miércoles, 6 de marzo de 2019

ENRIQUE VIII Y SUS REINAS (V)


Mientras la estrella de Ana Bolena ascendía en Inglaterra y en el mundo protestante, la de Catalina de Aragón y los partidarios de España se veía cada vez más acorralada en una corte donde cualquier sospecha de "papismo" te convertía en candidato a la ejecución. María Tudor había perdido todos sus derechos al trono en favor de su hermana menor Isabel, la habían quitado su casa, a sus criados y se la había incorporado al servicio de la nueva princesa. Pero María había heredado el temperamento de sus padres, y se negó a conocer a Isabel, y mucho menos a su madrastra, lo que fue motivo de un fuerte distanciamiento entre Enrique y su hija mayor, que además sufría ya en esta época de largas temporadas de malestar y fuertes dolores de cabeza. Pero aunque ya existía una heredera, la preocupación de Enrique continuaba siendo la ausencia de un heredero varón... y según pasaban el tiempo y varios abortos, ya no estaba tan claro que Ana fuera a poder tener al hijo que le exigían.

               ¿Fue eso lo que hizo que Enrique comenzara a cansarse de ella? ¿O fue la aparición de Juana Seymour? Si fue esto último, no pudo ser algo repentino, ya que Lady Juana Seymour, que de una enrevesada manera era prima lejana tanto de Enrique como de Ana, había servido tanto a Catalina como a Ana. En las pinturas que nos han llegado sobre ella podemos ver a una mujer de rasgos marcados, ojos separados, boca pequeña y rostro ovalado, y de ella se dice que era una mujer tranquila, serena, distante de todos los desafíos intelectuales y religiosos que habían envuelto las vidas de Catalina y de Ana. El caso es que el rey comenzó a interesarse en Juana Seymour de forma pública, como ya lo había hecho antes en la propia Ana, algo que quizá más de uno calificara de justicia poética o karma, sin que se nos vaya de la cabeza que uno de los principales rasgos de Enrique VIII es precisamente que se pasó su vida salido y restregándose hasta con las esquinas. Y paranoico. Muy paranoico, como veremos enseguida.

Un retrato de Juana Seymour obra de Hans Holbein. A Ana se la debían llevar los demonios al ver a Enrique cada vez más colgado de ella... vaya, lo que ella había hecho con ella cuando estaba casado con Catalina. Tenían que haberle llamado Enrique el Empotrador. 


               Pero mientras Enrique se pensaba si retozaba o no retozaba con Juana Seymour, Catalina comenzó a enfermar en su exilio en Kimbolton. Manteniendo aún ser la reina legítima de Inglaterra, ni Enrique ni Ana hicieron nada por facilitarle la vida, y de hecho, según nos ha llegado, sus últimos años fueron bastante duros, alejada de todo y de todos los que podrían haberla ayudado, apoyado o siquiera consolado. De hecho, una de las que habían sido sus damas principales, María de Salinas, que había llegado de España con ella, solicitó permiso para verla, pero se le denegó, y terminó colándose en el castillo en los primeros días de Enero de 1536. Y es que parece ser que María de Salinas (conocida entonces como Lady María Willoughby) tenía también el temperamento castellano-aragonés que habían mostrado la antigua reina y su madre. María se había integrado en la corte inglesa, contrayendo matrimonio con uno de los hombres de la corte británica, y llegando a ser madrina de Mary Brandon, la hija del Duque de Suffolk, Charles Brandon, y su segunda esposa, Anne Browne, después de la muerte de su primera esposa, la hermana del rey, María de Francia. Además, María de Salinas había tenido una hija, Catherine, que se convirtió en pupila del Duque. Para el momento en el que nos encontramos, María de Salinas era ya viuda y llevaba años luchando con uno de los hermanos de su marido por la herencia de este. Así que ni corta ni perezosa, María entró en Kimbolton y pudo asistir a Catalina en lo que resultaron ser sus últimos días, pues la antigua reina moriría el 7 de Enero de 1536, en los brazos de su antigua dama de compañía.

Carlos V, el Emperador, retratado por Tiziano. Para Enrique VIII era como el Anticristo, y se pasó media vida pensando que iba a aparecer por Inglaterra como Atila. La otra media, se la pasó pensando que era su Best Friend. Nada bipolar. 


