la guerra al Imperio el 12 de Julio de 1542.

               Dentro de este contexto, Enrique y Carlos comenzaron a planificar la invasión de Francia para 1543, pero antes, Enrique tuvo que hacer frente a una cuestión "doméstica", y es que históricamente, Francia y Escocia habían sido aliados. Así que para poder plantearse un asalto a Francia, Enrique tenía que cubrirse las espaldas en el norte. Y para allá que se fueron Enrique y su ejército. La verdad es que en principio, la guerra no parecía que fuera a durar mucho. Ingleses y escoceses se encontraron en la frontera de ambos países el 24 de Noviembre de 1542, en la batalla de Solway Moss, y allí mismo murió el rey de Escocia, Jacobo V, de la familia Stuart (conocidos aquí como los Estuardo). Enrique pensaba ocupar él mismo el trono escocés, pero resulta que seis días antes de la batalla, la mujer del rey Jacobo, la reina María de Guisa (francesa, hija del duque Claude de Lorena y de su esposa, Antoinette de Borbón), había dado a luz a una niña, a la que llamaron María y que era la reina legítima de Escocia. Enrique no se atrevió a destronar a la niña, pero comenzaron las negociaciones para que contrajera matrimonio con el joven Eduardo, de modo que a su matrimonio se unieran por fin las coronas de Inglaterra y Escocia, y en principio, los escoceses aceptaron... aunque luego se lo fueron pensando mejor. Ellos seguían siendo partidarios de Francia, tenían atragantados a los ingleses, y no tenían ninguna intención de salirse del catolicismo, que empuñaban ni más ni menos que de una forma casi beligerante contra Inglaterra. Pero bueno, de momento, dijeron que se lo iban a pensar. En Facebook, pusieron "Relación con Inglaterra: Es complicado".

Un retrato de María de Guisa obra de Cornaille de Lyon que se conserva en la National Galleries of Scotland. Así, con la mirada de saber cosas, supo tocarle las narices a base de bien al mismísimo Enrique VIII. 


               Así que pensando que tenía el norte de su lado, Enrique pudo empezar a pensar de nuevo en invadir Francia. Ah, y en casarse. Otra vez. La sexta. Pero esta vez Enrique no buscó fuera de Inglaterra, ni escogió a una hija. La elegida fue una rica mujer inglesa que ya había tenido dos maridos y que formaba parte de la corte de la Princesa María, la hija del rey. Tenía treinta años, y ya había sido Lady Burgh y Lady Latimer, y si el rey no se hubiera adelantado, quizá se hubiera convertido en Lady Seymour, pues había establecido cierta relación romántica con el hermano de Juana Seymour, Thomas. Ah, y era protestante, hasta la médula. Aunque lo llevaba muy en secreto, que en aquellos tiempos a los protestantes en Inglaterra se los quemaba. Así que dejó de lado su relación con Seymour, y el 12 de Julio de 1543, Enrique y su tercera Catalina se casaban en Hampton Court. Sí, otra Catalina. Esta vez, Catalina Parr. Si Catalina Howard había sido casi una niña, Catalina Parr era ya una mujer con experiencia, que había tenido una vida merecedora de su propia serie de televisión. Durante mucho tiempo se pensó que Catalina Parr, con sólo doce años, se había casado un viejo lunático llamado Sir Edward Bourgh, pero con el tiempo se ha descubierto que esto era un bulo o una confusión, y que realmente su primer marido había sido Edward Bourgh... pero no el anciano loco, sino su nieto. El matrimonio duró cuatro años y puede ser que el joven Bourgh hubiera heredado parte de las particularidades de su abuelo. Aunque no queda nada claro, moriría con apenas veinticinco años. Un año después de enviudar, Catalina contraía matrimonio con Sir John Neville, un apellido de alto copete en Inglaterra y emparentado con los Lancaster y los York. John Neville era el Barón Latimer, así que Catalina se convirtió en Lady Latimer. Lord Latimer era un hombre del norte, y un furibundo detractor del divorcio de Enrique, de su matrimonio con Ana, de la reforma inglesa y católico de pro, que ya llevaba dos esposas antes de que Catalina llegara a su vida. Latimer tuvo una participación discutida en la Peregrinación de Gracia, a veces parece que participó, a veces parece que le obligaron, pero el caso es que terminó siendo acusado de traidor, fue retenido por el Duque de Norfolk durante las purgas que siguieron a la rebelión norteña, y finalmente condenó públicamente a Aske y sus seguidores, aunque no consiguió con ello quitarse de encima a Cromwell, que pasó parte de sus últimos años dando por saco a Latimer (entre muchos otros) y señora. Así que el final de Cromwell no debió entristecerles demasiado, aunque Lord Latimer no lo disfrutaría mucho, ya que él mismo moriría en 1542. Como hemos visto antes, la viuda pasaría a formar parte de la corte de la princesa María, y de ahí a ser reina de Inglaterra. Y de Irlanda, por cierto, que Catalina Parr fue la primera reina de Inglaterra en serlo también de la isla vecina.

