Mientras la estrella de Ana
Bolena ascendía en Inglaterra y en el mundo protestante, la de Catalina de
Aragón y los partidarios de España se veía cada vez más acorralada en una corte
donde cualquier sospecha de "papismo" te convertía en candidato a la
ejecución. María Tudor había perdido todos sus derechos al trono en favor de su
hermana menor Isabel, la habían quitado su casa, a sus criados y se la había
incorporado al servicio de la nueva princesa. Pero María había heredado el
temperamento de sus padres, y se negó a conocer a Isabel, y mucho menos a su
madrastra, lo que fue motivo de un fuerte distanciamiento entre Enrique y su
hija mayor, que además sufría ya en esta época de largas temporadas de malestar
y fuertes dolores de cabeza. Pero aunque ya existía una heredera, la
preocupación de Enrique continuaba siendo la ausencia de un heredero varón... y
según pasaban el tiempo y varios abortos, ya no estaba tan claro que Ana fuera
a poder tener al hijo que le exigían.
¿Fue
eso lo que hizo que Enrique comenzara a cansarse de ella? ¿O fue la aparición
de Juana Seymour? Si fue esto último, no pudo ser algo repentino, ya que Lady
Juana Seymour, que de una enrevesada manera era prima lejana tanto de Enrique
como de Ana, había servido tanto a Catalina como a Ana. En las pinturas que nos
han llegado sobre ella podemos ver a una mujer de rasgos marcados, ojos
separados, boca pequeña y rostro ovalado, y de ella se dice que era una mujer
tranquila, serena, distante de todos los desafíos intelectuales y religiosos
que habían envuelto las vidas de Catalina y de Ana. El caso es que el rey
comenzó a interesarse en Juana Seymour de forma pública, como ya lo había hecho
antes en la propia Ana, algo que quizá más de uno calificara de justicia
poética o karma, sin que se nos vaya de la cabeza que uno de los principales
rasgos de Enrique VIII es precisamente que se pasó su vida salido y
restregándose hasta con las esquinas. Y paranoico. Muy paranoico, como veremos
enseguida.
Pero
mientras Enrique se pensaba si retozaba o no retozaba con Juana Seymour,
Catalina comenzó a enfermar en su exilio en Kimbolton. Manteniendo aún ser la
reina legítima de Inglaterra, ni Enrique ni Ana hicieron nada por facilitarle
la vida, y de hecho, según nos ha llegado, sus últimos años fueron bastante
duros, alejada de todo y de todos los que podrían haberla ayudado, apoyado o
siquiera consolado. De hecho, una de las que habían sido sus damas principales,
María de Salinas, que había llegado de España con ella, solicitó permiso para
verla, pero se le denegó, y terminó colándose en el castillo en los primeros
días de Enero de 1536. Y es que parece ser que María de Salinas (conocida entonces
como Lady María Willoughby) tenía también el temperamento castellano-aragonés
que habían mostrado la antigua reina y su madre. María se había integrado en la
corte inglesa, contrayendo matrimonio con uno de los hombres de la corte
británica, y llegando a ser madrina de Mary Brandon, la hija del Duque de
Suffolk, Charles Brandon, y su segunda esposa, Anne Browne, después de la
muerte de su primera esposa, la hermana del rey, María de Francia. Además,
María de Salinas había tenido una hija, Catherine, que se convirtió en pupila
del Duque. Para el momento en el que nos encontramos, María de Salinas era ya
viuda y llevaba años luchando con uno de los hermanos de su marido por la
herencia de este. Así que ni corta ni perezosa, María entró en Kimbolton y pudo
asistir a Catalina en lo que resultaron ser sus últimos días, pues la antigua
reina moriría el 7 de Enero de 1536, en los brazos de su antigua dama de
compañía.
Evidentemente,
muchos ojos se volvieron acusadores hacia Enrique y Ana, y debieron ser unos
momentos tensos en toda Europa. Catalina nunca había renunciado a su
legitimidad como esposa de Enrique VIII y como reina de Inglaterra, era una
católica declarada y una figura alrededor de la que los detractores del rey y
su Acta de Supremacía podían reunirse. Inglaterra perdía a una de sus reinas
más queridas, pero Enrique y Ana ganaban en paz de espíritu... y hay quien dice
incluso que Ana lo celebró, aunque esto es sumamente improbable y seguramente
sea parte de la leyenda negra que se generó alrededor de esta reina, ya que en
esos momentos Ana Bolena se encontraba recuperándose de un aborto que había
coincidido con la muerte de la reina. ¿Casualidad? Muchos no lo creyeron así, y
algunos empezaron a recordar cómo Ana parecía haber seducido al rey Enrique de
una forma casi mágica. Y en el siglo XVI si hablas de "casi magia",
estás entrando en un terreno farragoso e incómodo. ¡Brujería! ¡Brujería!