               Evidentemente, muchos ojos se volvieron acusadores hacia Enrique y Ana, y debieron ser unos momentos tensos en toda Europa. Catalina nunca había renunciado a su legitimidad como esposa de Enrique VIII y como reina de Inglaterra, era una católica declarada y una figura alrededor de la que los detractores del rey y su Acta de Supremacía podían reunirse. Inglaterra perdía a una de sus reinas más queridas, pero Enrique y Ana ganaban en paz de espíritu... y hay quien dice incluso que Ana lo celebró, aunque esto es sumamente improbable y seguramente sea parte de la leyenda negra que se generó alrededor de esta reina, ya que en esos momentos Ana Bolena se encontraba recuperándose de un aborto que había coincidido con la muerte de la reina. ¿Casualidad? Muchos no lo creyeron así, y algunos empezaron a recordar cómo Ana parecía haber seducido al rey Enrique de una forma casi mágica. Y en el siglo XVI si hablas de "casi magia", estás entrando en un terreno farragoso e incómodo. ¡Brujería! ¡Brujería!

               El encargado de preparar los últimos días de Ana Bolena como reina de Inglaterra sería precisamente Thomas Cromwell. Sí, el mismo Cromwell al que ella había favorecido, y que ya había sobrevivido a la caída de Thomas Wolsey. Y todo se hizo en secreto y con el apoyo del mismo rey, que se la jugó pero bien a su mujer, recién recuperada del aborto. Y es que desde finales de Abril de 1536 y sin que Ana lo supiera, Cromwell había puesto en marcha toda la maquinaria del estado en contra de ella y de su familia, que no conviene olvidar que tanto el padre como el hermano de Ana habían obtenido numerosas ganancias en el tiempo en el que ella había sido primero la amante y luego la esposa del rey.

               ¿Qué papel tuvo quién en los últimos días de Ana Bolena? A día de hoy es complicado saberlo, claro, aunque podemos hacernos una idea. La acusación que Cromwell se disponía a formular era la de brujería, se diría que Ana había seducido al rey a base de artes oscuras a lo Saruman, pero además, se trataba de demostrar que había sido infiel al rey, y que por lo tanto, había cometido un delito de alta traición, lo que apartaría a la reina del trono y dejaría libre el pasillo que llevaba de Enrique a Juana Seymour. Cromwell detuvo a un músico de la corte de Ana, Mark Smeaton, y lo llevaron al interior de la Torre de Londres, donde se lo acusó de ser amante de la reina. Parece ser que al principio Smeaton lo negó todo, pero después de pasar por las manos de los torturadores, no solo admitió haber sido el amante de Ana (y probablemente hubiera admitido también ser el toro que mató a Manolete y el que planeó la muerte de Kennedy), sino que, muy en el orden de los interrogatorios por brujería, dio otros nombres. Henry Norris, Francis Weston, William Brereton. Los tres pasaron por las cámaras de la Torre, aunque el primero les salió rana, y es que Henry Norris era noble, y por lo tanto no podían torturarle, que siempre ha habido clases y él llegaba por lista VIP. Norris se negó a aceptar que era uno de los amantes de Ana, y defendió la inocencia de la reina, pero Cromwell tenía suficiente con los testimonios obtenidos después de torturar a Smeaton, Weston y Brereton. Además, el azar, el destino o una cuidadosa planificación habían puesto también en la Torre de Londres a un poeta y caballero que había pretendido públicamente a Ana más de una década atrás, hacia el 1522, Thomas Wyatt, que había llegado a la Torre por una pelea con el Duque de Suffolk y que se vio implicado también en la investigación, ya que además si se demostraba que existía un compromiso previo de matrimonio entre Wyatt y Ana, el matrimonio con el rey quedaría anulado.

               El golpe de efecto definitivo llegaría cuando Cromwell conseguiría el testimonio de la cuñada de Ana, Lady Jane Bolena (o Lady Rochford debido a su matrimonio con Jorge Bolena, Vizconde de Rochford), que pondría sobre la mesa la traición definitiva de Ana al rey, a la Iglesia y a la propia cristiandad. Y es que Jane Bolena acusaría a Ana de ser infiel a Enrique con su hermano Jorge. O sea, incesto a lo Jaime y Cersei pero sin niño volando desde la ventana que sepamos.

Un retrato de Jane Bolena, Lady Rochford. Así dicho suena como a malvada de telenovela. Quizá lo fue. 