domingo, 31 de marzo de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (IX)


               Los últimos meses de la vida de Cromwell estuvieron marcados por su tensión con el Duque de Norfolk, Thomas Howard, uno de los hombres más poderosos de la Inglaterra de Enrique VIII. El duque había sido un hábil jugador que se había sabido beneficiar del matrimonio de su sobrina Ana Bolena con el rey, y que se había apartado de esta a tiempo como para no verse implicado en la caída de la reina. Sus dotes militares y políticas se habían cuestionado durante la Peregrinación de Gracia y luego se había ocupado de solucionar esas dudas a base de espadazos. Y aunque Cromwell había conseguido que Enrique se casara con su candidata, Ana de Cleves, Norfolk consiguió que en la corte de la nueva reina se incorporara a una joven dama, su sobrina, Catalina Howard, hija de su hermano Edmund Howard y su esposa Joyce Culpeper. Catalina tenía dieciséis años cuando se la presentó en la corte, y de inmediato consiguió atraer el interés de Enrique, al que al parecer ponía bastante burro. Norfolk alimentó este encaprichamiento, probablemente pensando que podía convertir a Catalina en una nueva Ana Bolena, y a través de ella, moderar el carácter reformista de la Inglaterra que Cromwell había estado construyendo, ya que parece que los Howard eran mucho más conservadores de lo que Ana y Cromwell habían promovido. Según se distanciaba de Ana de Cleves, Enrique se acercaba a Catalina, a la que llamaba su "rosa sin espinas",  y junto a la que acudía por ejemplo a las fiestas celebradas por el Arzobispo Gardiner y otros hombres notables del entorno del rey.

Un retrato realizado por nuestro ya habitual Hans Holbein el Joven, que se dice que pudiera ser Catalina Howard. Mucha cara de ursulina tiene para lo que luego contaban... 

               Lo que pasó después, ya lo sabemos. Enrique rechazó a Ana, apresó a Cromwell, y el mismo día en que a este le cortaban la cabeza, él se casaba con Catalina. Anteriormente este matrimonio hubiera necesitado de dispensa papal, ya que Catalina era prima de Ana Bolena, pero en aquellos tiempos, Enrique ya se había convertido en un Juan Palomo de yo me lo guiso y yo me lo como, así que ningún problema para la boda. Catalina era joven, divertida, hermosa... y se la pelaba todo lo que no fueran las fiestas, las joyas y los vestidos. Era una Kardashian del siglo XVI. Así que chasco para su tío, que si pensaba influir en la política de Inglaterra a través de ella, iba dado. Es más, cuando Cromwell fue depuesto y posteriormente decapitado, ninguno de los numerosos títulos que había ostentado recayó en Thomas Howard, y de hecho, Enrique distribuyó esos títulos entre diferentes hombres, quizá pensando en no volver a centralizar en una persona tanto poder como había tenido Thomas Cromwell.

               Enrique tenía cincuenta años, Catalina dieciséis, y la pareja comenzó una luna de miel viajando a través de Inglaterra, donde Enrique podía mostrarle a su joven esposa lo mucho que le quería su pueblo, pero tuvieron que cortar el viaje porque Enrique comenzó a encontrarse mal, de modo que tuvieron que volver apresuradamente a Hampton Court, teniendo que pasar las navidades en Londres. ¿Y quienes andaban por allí? Vamos a ver a dos personas, una nueva y una a la que ya conocemos...