El
encargado de preparar los últimos días de Ana Bolena como reina de Inglaterra
sería precisamente Thomas Cromwell. Sí, el mismo Cromwell al que ella había
favorecido, y que ya había sobrevivido a la caída de Thomas Wolsey. Y todo se
hizo en secreto y con el apoyo del mismo rey, que se la jugó pero bien a su
mujer, recién recuperada del aborto. Y es que desde finales de Abril de 1536 y
sin que Ana lo supiera, Cromwell había puesto en marcha toda la maquinaria del
estado en contra de ella y de su familia, que no conviene olvidar que tanto el
padre como el hermano de Ana habían obtenido numerosas ganancias en el tiempo
en el que ella había sido primero la amante y luego la esposa del rey.
¿Qué
papel tuvo quién en los últimos días de Ana Bolena? A día de hoy es complicado
saberlo, claro, aunque podemos hacernos una idea. La acusación que Cromwell se
disponía a formular era la de brujería, se diría que Ana había seducido al rey
a base de artes oscuras a lo Saruman, pero además, se trataba de demostrar que
había sido infiel al rey, y que por lo tanto, había cometido un delito de alta
traición, lo que apartaría a la reina del trono y dejaría libre el pasillo que
llevaba de Enrique a Juana Seymour. Cromwell detuvo a un músico de la corte de
Ana, Mark Smeaton, y lo llevaron al interior de la Torre de Londres, donde se
lo acusó de ser amante de la reina. Parece ser que al principio Smeaton lo negó
todo, pero después de pasar por las manos de los torturadores, no solo admitió
haber sido el amante de Ana (y probablemente hubiera admitido también ser el
toro que mató a Manolete y el que planeó la muerte de Kennedy), sino que, muy
en el orden de los interrogatorios por brujería, dio otros nombres. Henry
Norris, Francis Weston, William Brereton. Los tres pasaron por las cámaras de
la Torre, aunque el primero les salió rana, y es que Henry Norris era noble, y
por lo tanto no podían torturarle, que siempre ha habido clases y él llegaba
por lista VIP. Norris se negó a aceptar que era uno de los amantes de Ana, y
defendió la inocencia de la reina, pero Cromwell tenía suficiente con los
testimonios obtenidos después de torturar a Smeaton, Weston y Brereton. Además,
el azar, el destino o una cuidadosa planificación habían puesto también en la
Torre de Londres a un poeta y caballero que había pretendido públicamente a Ana
más de una década atrás, hacia el 1522, Thomas Wyatt, que había llegado a la
Torre por una pelea con el Duque de Suffolk y que se vio implicado también en
la investigación, ya que además si se demostraba que existía un compromiso
previo de matrimonio entre Wyatt y Ana, el matrimonio con el rey quedaría
anulado.
El
golpe de efecto definitivo llegaría cuando Cromwell conseguiría el testimonio
de la cuñada de Ana, Lady Jane Bolena (o Lady Rochford debido a su matrimonio
con Jorge Bolena, Vizconde de Rochford), que pondría sobre la mesa la traición
definitiva de Ana al rey, a la Iglesia y a la propia cristiandad. Y es que Jane
Bolena acusaría a Ana de ser infiel a Enrique con su hermano Jorge. O sea,
incesto a lo Jaime y Cersei pero sin niño volando desde la ventana que sepamos.
Un retrato de Jane Bolena, Lady Rochford. Así dicho suena como a malvada de telenovela. Quizá lo fue. |
Y
así, el 2 de Mayo de 1536, mientras almorzaba, Ana Bolena fue detenida en sus
aposentos por los hombres del rey y conducida a la Torre de Londres, donde
estaban sus supuestos amantes y su hermano. Y al mismo tiempo, se dio unas
nuevas habitaciones a Juana Seymour y se nombró caballero a su hermano. Sabemos
que Ana sufrió una crisis de ansiedad cuando se la llevaron a la Torre, y que
en todo momento se negó a admitir ninguna de las acusaciones que se le
dirigían. Pero realmente, ya daba igual. El testimonio obtenido de sus
supuestos amantes bajo tortura y la confirmación de Lady Rochford sobre la
relación entre Ana Bolena y su hermano, ya habían cerrado el futuro de Ana
Bolena.