               Y así, el 2 de Mayo de 1536, mientras almorzaba, Ana Bolena fue detenida en sus aposentos por los hombres del rey y conducida a la Torre de Londres, donde estaban sus supuestos amantes y su hermano. Y al mismo tiempo, se dio unas nuevas habitaciones a Juana Seymour y se nombró caballero a su hermano. Sabemos que Ana sufrió una crisis de ansiedad cuando se la llevaron a la Torre, y que en todo momento se negó a admitir ninguna de las acusaciones que se le dirigían. Pero realmente, ya daba igual. El testimonio obtenido de sus supuestos amantes bajo tortura y la confirmación de Lady Rochford sobre la relación entre Ana Bolena y su hermano, ya habían cerrado el futuro de Ana Bolena.

               ¿En qué estaba pensando Jane Bolena cuando acusó a su esposo y a la reina de incesto?  A día de hoy casi todo el mundo está de acuerdo en que a la Bolena se la liaron y le tendieron una trampa, y que probablemente todas las acusaciones que le dirigieron eran falsas. Pero si Jane Bolena intervino movida por algún siniestro de venganza, envidia u odio;  o si simplemente se vio arrastrada por una política de miedo instaurada esos días por Cromwell y los suyos en la corte inglesa, quizá no lo sepamos nunca, salvo que aparezcan documentos reveladores al respecto (molaría un diario de Lady Rochford diciendo "Sí, acusé a Ana por..."). El caso es que de una forma o de otra, la que había sido Jane Parker se había asegurado su permanencia en la corte, donde entraría al servicio de la nueva reina. Pero para poder poner en el trono de Inglaterra a una nueva reina, antes había que retirar a la antigua. Mark Smeaton, con el que había empezado todo,  fue ejecutado el 17 de Mayo, siendo decapitado y descuartizado en público, una ejecución que normalmente no se aplicaba a los nobles, pero a la que Smeaton fue condenado al considerarse su delito como traición. Al cadalso le siguió Henry Norris, que se negó a aceptar culpa alguna en aquella situación, defendiendo su inocencia y la de la reina, aunque no le sirvió de mucho, al final le decapitaron igual, en este caso sin más casquería de por medio. Weston y Brereton también fueron ejecutados. Y tras un largo discurso, fue ejecutado también Jorge Bolena.

               Ese mismo día el condestable de la Torre de Londres informó a Ana Bolena de que el rey había conmutado su condena de brujería, y en un acto de generosidad, en lugar de quemarla en la hoguera, sólo la decapitarían. De hecho, como se daba el hecho inaudito de que se iba a ejecutar a una reina (era la primera vez que esto ocurría en la historia de Inglaterra... pero no sería la última), para que no ocurriera bajo el hacha del verdugo común, se había llamado a un experto verdugo francés, con un máster en decapitación por espada. Y así, el 19 de Mayo por la mañana, Ana Bolena fue ejecutada en la Torre de Londres después de un breve discurso que se conserva entero y cuyas últimas palabras han pasado a la historia de las despedidas, "Señor, ten piedad de mí, a Dios encomiendo mi alma". Su padre, Thomas Bolena, que también cayó en desgracia, se apartó de todo y se limitó a pasar sus últimos días litigando por su título como Conde de Ormond. No viviría mucho más, ya que en 1539 moriría, saliendo definitivamente de la historia.

               Y el 30 de Mayo, once días después de la ejecución de la reina Ana, el Arzobispo de Winchester, Stephen Gardiner (ojo, que Thomas Cranmer, Arzobispo de Canterbury por su proximidad a Ana Bolena debía andar con los huevos encogiditos en estos días, que se había limpiado a golpe de hacha la corte de partidarios de los Bolena), unía en matrimonio a Enrique VIII y Juana Seymour en el palacio de Whitehall. Y Juana llegaba a ser reina de Inglaterra con dos precedentes peligrosos: Enrique había encerrado a su primera esposa y había ejecutado a la segunda. Con sus dos hijas desheredadas, ya que ahora Isabel pasaba a ser considerada bastarda, necesitaba un heredero y lo necesitaba ya, probablemente de ahí las prisas en que el matrimonio se llevara a cabo. Enrique no sólo quería lote cachalote con Juana Seymour. Quería un niño, que además, debería ser un varón. Así, sin presión para el útero de Juana. De hecho, esta vez, Enrique lo gestionó todo de tal manera que, aunque fue proclamada reina el 4 de Junio, una epidemia de peste en Londres hizo que no fuera coronada como tal, y cuando la epidemia desapareció, Enrique prefirió que Juana no fuera coronada hasta que le diera al rey un heredero varón.  Así que... ánimo Juana...

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