               Esta última es lady Jane Bolena, la ahora viuda de George Bolena y que con su testimonio había asegurado la muerte de su esposa y su cuñada. Lady Rochford había seguido formando parte de la corte, y había sido una de las damas de Ana de Cleves que de nuevo había colaborado con los deseos del rey al confirmar que su matrimonio con la alemana nunca que había consumado, lo que permitió a Enrique divorciarse de esta. Así que Lady Rochford había continuado al servicio de la nueva reina, con la que tenía parentesco político, siendo una de sus damas principales. El desconocido es un nuevo personaje que entra en juego, Thomas Culpeper (sí, otro Thomas, que además debía ser familia más o menos cercana de la reina). De este chico, que se había hecho con gran renombre en la corte en los últimos dos o tres años, se dice que era guapo a lo bestia y que tenía a las damas de la corte dando palmas con los bajos, y de hecho, había llamado la atención del propio rey, que lo había convertido en Caballero de la Cámara Privada, es decir, una de las personas más cercanas a Enrique, ya que se encargaba de vestirle y desvestirle, así como de dormir junto a la habitación de este.

               Catalina era joven y divertida. Culpeper guapo y pretencioso. La tragedia estaba servida. ¿Y qué tiene que ver en esto Lady Rochford, que la habíamos dejado atrás y hemos vuelto a ella? Pues que por algún motivo, decidió colaborar con los jovenzuelos y facilitar sus encuentros íntimos a espaldas del rey. Al parecer la cosa venía de antes, Catalina y Culpeper se habían conocido en el tiempo en el que el rey había estado casado con Ana, pero no iba a ser el único "fantasma del pasado" en aparecer en la vida de la joven y nueva reina. Catalina había pasado parte de su juventud en la casa de su abuela, Agnes Howard, la duquesa viuda de Norfolk, y allí, al parecer, había tenido algún encuentro subidito de tono con un caballerete llamado Francis Dereham, y al parecer también había tenido un algo con su profesor de música, un tal Henry Manox, que entendiendo que por aquellos años Catalina tenía once años, hoy en día tendría mucho que explicar.

               Dereham apareció de nuevo en la vida de Catalina después de que esta se casara con Enrique, y de alguna manera, terminó convirtiéndose en Secretario Privado de la reina. Si Catalina lo hizo bajo chantaje o porque de verdad le apetecía tenerle cerca no lo vamos a saber nunca, pero el caso es que fue un error y muy gordo. Dereham era un bocazas que se dedicó a pregonar a los cuatro vientos su amor por Catalina, su intención de casarse con ella cuando muriera el rey, y que él y Catalina habían estado prometidos años atrás. Dereham terminó calentando a Culpeper, y el enfrentamiento entre ambos se hizo prácticamente público en la corte. A todo esto, resulta que Dereham no era el único que planeaba sacar beneficios de la presencia de Catalina en la corte inglesa. Una de las jóvenes que había pasado su infancia en la casa de la Duquesa Viuda (que por lo que cuentan debía la versión medieval de La Posada un jueves de gala de Gran Hermano) era Mary Lasells, y su hermano, el predicador reformista John Lasells, le sugirió que acudiera a ella para conseguir un cargo como dama de compañía. Mary debió decirle a su hermano que ni muerta, que la corte de la reina era todo vicio y perversión, y John Laselles se fue a contárselo todo a Thomas Cranmer, el Arzobispo de Canterbury y aliado de Thomas Cromwell, enemigo por lo tanto de los Howard... Después de dar palmas con las orejas, Cranmer comenzó una investigación sobre lo ocurrido en la casa de la Duquesa Viuda, hubo varios detenidos, y en los interrogatorios, Dereham terminó contando que Catalina tenía más que palabras con cierta asiduidad con Culpeper y con la ayuda de Lady Rochford. Vamos, que Dereham cantó, y lo hizo con detalle, y los últimos detalles los terminó dando la propia Lady Rochford, por miedo a que la torturaran. Al parecer, al principio Enrique se negó a aceptarlo, pero después de que el Arzobispo Cranmer insistiera, se le permitió interrogar a la propia reina, que terminó hablando del contrato de matrimonio establecido con Dereham, y que fue suficiente para terminar de calentar a Enrique.

Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury y enemigo declarado de los Howard, con cara de buena persona y de no querer decapitar a nadie. En este caso, el autor no es Holbein, si no Gerlach Flicke.


               Catalina fue despojada de su título de reina y luego encerrada en la Abadía de Sión, en Middlesex, mientras en Londres se resolvían el resto de las cuestiones. Dereham y Culpeper fueron encerrados en la Torre de Londres, y finalmente fueron ejecutados en Tyburn el 10 de Diciembre, acusados de traición. Culpeper consiguió que le conmutaran la pena, y simplemente fue decapitado, pero Dereham no contó con el favor real, y sufrió la pena completa, descuartizamiento incluido. Thomas Howard, ni corto ni perezoso, escribió una carta al rey para disculparse por lo ocurrido, echándole la culpa de todo a su sobrina y a su madrastra, la ya nombrada Duquesa Viuda, que también fue detenida y llevada a la Torre. Lady Rochford se volvió loca, y aunque la ley inglesa no permitía el ajusticiamiento de los enajenados mentales, se aprobó una ley para que pudiera pasar por el patíbulo, así que tanto ella como la reina Catalina fueron decapitadas el 12 de Febrero de 1542. Para que nos hagamos una idea de la auténtica personalidad de Catalina, un detalle: se pasó su última noche de vida ensayando cómo debía poner su cabeza en el cadalso para que resultara bonito.

               De todos los participantes, la única que no fue decapitada fue Agnes Howard, que permaneció en la Torre hasta 1545, año en que finalmente moriría.

domingo, 17 de marzo de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (VIII)


Fanfarrias y clarines por Inglaterra, el reino al fin tenía un príncipe. El niño fue bautizado el 15 de Octubre en el propio palacio de Hampton Court, sus hermanas María e Isabel participaron en la ceremonia, pues la llegada del heredero clarificaba su situación en la corte. Con un príncipe, ellas ya no podían ser reinas, y por lo tanto, dejaban de ser una amenaza para su propio padre. Pero había una ausente en la ceremonia, y es que Juana Seymour aún no se había recuperado del parto. Al parecer la llegada del pequeño Eduardito al mundo no había sido un camino de rosas (ni rojas ni blancas), y todo indica que el parto duró unas sesenta horas. Juana moría el 24 de Octubre en Hampton Court, doce días después de haberle dado a Enrique el heredero que llevaba años pidiendo, y a día de hoy no sabemos exactamente el motivo: infección, retención de la placenta... a saber. El caso es que el rey se quedaba de nuevo viudo, pero por primera vez una de las reinas de Enrique recibía un funeral de estado, presidido por Lady María Tudor. Y años más tarde, pese a que tendría tres mujeres más, a la muerte de Enrique este sería enterrado junto a Juana Seymour.

               Enrique tenía ya un heredero, un niño. Pero era eso, sólo un bebé, y en aquellos años era fácil que los niños no vivieran. Especialmente si tenían enemigos, y Enrique ya empezaba a ver enemigos por todas partes. Los Pole, por ejemplo, que desde su punto de vista, habían conspirado para derrocarle, formando una conspiración con el Papa y el Emperador. Entre 1538 y 1539 todos y cada uno de los miembros de la familia Pole que habían sido atrapados en Inglaterra fueron ejecutados, incluyendo a la anciana Margaret Pole, hasta el punto de que el único superviviente fue, precisamente, aquel al que Enrique más odiaba, Reginald, escondido en el continente. La acusación era de traición, pero lo que Enrique estaba haciendo, ayudado por Cromwell, era eliminar contendientes para el trono. Con la muerte de Margaret Pole y sus herederos desaparecían los últimos Plantagenet que podrían haber aspirado al trono, los últimos descendientes de la dinastía de York. Total Party Killer.