¿En
qué estaba pensando Jane Bolena cuando acusó a su esposo y a la reina de
incesto? A día de hoy casi todo el mundo
está de acuerdo en que a la Bolena se la liaron y le tendieron una trampa, y
que probablemente todas las acusaciones que le dirigieron eran falsas. Pero si
Jane Bolena intervino movida por algún siniestro de venganza, envidia u odio; o si simplemente se vio arrastrada por una
política de miedo instaurada esos días por Cromwell y los suyos en la corte
inglesa, quizá no lo sepamos nunca, salvo que aparezcan documentos reveladores
al respecto (molaría un diario de Lady Rochford diciendo "Sí, acusé a Ana
por..."). El caso es que de una forma o de otra, la que había sido Jane
Parker se había asegurado su permanencia en la corte, donde entraría al
servicio de la nueva reina. Pero para poder poner en el trono de Inglaterra a
una nueva reina, antes había que retirar a la antigua. Mark Smeaton, con el que
había empezado todo, fue ejecutado el 17
de Mayo, siendo decapitado y descuartizado en público, una ejecución que
normalmente no se aplicaba a los nobles, pero a la que Smeaton fue condenado al
considerarse su delito como traición. Al cadalso le siguió Henry Norris, que se
negó a aceptar culpa alguna en aquella situación, defendiendo su inocencia y la
de la reina, aunque no le sirvió de mucho, al final le decapitaron igual, en
este caso sin más casquería de por medio. Weston y Brereton también fueron
ejecutados. Y tras un largo discurso, fue ejecutado también Jorge Bolena.
Ese
mismo día el condestable de la Torre de Londres informó a Ana Bolena de que el
rey había conmutado su condena de brujería, y en un acto de generosidad, en
lugar de quemarla en la hoguera, sólo la decapitarían. De hecho, como se daba
el hecho inaudito de que se iba a ejecutar a una reina (era la primera vez que
esto ocurría en la historia de Inglaterra... pero no sería la última), para que
no ocurriera bajo el hacha del verdugo común, se había llamado a un experto
verdugo francés, con un máster en decapitación por espada. Y así, el 19 de Mayo
por la mañana, Ana Bolena fue ejecutada en la Torre de Londres después de un
breve discurso que se conserva entero y cuyas últimas palabras han pasado a la
historia de las despedidas, "Señor, ten piedad de mí, a Dios encomiendo mi
alma". Su padre, Thomas Bolena, que también cayó en desgracia, se apartó
de todo y se limitó a pasar sus últimos días litigando por su título como Conde
de Ormond. No viviría mucho más, ya que en 1539 moriría, saliendo
definitivamente de la historia.
Y
el 30 de Mayo, once días después de la ejecución de la reina Ana, el Arzobispo
de Winchester, Stephen Gardiner (ojo, que Thomas Cranmer, Arzobispo de
Canterbury por su proximidad a Ana Bolena debía andar con los huevos
encogiditos en estos días, que se había limpiado a golpe de hacha la corte de
partidarios de los Bolena), unía en matrimonio a Enrique VIII y Juana Seymour
en el palacio de Whitehall. Y Juana llegaba a ser reina de Inglaterra con dos
precedentes peligrosos: Enrique había encerrado a su primera esposa y había
ejecutado a la segunda. Con sus dos hijas desheredadas, ya que ahora Isabel
pasaba a ser considerada bastarda, necesitaba un heredero y lo necesitaba ya,
probablemente de ahí las prisas en que el matrimonio se llevara a cabo. Enrique
no sólo quería lote cachalote con Juana Seymour. Quería un niño, que además,
debería ser un varón. Así, sin presión para el útero de Juana. De hecho, esta
vez, Enrique lo gestionó todo de tal manera que, aunque fue proclamada reina el
4 de Junio, una epidemia de peste en Londres hizo que no fuera coronada como
tal, y cuando la epidemia desapareció, Enrique prefirió que Juana no fuera
coronada hasta que le diera al rey un heredero varón. Así que... ánimo Juana...
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