El príncipe Eduardo el Mofletes, pintado por Hans Holbein el Joven. Probablemente, el rey más mono que haya tenido Inglaterra.


               Además de cuadrar la línea de sucesión, que ya continuaba con su hijo Eduardo, en esos años Enrique supo aprovechar las debilidades políticas del extranjero para reforzar su dominio de las islas británicas. Más o menos coincidiendo con todo esto que hemos contado, el Emperador Carlos V, el coco de Enrique, continuaba teniendo meriendas de bofetones con los Electores del Sacro Imperio a cuenta de la Reforma Protestante, y Enrique había llegado a un tiempo de entendimiento con Francisco de Francia, así que aprovechó para poner la Roomba y ordenar la casa, incorporando, por ejemplo, el País de Gales a la corona inglesa, uniendo ambas naciones en un solo país. Pero la paz duraría poco, ya que Carlos y Francisco volverían a establecer una nueva temporada de acercamiento, lo que provocó que Enrique tuviera una serie de ataques de paranoia, probablemente ayudado por las noticias que para él filtraba Cromwell. Enrique se sentía de nuevo aislado, y comenzó a prepararse para una eventual invasión de Inglaterra desde el continente. Así que el rey y Cromwell pusieron en marcha la maquinaria de las cancillerías reales para buscar una nueva reina para el rey. Enrique tenía ya cuarenta y nueve años, y su historial no era particularmente inmaculado. A los reyes de aquella época se les morían las reinas con cierta frecuencia, debido sobre todo a problemas en complicados partos, múltiples embarazos, y que la salud de la época, las sangrías y las pócimas a base de plomo y extracto de vinagre tampoco ayudaban mucho, así que no era extraño que el rey inglés hubiera tenido ya tres esposas... pero el divorcio de la primera y la condena de la segunda no le ponían como un soltero con garantía Meetic, a lo que hay que añadir su compleja situación política. Enfrentado a España, Francia, el Papado y el Imperio... ¿dónde podía encontrar Enrique una esposa que a la vez le granjeara una alianza?

               La sugerencia llegó de Cromwell, que sugirió que Enrique conociera a Ana de Cleves. Johann III de la Marck, duque de Cleves, Berg, Mark y Ravensberg, había muerto en 1538, con lo que los títulos familiares habían pasado a su hijo, Wilhelm, igual que la custodia de sus hermanas. Y se daba la casualidad de que Wilhelm de Cleves el Rico era un ferviente defensor de las doctrinas luteranas de las que Cromwell estaba tan cerca, y era por lo tanto, enemigo de Carlos V. A través de una boda con Ana de Cleves (o con su hermana Amalia), Enrique podía hacerse amiguete de los señores imperiales que se enfrentaban al Emperador, lo que abría nuevas posibilidades en el caso de que finalmente, como el rey sospechaba, en algún momento Carlos decidiera atacar Inglaterra. En lugar de conocerse por Badoo, Enrique envió a  su pintor de cámara, Hans Holbein, a Alemania para que consiguiera un retrato de las dos hermanas del Duque Wilhelm. Los retratos viajaron a Inglaterra, el rey eligió a Ana, y se empezaron a atar los lazos necesarios para el matrimonio. Cromwell lo había vuelto a hacer, le había dado al rey una reina, una alianza... y la posibilidad de nuevos hijos, nuevos herederos al trono ante la posibilidad de que Eduardo no sobreviviera a sus años de niñez. Ahora... al parecer, la versión de Cromwell de Ana era la de Instagram. Según él, Ana era una mujer educada, de gran cultura y sofisticación... y esto es... FALSO.  Ana de Cleves no había tenido ningún tipo de formación cultural y además sólo hablaba alemán. Así que cuando se dirigió hacia Inglaterra, después de que su matrimonio se pactara el 4 de Octubre de 1539, Ana se dirigía hacia un nido de víboras que esperaba a una reina que no era ella.

               Enrique y Ana (al menos podía aprovechar las iniciales de Ana Bolena que había en los palacios, ajuares, mantelerías y demás), se conocieron el 1 de Enero de 1540 en Rochester. El rey había salido a su encuentro acompañado por algunos de sus hombres y miembros de la corte, entre ellos los embajadores de Francia y España. La pintura de Holbein había hecho pensar a Enrique que se iba a encontrar casi con una diosa... y al parecer, cuando la vio de verdad se sintió como si le hubieran quitado un buen solomillo para ponerle delante un plato de espinacas hervidas. Los presentes cuentan que el rey se mostró educado en todo momento, pero estaba disgustado, y cuando Enrique se disgustaba, las cabezas solían salir rodando. Enrique necesitaba un responsable, o más bien, un culpable, y lo tenía cerca. Así que en vez de recibir felicitaciones y nuevos títulos, Thomas Cromwell se encontró con que había perdido toda la confianza del rey, que además le había encomendado una misión imposible: encontrar una forma legal de deshacerse de Ana sin romper los vínculos de amistad con Alemania. Ni de coña, vaya.

Ana de Cleves, según Hans Holbein el Joven. No sabemos si el cuadro le hacía justicia, porque cuando volvió a Inglaterra, Enrique se pilló un señor cabreo con Holbein diciendo que le habían engañado... 


               Aún así, Enrique y Ana contrajeron matrimonio el 6 de Enero, pero no pasó lo que tenía que pasar. De hecho, no pasó esa noche, ni la siguiente, ni la siguiente... Y es que según contaba Ana a sus damas, por las noches, cuando Enrique llegaba a su cama, la besaba para desearle buenas noches, le daba la mano y de decía "Buenas noches", y a la mañana siguiente, lo mismo pero cambiándolo por "adiós". El matrimonio no se consumaba, y los enemigos de Cromwell, que llevaban años callando, comenzaron a salir como champiñones, dirigidos por el Duque de Norfolk y el Arzobispo de Winchester, Stephen Gardiner. Y el día 10 de Junio, Cromwell fue arrestado y arrojado a las mazmorras de la Torre de Londres, como si fuera una deuda kármica a saldar con todos aquellos a los que había enviado allí desde los tiempos de Tomás Moro y John Fisher, y sus detractores no tardaron en acusarle de todo. Conspiración, fraude, herejía... Cromwell intentó defenderse, pero no había nadie a quien le interesara lo que pudiera decir. Un par de semanas después de la captura de Cromwell, Ana de Cleves recibió la visita de los agentes del rey, pidiéndole que abandonara la corte, y unos días después, el 6 de Julio, se le notificaba que el rey solicitaba el divorcio, poniendo como excusa un compromiso de matrimonio previo entre Ana y el Duque Francisco de Lorena, lo que se entendía que invalidaba su unión.

               Ana dijo que sí. Que se divorciaba. Que sin problemas, todo para ti. Además, los médicos afirmaron que Ana seguía siendo virgen (y también pusieron especial interés en que todo el mundo supiera que aquello no era culpa de Enrique, que él seguía siendo un machote y no necesitaba pastillitas azules ni nada), de modo que el matrimonio, además de ilegal, no se había consumado. Y el rey, que no debía estar acostumbrado a que le pusieran las cosas fáciles, otorgó a Ana cuantiosos bienes y la dio el título de "Querida Hermana del Rey", que es como al parecer se la trató de ahí en adelante en la corte, como si fuera una de las hermanas de Enrique. Curiosamente, Ana se quedaría el resto de su vida en Inglaterra, y viviría muchos años, todos ellos en paz y calma, aceptando eventuales invitaciones a la corte, pero sobre todo, ganando fama de ser una mujer tranquila y sencilla. Ana supo quitarse de en medio a tiempo, así que sólo rodó una cabeza. La de Cromwell, que fue ejecutado el 28 de Julio en la Torre, decapitado de forma tosca e ineficiente por un verdugo que requirió de varios golpes para separar del cuello la cabeza del Lord del Sello, o sea, un asco de muerte. Que además, de alguna forma, Enrique terminó rechazando, argumentando que los detractores de Cromwell habían tramado su muerte basándose en falsas acusaciones... Pero bueno, eso sería más adelante, porque según le estaban cortando la cabeza a Cromwell, Enrique estaba casándose con Catalina Howard en el palacio de Oatland...

               ¿Cómo? ¿Que se casaba otra vez? ¿Con quién? ¿Tan deprisa? ¿En serio?

               Pues sí, en serio. Hablaremos de los Howard y Catalina pronto...  


ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (VII)


La Peregrinación de Gracia había supuesto el mayor conflicto interno en Inglaterra desde el final de la Guerra de las Dos Rosas, y había puesto sobre la mesa algo que al parecer Enrique no había querido pensar o sus consejeros, con Cromwell al frente, habían sabido esconderle muy bien, y es el hecho de que no toda Inglaterra estaba de acuerdo con sus reformas. Teniendo en cuenta, además, que Aske y los suyos nunca se habían alzado contra el rey, sino contra los hombres que le rodeaban. El caso es que si Enrique ya llevaba años alimentando la paranoia de que estaba rodeado de traidores, la Peregrinación de Gracia no hizo más que alimentar esa idea, como demuestran las acciones que tomaría en este tiempo contra la familia Pole.

La verdad es que no sabemos seguro si esta señora es Margaret Pole, pero normalmente se dice que el retrato es suyo, así que... así nos hacemos una idea de cómo era la mujer que provocó pesadillas en Enrique VIII. 


               Vamos a ver, que tenemos que viajar atrás en el tiempo algunos años, así como cincuenta, antes de la Batalla de Bosworth y de la llegada de los Tudor, a los tiempos anteriores, cuando la Rosa Blanca y la Rosa Roja se daban de ostias todavía. Eduardo IV de York era el rey de Inglaterra después de derrocar a Enrique VI de Lancaster y su esposa, Margarita de Anjou. Y Eduardo tenía dos hermanos: Jorge, duque de Clarence y Ricardo, duque de Gloucester, los famosos "Clarence y Glóster" de las obras de Shakespeare. El caso es que si bien Ricardo permaneció siempre fiel a su hermano, y de hecho terminó siendo rey de Inglaterra e incluso casado con la hija de este e Isabel Woodville, Isabel de York (sí, la madre de Enrique VIII), Jorge fue un personaje bastante más turbio, que cambió de bando en la guerra en varias ocasiones, apoyando a unos y a otros según su propio interés o incluso el de su suegro, el Duque de Warwick, el llamado "Hacedor de Reyes". El caso es que Jorge contrajo matrimonio con la hija del Hacedor de Reyes, Elizabeth Neville, y tuvieron varios hijos, de los cuales sobrevivieron dos: Margaret y Eduardo. Jorge acabó su vida malamente, dicen que metido en una cuba de vino (asesinado), y sus hijos quedaron bajo el cuidado de su tía, Anne Neville, primera esposa del que sería el rey Ricardo III. El caso es que Ricardo murió en Bosworth, Enrique VII se convirtió en rey de Inglaterra, y el joven Eduardo fue ejecutado en 1499, después de catorce años encerrado en la Torre de Londres para evitar que pudiera presentar algún tipo de reclamación al trono, reuniendo a su alrededor a los partidarios de la Casa de York que pudieran quedar en Inglaterra. Eso dejaba con vida solo a Margaret, que había contraído matrimonio con Richard Pole, sobrino de Margarita Beaufort, la madre de Enrique VII, y fue una de las damas de Catalina de Aragón y el Príncipe Arturo hasta que este falleció. Margaret enviudó en 1502, y para paliar su grave situación económica, dejó a su tercer hijo, Reginald Pole, en manos de la Iglesia, donde el muchacho emprendería una meteórica carrera. La situación de Margaret llegó a ser tan grave que pasaría un tiempo viviendo en una abadía de beneficencia, pero finalmente volvió a la corte de nuevo como dama de Catalina de Aragón cuando esta se casó con Enrique VIII. Margaret estuvo al lado de la reina, fue nombrada institutriz de la princesa María, e incluso durante el proceso de divorcio, cuando su casa fue desmantelada, trató de que la muchacha le fuera entregada y mantenerla bajo su propio techo, pero se le prohibió, y Margaret permaneció apartada de la corte durante todo el reinado de Ana Bolena, volviéndosela a aceptar cuando llegó la reina Juana.

               Pero esa aceptación no sería muy larga. Su hijo, Reginald Pole, había pasado su juventud estudiando en Francia e Italia, y se había convertido en un prometedor joven al que Enrique VIII había intentado atraer a su lado, ofreciéndole la diócesis de York a cambio de su apoyo en el asunto del divorcio con Catalina. Reginald se negó, volviendo a Europa, donde incluso se barajó la posibilidad de que abandonara la Iglesia y contrajera matrimonio con María Tudor, creando así una nueva dinastía que entrelazara de nuevo a los Plantagenet y a los Tudor. El plan no llegaría a llevarse a cabo, pero en 1536, con la Peregrinación de Gracia en ciernes, Cromwell y sus seguidores comenzaron a interrogar públicamente a Pole por su situación ante la reforma de la Iglesia en Inglaterra, y Pole respondió negando la autoridad de Enrique ante la Iglesia. Su propia madre reprendió por carta a Reginald, pero el daño ya estaba hecho, porque además, parece ser que el Papa Pablo III a través de Reginald Pole, estaba ayudando a la causa de la Peregrinación de Gracia, quizá como un plan para devolver a Enrique VIII al seno de la Iglesia... o de destronarle y poner a otra persona más asequible en el trono. Reginald se vio obligado a vivir escondiéndose bajo la protección de Francisco I de Francia y del Emperador Carlos V, sabiendo que el parlamento inglés había enviado hombres a asesinarle. ¿Y cómo se lo tomó todo Enrique allí en Inglaterra? Pues como se lo tomaba todo, malamente. Cromwell organizó la detención de los familiares de Reginald Pole: todos los Pole a los que se pudo echar el guante fueron capturados y arrojados a las celdas de la Torre de Londres, acusados de traición y de formar parte de una conspiración urdida por Reginald Pole. Estamos en 1538, y hay que dejar esta historia en pausa y volver a la vida privada de Enrique para poder entender un poco mejor qué pasó después.

Este es un retrato del cardenal Reginald Pole, obra del pintor alemán Willem van der Passe. Pole sería un auténtico grano en el culo de Enrique VIII durante mucho tiempo, y terminaría consiguiendo volver a Inglaterra... pero eso lo veremos más adelante...  


               Volvemos a 1536, antes de la Peregrinación de Gracia, a los días posteriores al matrimonio de Enrique VIII y Juana Seymour. Por supuesto, se esperaba de la reina que concibiera cuanto antes un heredero varón para asegurar la herencia Tudor, pero mientras, Enrique estaba moviendo piezas legales para mientras tanto tener ya a ese heredero que tanto había buscado: Henry Fitzroy, el hijo bastardo que había tenido con Bess Blount. Pero mientras el parlamento tramitaba la ley que le convertiría en heredero de la corona inglesa, el muchacho, que tenía por entonces diecisiete años, comenzaba a dar muestras de enfermedad, probablemente tuberculosis. Y en aquellos años, esta enfermedad tenía mala solución, así que Henry Fitzroy moriría el 18 de Junio de 1536. Pero apenas medio año más tarde, en Enero de 1537, con la Peregrinación de Gracia en pleno auge, Juana Seymour se quedaba embarazada y de nuevo la posibilidad de un varón legítimo animaba a Enrique, que en esos momentos se encontraba liado con la revuelta en el norte. Por cierto, parece ser que Juana pidió piedad para los rebeldes cuando estos fueron derrotados por Norfolk, y que el rey la dijo que muy bien, pero que en aquella corte, las mujeres con opinión terminaban pasando por el patíbulo, así que hasta donde sabemos, este fue el único intento de Juana por intentar participar en política. El 12 de Octubre de 1538 nacía en Hampton Court un niño al que llamaron Eduardo.

               El heredero había llegado.


EL NACIMIENTO DE ROMA (III)

Y es que... en todo este tiempo, ¿qué ha pasado con los Etruscos? ¿Es que nadie piensa en los Etruscos?                Los etruscos ll...